Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará






     Estamos contemplando la crucifixión de la Santa Iglesia Católica. Estamos asistiendo a un crimen comparable al deicidio, puesto que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Matar a la Iglesia es como matar a Cristo. Ella solamente no muere porque es inmortal.

     La Iglesia se encuentra hoy tal como Nuestro Señor durante la Pasión, goteando sangre mientras camina tambaleante bajo el peso de la Cruz rumbo hacia la cima del Calvario.

     Durante dos mil años la Iglesia ha tambaleado en medio de tribulaciones. ¡Dos mil años de gloria y de martirio! Pero hoy podemos verla en el apogeo de su desfiguración.

     La Iglesia significa para nosotros la más bella de todas las instituciones, sin embargo hoy la vemos desfigurada y privada de su belleza. Ha perdido todo lo que podía perder. Podemos decir que la Iglesia, que asumió nuestros pecados y sufrió por nosotros, está casi irreconocible.

     Hoy, somos testigos del martirio de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

     El dolor por la situación de la Iglesia debería acompañarnos todo el día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Es un dolor que pesa en lo más profundo de nuestro ser.

     ¡Ah!, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana!, ¡fundada por Nuestro Señor Jesucristo! La Iglesia, la cual bajó del Cielo como ¡una luz sobre la ciudad perfecta! ¿Qué es lo que han hecho con Ella?

     El dolor por la Santa Iglesia es tal que me impide incluso seguir hablando...

     Pidamos a María Santísima que nos haga sentir este dolor en lo más profundo de nuestra alma.

Una Invitación para amar la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo

      Debemos recordar una verdad grande y suprema que debe iluminar todas las meditaciones de Semana Santa. 

     Los santos Evangelios muestran claramente cuánto se compadeció nuestro misericordioso Salvador de nuestros dolores espirituales y físicos, y para mitigarlos realizó milagros espectaculares. Sin embargo, no debemos pensar que estas curaciones fueron el regalo más grande que Él dio a la humanidad; ésto significaría dejar de considerar el aspecto central de la vida de Nuestro Señor: que Él es nuestro Redentor y que voluntariamente soportó los sufrimientos más crueles para llevar a cabo su misión.

      Incluso en el apogeo de su Pasión, con un simple acto de su Divina voluntad, Nuestro Señor pudo haber puesto fin a todos sus dolores instantáneamente. Desde el primer momento de su Pasión hasta el final, Él podía ordenar que sus heridas sanaran, que su preciosa Sangre dejara de emanar y que las laceraciones de su Cuerpo Divino desaparecieran sin cicatriz alguna. Podía haber superado la persecución que lo arrastraba a la muerte y obtener una victoria brillante y jubilosa.

     Pero Él no quiso que las cosas fuesen así. Quiso ser conducido por el Vía Crucis hasta la altura del Gólgota. Quiso ver a su Madre Santísima sumida en el abismo del dolor y quiso proclamar con palabras desgarradoras que resonarán hasta la consumación de los siglos: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" ( Mateo 27:4 6).

     Llamando a cada uno de nosotros a sufrir una parte de su Pasión, Él resaltó claramente el papel inigualable de la cruz en la historia del mundo, en su glorificación y en toda la vida de los hombres. Por lo tanto, debemos pronunciar nuestro propio consumatum est en lo alto de la Cruz, a pesar de los dolores y tristezas de la vida.

     Si no entendemos el papel de la cruz, nos negaremos a amarla y no caminaremos por nuestra propia Vía Dolorosa, eludiendo los designios de la Providencia para nosotros. Seremos incapaces de repetir, en nuestro último suspiro, la sublime exclamación de san Pablo: "He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe; sólo me queda recibir la corona merecida, que en el último día me dará el Señor, justo juez" ( 2 Tim. 4:7-8 ).

     Cualquier cualidad, por exaltada que sea, será inútil, a menos que esté fundada en el amor a la cruz de Nuestro Señor, con la que lo obtenemos todo, aunque agobiados por el santo peso de la pureza y otras virtudes, los incesantes ataques y burlas de los enemigos de la Iglesia y las traiciones de falsos amigos.

     El mayor fundamento de la civilización cristiana es el amor generoso a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo por parte de todos y cada uno de nosotros. 

     Que María Santísima nos ayude y que por su omnipotente intercesión, reconquistemos para su Divino Hijo el Reino de Dios que tan débilmente palpita en el corazón de los hombres.

Plínio Corrêa de Oliveira 


Fuente: 

Pliniocorreadeoliveira.info; tfp.org

Traducciones hechas por nuestro blog. 

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