Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará






Charla de Plinio Corrêa de Oliveira 

"Santo del Día", viernes 2 de marzo de 1984. Auditorio “San Miguel”.


[La reunión —en el Auditorio San Miguel—  comienza con una presentación coral]

Me felicito por no haber interrumpido en ningún momento esta secuencia magnífica de cantos, y ahora diré unas palabras de aclaración [respecto de la fiesta tradicional de Miércoles de Ceniza]. ¿Cuáles son estas palabras?

Debemos tener en cuenta la larga duración de la Iglesia, y los tiempos remotos en los que se estableció este ceremonial, esta liturgia, y cómo repercutió en el mundo de entonces, para comprender plenamente lo que la Iglesia estaba haciendo y tenía la intención de hacer en el pasado con motivo del Miércoles de Ceniza. Y entonces comprenderemos mejor cuánto y qué tan lejos el mundo de hoy está de la Iglesia.

La ceremonia del Miércoles de Ceniza abrirá la Cuaresma. En el próximo miércoles, ¿cuál será la atmósfera en la ciudad en este Miércoles de Ceniza? La misma que todos los demás días del año... Y no se diferenciará significativamente del ambiente miserable de los días de carnaval. Esta es la realidad.



¿Serán hoy menos numerosos los pecadores que en la Edad Media, que en la antigüedad, tiempos felices en los que esta ceremonia se fue construyendo hasta tomar su aspecto definitivo?... En absoluto. ¡Por el contrario! El número de pecadores hoy ha aumentado enormemente. Se ha convertido en la mayoría, en la gran mayoría de la población; esa mayoría orgullosa, esa mayoría dominante, esa mayoría despectiva de la población que mira con desdén, que persigue al hombre piadoso que vive según la ley de Dios.

En tantas iglesias, tantas y tantas iglesias de hoy, en todas aquellas en donde ha entrado la reforma conciliar ¿qué está pasando en todas esas iglesias? ¿Cuál es su atmósfera? ¿Cómo se trata al pecado? ¿Cómo se incrimina el pecado? ¿Qué se dice en estas iglesias hoy, para ayudar al pecador a volver por sí mismo y arrepentirse del mal que ha hecho? ¡Nada!

Por el contrario, todo lo que sucede parece tener la intención de darle al pecador la idea de que puede continuar en el pecado, porque el pecado no tiene importancia. Esto se ve generalmente los domingos: a la iglesia hay damas vestidas impúdicamente y hombres vestidos sin dignidad y gravedad. A muchos de ellos se los conoce y se sabe cómo viven. Tocan la campana para la Comunión y se distribuirá la Sagrada Hostia. La mayoría de los que están en la iglesia se acercan a comulgar. ¿Acaso son ángeles? Uno se pregunta: ¿Serán ángeles? ¿Qué ángeles?...




Muchos reciben —según el triste ritual— la Comunión en la mano, para llevárselo a la boca. Luego de recibir la comunión, regresan a casa para continuar con su vida de pecado... Este mundo, de las enormes ciudades babilónicas, ha sido formado en la negación de la gravedad del pecado, en la negación del concepto mismo de pecado. Si fuera solo negación, aún sería poco; se ha invertido o cambiado por lo opuesto [de lo santo o virtuoso]. La virtud es despreciada, ridiculizada, perseguida; el pecado no solo se admite, es glorificado. Esto es lo que le pasa al pecado.

En estas condiciones miserables, ¿cómo podemos imaginar a una población, la cual sea adecuada a esta magnífica ceremonia, 
cuya música acaban de escuchar aquí, tan bien declamada y tan bien cantada?

Ciudades enormes, donde las iglesias representan una pequeña unidad física dentro del colosal tamaño del espacio ocupado para otros fines. Ciudades tristemente orgullosas y dominantes por sus riquezas, o ciudades oprimidas por la miseria de algunos de sus barrios pobres; de una forma u otra, ciudades donde poco se piensa en Dios. Qué difícil es evaluarlo y ponerlo en su contexto adecuado, al considerar las ciudades de hoy.




