Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará








     A lo largo de la historia, se han abatido sobre el mundo incontables epidemias que han causado infinidad de muertes terribles. La Iglesia, a través de los siglos, las ha considerado como flagelos de Dios, para mover a los hombres a enderezar sus caminos. Ante estas manifestaciones del desagrado divino, los remedios oportunos son la oración y la penitencia. Un ejemplo de esto es la peste que asolo Roma durante el pontificado de San Gregorio I, conocido para la posteridad como Magno.

     En el año 590, Roma estaba sumergida en la corrupción y la degradación moral. De repente, se desencadenó una peste tan exterminadora, que sus habitantes vieron en ella un castigo divino. Ante la evidencia del castigo, San Gregorio Magno organiza de inmediato una procesión, encabezada por la imagen de Nuestra Señora de Araceli, pintada por el evangelista San Lucas. Muchos seguían sucumbiendo a la peste en el transcurso de la procesión. El papa pidió no detenerse, mientras clamaba: «Mirad a vuestro alrededor y ved la espada de la ira de Dios desenvainada sobre todo el pueblo. La muerte nos arrebata repentinamente del mundo, sin concedernos un instante de tregua. ¡Cuántos en este mismo momento están en poder del mal a nuestro alrededor, sin poder pensar siquiera en la penitencia!». Esta fue la imprecación que hiciera San Gregorio a los romanos, pidiéndoles imitar contritos y penitentes el ejemplo de los ninivitas. De pronto, casi al final, el aire se volvió más puro, cesó su pestilencia, se sanaban las llagas de los apestados, y hubo una serie de hechos sobrenaturales, señal que indicaba que Dios había escuchado las súplicas de piedad. El papa comprendió que la peste había desaparecido.




    En Paray-le-Monial, Borgoña, en 1675, Santa Margarita María de Alacoque, religiosa del convento de la Orden de la Visitación, recibe directamente de Nuestro Señor Jesucristo mensajes de profundo dolor por los sacrilegios y la irreverencia con su Sagrado Corazón.  Tiempo más tarde, Nuestro Señor le encarga confeccionar un escudo del Sagrado Corazón: el Detente. En 1720 empieza una epidemia terrible en Marsella.  Millares de detentes fueron repartidos donde se había propagado la peste. La historia registra que, una vez que todos los habitantes llevaban el detente, la epidemia cesó asombrosamente.





     En los días que corren, se cierne sobre nosotros una amenaza de epidemia. Si bien es cierto que existe la esperanza de que pueda ser superada, no deja de ser una señal para estos tiempos libertinos. Debemos estar atentos a estos signos y elevar al cielo oraciones impetratorias, y ofrecer actos reparadores de ayuno y penitencia. 

     “Dios no castiga; Él es misericordia”. Este es el alegato de la generalidad del mundo, y se les antoja que así es. Buscan miles de argumentos para exaltar la misericordia de Dios a expensas de su justicia, de la que nadie se podrá retraer en sus postrimerías: muerte, juicio, cielo, infierno. 

     Sin embargo, por su caridad insondable, Dios desea que todos se salven, abriéndose al conocimiento aquiescente de la Verdad (1 Timoteo 2:4). Pues a quien ama el Señor le corrige; y azota a todos los hijos que acoge (Hebreos 12:6). Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría, y el hombre que alcanza la prudencia (Proverbios 3:13).

     Ciertamente, ninguna corrección parece agradable   en el momento de recibirla, sino más bien, penosa. Sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella (Hebreos 12:11).


    Pero Dios, queriendo nuestro bien, no espera hasta las postrimerías para que corrijamos nuestro rumbo. Sería cínico negar que nuestra sociedad ha entrado en connivencia con pecados gravísimos, como la sodomía, que motivo a la justicia divina a llover fuego del cielo sobre Sodoma y Gomorra. Seguir por propia voluntad esta inclinación contraria al orden natural creado por Dios, contrariando su derecho soberano de ser obedecido; tomar a la ligera, permitir o, peor aún, solidarizarse con tales prácticas abominables; todo esto es abusar de la paciencia de Dios. Si bien es cierto que la ira de Dios es temperada por su misericordia, nacida de su magnanimidad (tardo a la cólera y lleno de amor, Salmo 103:8), es igualmente verdad que la misericordia tiene un límite: el punto en que la justicia sería como suprimida por la misericordia, lo que es un imposible por la misma inmortalidad del Ser de Dios (la supresión de uno de sus atributos implicaría la supresión de Él todo entero). Pero en su eterna sabiduría, y justamente por misericordia, en no pocas oportunidades, en lugar de hacerlos sufrir el castigo eterno sin remedio, Dios ha optado por enviar castigos a los hombres para que vuelvan sus corazones al Señor y corrijan su proceder.





