Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará







     Ante los castigos divinos provocados por los pecados del mundo actualy para obtener la conversión de los hombres, Nuestra Señora pidió redoblar el fervor en la devoción a Ella, la oración insistente y hacer penitencia. Sólo así conseguiremos caminar en medio de las desgracias que tan gravemente nos amenazan.

     Han pasado casi ochenta años desde que Nuestra Señora del Buen Suceso dispensara sus misericordias de manera tan maravillosa, apartando del panorama internacional el peligro de la guerra en el año de 1941, que habría sido desvastadora para nuestro país. No obstante, poco después en el Ecuador, - y en todo el mundo - no se dio otra cosa sino la acentuación pavorosa de la impenitencia y de la apostasía, lo que conduce a temer que el castigo divino se vaya haciendo cada vez más inevitable.

     Hoy, el mundo entero gime en medio de la angustia y en el dolor, pero también en medio de las tinieblas, precisamente como el hijo pródigo cuando llegó a lo último de la vergüenza y de la miseria, lejos del hogar paterno.

     La equiparación gradual de los sexos rumbo a la igualdad absoluta y el libertinaje completo. La aceptación de la cada vez más agresiva pornografía en la TV, en los diarios, revistas, cines, teatros, internet; las innumerables blasfemias que a manera de cataratas, derraman por doquier caudales de escarnios de los más infames, especialmente en contra de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre; el uso de trajes extravagantes tanto por hombres y mujeres; las prácticas contra la finalidad del sacramento del matrimonio; la eutanasia; la matanza de los niños con el aborto y de su alma con la perversa ideología de género; la drogadicción, la legalización del divorcio y de las uniones homosexuales son hechos, entre muchos otros, a la vista de cualquier persona en la vida cotidiana, que levantan la interrogante: ¿vivimos los días del inminente triunfo de la iniquidad?


Feministas atacan iglesia en Chubut, Argentina


     La vista de tantos crímenes sugiere naturalmente la idea de la venganza divina, y cuando miramos para este mundo pecador, gimiendo en las torturas de mil crisis y de mil angustias, y que a pesar de eso no se penitencia; cuando consideramos los terribles progresos del neo paganismo, que está en las vísperas de ascender como gobierno de la humanidad entera; cuando vemos, por fin, la pusilanimidad, la imprevisión, la desunión de aquellos que aún no se pasaron para el mal, nuestro espíritu se llena de pavor en la previsión de las catástrofes que acumula sobre sí misma: los días de la impiedad están contados! 

     Si Dios dejase actuar exclusivamente su justicia, cabe preguntarse si el mundo habría llegado hasta el presente siglo. Pero, como Dios no es solamente justo, sino también misericordioso, no se cerró aún para nosotros la puerta de la salvación. Una humanidad perseverante en su impiedad tiene todo para esperar de los rigores de Dios. Pero Dios, que es infinitamente misericordioso, no quiere la muerte de esta humanidad pecadora, pero sí ‘que ella se convierta y viva’. Y, por esto, su gracia procura insistentemente a todos los hombres, para que abandonen sus pésimos caminos y vuelvan para el aprisco del Buen Pastor.
          
     Si no hay catástrofe que no deba temer una humanidad impenitente, no hay misericordias que no pueda esperar una humanidad arrepentida. Y para tanto no es necesario que el arrepentimiento haya consumado su obra restauradora. Basta que el pecador, aunque esté en el fondo del abismo, se vuelva hacia Dios con un simple comienzo de arrepentimiento eficaz, serio y profundo, que él encontrará inmediatamente el socorro de Dios, que nunca se olvidó de él.
         
     Estas dos imágenes esenciales de la justicia y de la misericordia divina deben ser constantemente puestas delante de los ojos del hombre contemporáneo. De la justicia, para que él no suponga temerariamente salvarse sin méritos. De la misericordia, para que no desespere de su salvación, desde que desee enmendarse.

     En Quito, el 27 de Julio de 1941, Nuestra Señora del Buen Suceso alcanzó para nosotros los más estupendos milagros. ¿Tienen fin las misericordias de una Madre, y de la mejor de las madres? ¿Quién osaría en afirmarlo? Si alguien dudase, el Milagro del 41 le serviría de admirable lección de confianza. La Virgen nos ha de socorrer. En realidad Ella ya comenzó a socorrernos. En el mismo momento en que la impiedad parece triunfar hay algo de frustrado en su aparente victoria. Los días del dominio de la impiedad están contados. Confiemos pues en María Santisima del Buen Suceso.
           
     Más allá de las tinieblas, y de los castigos, para los cuales caminamos, tenemos ante nosotros las claridades. Si, son las claridades sacrales de la aurora bendita del Reino de María: 

     “Destronaré al soberbio Satanás, encadenándole en el abismo infernal, dejando por fin libre a la Iglesia y a la Patria de esa cruel tiranía”.

     Es una perspectiva grandiosa de universal victoria del Corazón regio y maternal de la Santísima Virgen. Es una promesa apaciguadora, atrayente y sobre todo majestuosa y que entusiasma. 


El presente artículo toma su inspiración en extractos de una ponencia ofrecida en Sao Paulo, Brasil, por el intelectual católico Plinio Corrêa de Oliveira, para jóvenes católicos de varias naciones.

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