DIGNIDAD, GRAVEDAD, SERIEDAD, Y DULZURA que impregnaban la atmósfera del mundo católico formado por la inocencia llena de grandeza y naturalidad de la Santa Iglesia Católica

Pero ¡qué diferentes eran las ciudades para las cuales se hizo todo esto! Hay que remontarse, es cierto, a un pasado lejano. Acabamos de oír —y lo he notado, encontrándolo muy razonable— una especie de murmullo, un zumbido que recorría la sala cuando se hacía referencia a esto: por el relevo de los soldados de las legiones romanas se conocían los nombres de las distintas horas de vigilia. Así, Tercia, Sexta, Nona, etc., todavía las tenemos lo que viene de la época de los soldados de la Legión Romana, perseguidores tantas veces de los católicos, que se relevaban en su servicio. La Iglesia toma con inocencia, con naturalidad, esta reminiscencia común y trivial de la vida de sus adversarios, y la pone en su oración con tal naturalidad, con una santidad, casi diría con una ingenuidad tan llena de grandeza.... Ella toma lo que todavía resuena con los pasos cadenciosos de los soldados que habían conquistado el mundo, y que en la víspera habían derrotado a los católicos, Ella toma esa reminiscencia, y comienza por ella las horas de sus días de Cuaresma.... ¡Oh grandeza, oh maravilla!

Entonces escuchas las fechas. Tal o cual cosa fue instituida en tal o cual año.... Lo más reciente que se nombró aquí fue el año tal y tal. Estamos en 1984, casi al final de este milenio, al borde del tercer milenio, en estas condiciones en que nos encontramos. Y, naturalmente, se cuenta que en el Concilio de Bari, el Papa tal o cual, no recuerdo el nombre, decidió instituir esto [la Ceremonia de Miércoles de Ceniza] para toda la cristiandad. Así se mantuvo y aquí está. Los soldados romanos... Bari... el año mil y así sucesivamente... de toda la historia la Iglesia toma gemas, reminiscencias... ¡con la naturalidad de quien se gloriara de ser una anciana!




Sabe que para ella no existe la vejez. Las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella. Y mientras camina, su eterna juventud se renueva. Y por ello se adorna con los diversos recuerdos del pasado. Es justo, pues, que, siguiendo su ejemplo, hagamos aquí algunas reflexiones, que no pueden ser largas, sobre lo que acabamos de escuchar, pensemos un poco en cómo eran las ciudades, las parroquias, las abadías en la época en que se constituyó definitivamente esta liturgia. 

CÓMO SE CONSTITUYÓ LA MAGNIFICENCIA DE ÉSTA LITURGIA CATÓLICA

Esta liturgia, al igual que gran parte de la liturgia, nació probablemente de forma definitiva en la Edad Media. Se añadió algo en los primeros siglos de la época moderna y luego no se añadió casi nada más.

  ¿Cómo eran las ciudades en aquella época? Pensemos en una ciudad medieval. Pensemos en las pinturas de las ciudades medievales, en las iluminaciones, los pergaminos que representan esas ciudades. Ciudades diminutas, con calles estrechas, que debían caber dentro de murallas necesariamente circunscritas para defender a sus habitantes de los ataques nocturnos. En el que las casas se agrupan unas en torno a otras, como personas demasiado apegadas unas con otras en un auditorio pequeño para ellas...




Todavía lleva en el piso superior un saliente, que hoy se llamaría "jardinera", que hace que una parte del piso superior sobresalga por encima de la calle y quede casi al alcance de la mano de la casa de enfrente. Estos pequeños pueblos viven toda su vida en torno a la iglesia. Miras el cuadro y ves el edificio principal, una flecha enorme: es una torre, son dos torres, es el campanario de la iglesia. La ciudad está por todas partes.

A veces varios campanarios, varias iglesias, varias abadías, varios conventos. La población se agrupa en torno a estos conventos. Los grandes edificios no son los edificios de ochenta y ocho, cien y tantos pisos, hechos en honor a Mamón, para que el hombre pueda luego disfrutar de los favores de Bios. ¡No! Son los edificios hechos para dar culto a Dios. Todo se agrupa en torno a ellos.