     Al grave pecado de la sodomía presente en todas partes, se añaden otros mucho más recientes que van colmando la paciencia divina: alentar la idolatría dentro del templo de Dios, permitiendo signos, símbolos, rituales como si se tratara de una inocente expresión cultural. Según la Agencia de Prensa Católica y otros medios, informan que la dictadura China impone a los obispos la anticoncepción, el aborto y la eutanasia, muy a pesar del acuerdo “secreto” firmado entre el Vaticano y el Partido Comunista Chino, sin mencionar la persecución implacable contra los fieles chinos, o la destrucción de Iglesias y —por medio de los actuales obispos de la Iglesia Oficial China reconocidos recientemente por el Vaticano— exaltar la primacía del Partido Comunista Chino sobre la fe católica. El cine también hace su parte con obras blasfemas, algunas dirigidas a los niños, otras lesionando gravemente la dignidad divina de Nuestro Señor y la pureza de María Santísima. También tenemos manifestaciones públicas obscenas, que van creciendo en número como en grado de depravación y en ofensas a la Iglesia, el Carnaval de Río, Mardi Gras en New Orleans, las frecuentes protestas en favor de grupos LGTBI y el aborto, que incluyen desnudos públicos.



Ídolo de la Pachamama

     Aquellos que dicen que no existe un Dios que no castiga, conscientes -o inconscientemente- están cambiando el pecado por un concepto modernista: “el pecado es una debilidad”, una caída, por tal razón “Dios no castiga”, “Dios te ha hecho así, no es tu culpa, y así te quiere, por lo tanto no debemos esperar cambiar”. Pareciera que estos criterios se inclinan a una visión luterana del pecado: “Sé un pecador y peca fuerte pero deja que tu fe sea más fuerte.” En oposición a estos pensamientos, leemos las palabras saludables en la primera epístola de San Juan: “Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como Él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (1 Juan 3:7-10). 



Persecución religiosa en China


     Dios se manifiesta en conducirnos como sus ovejas, a veces imponiendo su caritativa disciplina porque nos ama. Igual, del mismo modo, los fieles debemos amar a nuestro prójimo, advirtiendo y disciplinando —si nos corresponde hacerlo— a quien se desvía. Quizás podría la Autoridad imponer legítimamente la excomunión, como una demostración caritativa a quien miserablemente se desvía gravemente. 

     Cabe diferenciar, para evitar confusión, que el castigo no es lo mismo que los sufrimientos o la Cruz que nos llevan a Dios. Recordemos que en la Iglesia conocemos innumerables Santos que pasaron por el sufrimiento, como los mártires, Dios lo permitió para que sean santos en grado altísimo. Otros, como Santa Jacinta y San Francisco Marto, los pastorcitos de Fátima, o la Venerable Madre Mariana de Jesús Torres, religiosa concepcionista que vivió en Quito,
se ofrecieron en calidad de víctimas expiatorias sufriendo la fiebre española. Muchos de estos Mártires llevaron una vida intachable, pero quisieron entregarse a la palma del martirio, muchas veces con gran gozo sobrenatural, por amor a Dios, en defensa del Santo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, por no dar culto a falsos dioses o ídolos de madera, metal o piedra. Llevaron con alegría sobrenatural —no la que da el mundo— toda clase de sufrimientos por amor a Dios, en reparación por la iniquidad del mundo, por la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. 



Penitentes en Procesión de Semana Samta, España


     De ésta manera hay una diferencia grandísima entre el castigo divino reparador y los padecimientos de la Cruz, el sufrimiento y el dolor expiatorios. Su diferencia es tan grande y profunda como el abismo que separa el Cielo del infierno.


                      Guillermo Cajas Lermanda

6 Comentarios:

  1. Excelente artículo. Gracias

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  2. Interesante reflexión. Tema complejo

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  3. Q gran lectura. Agradezco grandemente ponerme en el camino con ustedes de la mano de Dios los cuide siempre

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  4. Gran verdad pero el propio pecado atrae estas consecuencias de sufrimiento y muerte en si esto a Nuestro Señor no le agrada porque el es todo amor solo deja al hombre en su libre albedrío y la consecuencia del pecado es esto que recibimos

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  5. Que yo no baje las metas....que no me confunda

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