Así, lo que ocurre dentro de la iglesia es un hecho central en la vida de la ciudad. Y una ceremonia religiosa no es algo que vaya del siguiente modo: aquí una ceremonia religiosa, al lado una subasta; más allá una sala de urgencias que está recibiendo heridos; más allá una casa inmoral con un entretenimiento terrible...

No, no era de esa manera. El centro de la vida era la iglesia, la parroquia. Y lo que ocurría dentro de la iglesia -a la que acudía toda la población compacta- era el centro de la vida de la ciudad.




¿Y qué ocurría dentro de la iglesia? Éranse los pecadores públicos —explicaré en un momento lo que es el pecador público—, pecadores públicos que venían sabiendo lo que es el Miércoles de Ceniza, y que ha comenzado la Cuaresma, la "Cuadragésima", es decir, los 40 días de penitencia y ayuno, y arrepentimiento para preparar a los hombres a participar con compunción en las ceremonias que conmemoran la sagrada muerte de nuestro Señor Jesucristo y luego su gloriosa Resurrección.

Así que para este hombre preparado, 40 días de ceremonias, que probablemente —supongo— recuerdan los 40 días de ayuno de Nuestro Señor en el desierto. Son esos 40 días en los que se invita a los hombres, toda la población va y los pecadores públicos también.




LOS DISTINTOS TIPOS DE PRCADORES PÚBLICOS, el juego de la Opinión Pública y la pedagogía de la Iglesia para convertirlos

¿Qué piensa la población de estos pecadores públicos? ¿Qué es un pecador público? Es el hombre que comete pecados que son notorios dentro de la ciudad.

Un hombre, por ejemplo, que ha matado a alguien durante el año, y que no se ha arrepentido de su pecado, no ha sido visto confesándose, no ha sido visto recibiendo los sacramentos, y que ha sido visto —por el contrario— haciendo una fortuna con el dinero de la víctima que ha robado. Luego es otro hombre que ha blasfemado en público contra Dios y la Iglesia, que ha sido reprendido por una ordenanza del obispo, que no se ha arrepentido y sigue blasfemando todo el año. O a otro hombre u otra familia que ha dejado de ir a misa públicamente —a la vista de todos—. Los que están pública y notoriamente en estado de pecado, estos son pecadores públicos.

¿Qué opina de ellos la opinión pública de esa ciudad? En la Edad Media se pensaba lo siguiente: «¡son pecadores, y por lo tanto son miserables! Son altamente censurables, y uno debe vivir alejado de ellos. El hombre recto no convive con el pecador. Y si tiene que tratar con el pecador, será de forma distante y fría, porque está en estado de pecado. Es el enemigo de Dios, por lo tanto es el enemigo de la humanidad. Es el enemigo de todo hombre, y como enemigo debe tratarlo todo hombre... mientras no haga penitencia.»

Estos pecadores asisten a la ceremonia, porque todo el mundo va. Pero estos mismos pecadores, por regla general, consideran que se equivocan al pecar; reconocen que se equivocan. Les pesa pecar, pero no les pesa tanto como para dejar de pecar. Pero, les duele pecar, y se avergüenzan del pecado en que viven.

Hay otros pecadores que también se denuncian como tales en estas ceremonias. Son hombres que a veces se creen muy virtuosos, pero que de repente aparecen y declaran públicamente: «¡he cometido un pecado!» Cómo un hombre tan virtuoso, una mujer tan virtuosa, está ahí entre pecadores, acusándose de un pecado que ha cometido. Y porque se le concedió un honor al que no tenía derecho, ahora se arrepiente, queriendo recibir el desprecio que merecía y que robó con su hipocresía, pretendiendo ser una buena persona cuando no lo era. Está allí entre los pecadores públicos.

¿Sólo hay pecadores públicos? Cuántos pecadores privados, que han cometido pecados durante el año, que los han confesado, que los han confesado bien, que los han confesado mal, que no se han confesado en absoluto, cuyo pecado nadie conoce, pero Dios sabe que es pecador, y que también está ahí, a la hora en que comienza la penitencia... pero al mismo tiempo a su alcance el perdón de todos los pecados.

Los señores deben imaginar el estado de espíritu de uno de estos hombres, cuando es un pecador público, que se declarará como tal.... Van por la calle, junto con la población inocente. Están viendo de lejos la imponente fachada de la Iglesia, con sus santos, con sus ángeles, una imagen del Crucificado o de Nuestro Señor Jesucristo en actitud de bendición; o con la imagen de la Virgen de las vírgenes, concebida sin pecado original, etc., los vitrales....

¿CÓMO INVITA LA GRACIA A UN PECADOR PÚBLICO A LA CONVERSIÓN?
 
 Las campanas suenan... miran la fachada de la iglesia que se levanta, imponente como la severidad, y sin embargo acogedora, y que les dice: "¡Venid niños! Habéis pecado, pero venid donde el perdón viene a vosotros. Empieza por confesarte, empieza por arrepentirte...".

Entran, y los pecadores públicos pueden ir a un lugar determinado, donde harán penitencia. Entonces comienza la ceremonia. Pero sobre esto tengo que decir una palabra más. Es esto: el hombre de la antigüedad, como el de la Edad Media, como todos los que han tenido verdadera Fe, poseía una profunda noción de la gravedad del pecado.

¿Cuál es la manera de reavivar en nosotros, en dos rápidas palabras, esta noción que tantas y tantas circunstancias desvanecen continuamente en nosotros? ¿Cuál es la gravedad del pecado?
Para entender esto, haré una extraña pregunta. Qué decir de un hombre al que se le afirma lo siguiente: "Eres un tipo frívolo, que no se toma en serio a sí mismo". ¡Dices tal cosa que la respuesta normal es una bofetada! Porque si un hombre no se toma en serio a sí mismo, no es nada, no vale nada. Lo propio del hombre es tomarse en serio a sí mismo. El primer paso para ser algo es tomarse en serio a uno mismo.

De ahí que —si no fuera blasfema— hago la siguiente pregunta: ¿Se toma Dios a sí mismo en serio? ¡Evidentemente! Dios se toma a sí mismo infinitamente en serio, porque en Dios todo es infinito. Y si Él se ama infinitamente, también se toma infinitamente en serio.
Y el resultado es que cuando Él dice a los hombres: "Tal actitud es pecado, y al practicarla rompes conmigo, te conviertes en Mi enemigo, y Yo me convierto en tu enemigo". El resultado es que Él se lo toma infinitamente en serio.

Porque entonces si Él dice una cosa y no tiene efecto... .... ¿Proclama una enemistad, y esa enemistad no es auténtica? .... ¿Es un blando que piensa -en el fondo- que no tiene importancia que el otro le haya escupido en la cara (si es que se puede decir así) por el pecado que ha cometido? Entonces, ¿quién es Dios? Si Dios no es serio, es el caso preguntar: ¿Existe Dios?



LA INFINITA SERIEDAD DE DIOS CON LA CUAL ÉL SE CONSIDERA CONSIGO MISMO, AL PECADO Y AL PECADOR

Dios se toma a sí mismo infinitamente en serio. Y es con esta seriedad que Él acompaña las acciones de los hombres. Es con esta seriedad infinita —la irradiación o lumen de Su propia Sabiduría, el elemento constitutivo de Su propia Sabiduría y de Su Santidad— y con ésta elevación propia y con ésta seriedad, Él nos está contemplando en este auditorio, a mí que les habla, y a ustedes que me escuchan. Y Él está viendo con qué seriedad les estoy hablando y con qué seriedad me están escuchando.

Todo es inmensamente serio en presencia de Dios. Y el pecado, por tanto, es profundamente serio. ¡Es execrable, es muy grave! Quien lo comete rompe con Dios, se encuentra en la más miserable de las situaciones. Un hombre rico que cometió un solo pecado, ese hombre está en una situación incomparablemente peor que Job en su estercolero. Porque puede tener todo lo que da la tierra, pero no tiene nada de lo que da el cielo.

Aún más, aún más. El pecador debe saber que puede ser castigado por Dios de una hora a otra, con penas en esta vida, y que pueden ocurrirle sucesivamente desgracias no anunciadas. Alguien de su familia que muere; una propiedad suya que desaparece; una calumnia que se apodera de él y le acompaña como un vampiro hasta el momento de su muerte. Puede ser cualquier otra desgracia que le ocurra... una enfermedad, de un momento a otro, castigándolo en esta tierra —tantas veces— por los pecados que ha cometido.

¡Como es trágico todo esto! ¡Qué insignificante! ¡Qué insignificante comparado con el peor castigo de todos: el infierno!

El infierno o el purgatorio. Una mentira, un pecado leve: el individuo lo comete, muere poco después. Va al purgatorio donde, según las circunstancias, puede arder durante 100 años. La expresión 100 años es antropomórfica, porque en el purgatorio no hay tiempo. Pero debemos entender que equivale a 100 años de penitencia en la tierra. ¿Has pensado alguna vez lo que son 100 años de penitencia? Eso le puede pasar a un alma que va al purgatorio de un momento a otro.
¿Y qué hay del infierno? Las tinieblas exteriores y eternas, donde el fuego arde y no da luz, donde los peores sufrimientos atormentan continuamente a la criatura, y ésta sabe que para ella no hay remedio, todo está perdido. No hay nada que hacer.

Entonces el pecador toma conciencia del mal que ha hecho, de que no debe ofender a Dios, pues Dios es infinitamente Santo, Verdadero, Bueno, y tiene derecho a no ser ofendido por nosotros; porque Dios es infinitamente Justo, y en un momento dado descarga su ira sobre el pecador. Y el pecador tiene miedo, y por eso está en la iglesia, y pide perdón, quiere hacer penitencia.

¿Qué es esta penitencia, qué es este perdón? Son cosas distintas. En primer lugar, debe reconocer ptodo el mal que ha hecho. La Iglesia no practica la confesión pública. El fiel no dirá ante los demás el mal que ha hecho. Pero la Iglesia le anima a ser consciente de la gravedad de su pecado. Y esto lo veremos repetido en estos salmos, de una manera verdaderamente magnífico:

Miserere mei, Deus
Miserere mei, Deus: secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam.
Amplius lava me ab iniquitate mea: et a peccato meo munda me.
Quoniam iniquitatem meam ego cognosco: et peccatum meum contra me est semper.
Tibi soli peccavi, et malum coram te feci: ut justificeris in sermonibus tuis, et vincas cum judicaris.
Ecce enim in iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.
Ecce enim veritatem dilexisti: incerta et occulta sapientiae tuae manifestasti mihi.
Asperges me hysopo, et mundabor: lavabis me, et super nivem dealbabor.
Auditui meo dabis gaudium et laetitiam: et exsultabunt ossa humiliata.
Averte faciem tuam a peccatis meis: et omnes iniquitates meas dele.
Cor mundum crea in me, Deus: et spiritum rectum innova in visceribus meis.
Ne proiicias me a facie tua: et spiritum sanctum tuum ne auferas a me.
Redde mihi laetitiam salutaris tui: et spiritu principali confirma me.
Docebo iniquos vias tuas: et impii ad te convertentur.
Libera me de sanguinibus, Deus, Deus salutis meae: et exsultabit lingua mea justitiam tuam.
Domine, labia mea aperies: et os meum annuntiabit laudem tuam.
Quoniam si voluisses sacrificium, dedissem utique: holocaustis non delectaberis.
Sacrificium Deo spiritus contribulatus: cor contritum, et humiliatum, Deus, non despicies.
Benigne fac, Domine, in bona voluntate tua Sion: ut aedificentur muri Ierusalem.
Tunc acceptabis sacrificium justitiae, oblationes et holocausta: tunc imponent super altare tuum vitulos.
(‪Gregorio Allegri: Miserere)‬

Salmos dictados por el Espíritu Santo. Es Dios tan insondablemente bueno que Él crea al hombre y da al hombre la gloria de ser creado en estado de prueba, de manera que el hombre pueda adquirir méritos y por estos sea recompensado. El hombre hace mal uso de esta prueba, y peca. Dios, en lugar de exterminarlo inmediatamente, le "susurra" al oído del hombre, aquello que debe considerar para medir el mal que ha hecho. Y le enseña a pedir perdón. 

Es como un juez que recibe al acusado, con infinita majestuosidad, con aparatos de fuerza y severidad tremendas, pero al mismo tiempo ordena a alguien que le entregue al acusado una nota que dice: "Si rezares al juez con la sinceridad de tu alma, el juez ¡te responderá!" Y el acusado se dirige a Dios, a Dios Juez, con una oración dictada por Dios Juez! ....

Es decir, no se puede imaginar mayor misericordia. Dios habla a través de los profetas, por medio de los hombres inspirados del Antiguo Testamento, por los que recibieron la Revelación en el Nuevo Testamento, Él da palabras por las que el hombre reconoce su pecado, y por las que pide perdón.

Entonces desde el fondo de la iglesia, arrastrándose, llega la miserable procesión de pecadores oficiales: "Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam, et secundum multitudinem miserationem tuarum, dele iniquitatem meam, etc., etc”. "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu gran misericordia; y según la multitud de tu bondad, borra mi falta. Porque yo reconozco el mal que he hecho; mi pecado está continuamente contra mí..." Y así va!

Pero reza pidiendo perdón, como si estuviera aplastado por la grandeza de su Juez, y la infamia de su culpa. Pero, al mismo tiempo, alentado por la promesa del Juez, y por la oración que éste le ha enseñado. "¡Reza así! Hijo mío, siente esto y me convertiré en tu amigo".

Creo que los señores ahí ven el magnífico equilibrio en la actitud de Dios. Es capaz de aplastar, y de vez en cuando lo hace. Pero prefiere no aplastar. Y que dice al hombre, su enemigo: "Tú, hijo mío, que eres malo, sé bueno. Aquí están las palabras que debes decir cuando Mi gracia obra en tu alma ¡di "sí"!, y te volverás más reluciente que la nieve".

Pero esto no cabe en una mera jaculatoria. Veis que el pecador pide muchas veces, con muchas palabras, con muchas fórmulas diferentes... pide, pide, pide que Dios tenga perdón de él, si Dios le enseñó una fórmula, ¿por qué es eso? si Dios le enseñó las disposiciones de alma por las que puede obtener el perdón, y le ha enseñado las palabras por las que puede enunciar estas disposiciones de alma de la manera adecuada, correcta, bella, para obtener el agrado de Dios. Pero, ¿por qué Dios no lo concede de inmediato?



LA VERDADERA ALEGRÍA QUE SÓLO NACE DE LA PENITENCIA expresada maravillosamente en los Salmos Penitenciales

Deja el alma en la duda. ¿Dios ha perdonado o no ha perdonado? Vuelve a preguntar, vuelve a preguntar. Discute con Dios... por la bondad de Dios, y termina argumentando por la gloria de Dios: "¡Dios mío, es por tu gloria, perdóname!" Como quien dice: "No hay nada en mí que merezca tu perdón. Pero qué hermoso será que Tú me perdones. Para mí no lo merezco. Pero, Señor, Tú que amas tu gloria, y por amor a ella te pido: dame lo que por amor a mí no merezco que me concedas. Señor, perdóname".

Entiende entonces que cada una de estas palabras viene apropiadamente, y prepara el espíritu del hombre a la vez a una profunda compenetración de su pecado, pero también a una enorme confianza en que Dios lo perdonará. Los primeros salmos no hablan tan directamente de la confianza.... Uno tiene la impresión de que el sol de la confianza va saliendo a medida que se suceden los salmos. Y la última palabra es una explosión de confianza: "¡Me salvarás, oh Dios!". Es que la gracia habló dentro de su alma y finalmente le dio la seguridad de que estaba salvado. Así que canta de alegría: "Estoy salvado".

Más, más, más... ¡qué maravillosa alegría! Es el comienzo de la Cuaresma. Porque se ha salvado quiere hacer penitencia; porque se ha salvado quiere sufrir para expiar el pecado que ha cometido. Entonces se acerca al sacerdote, y haciendo una reverencia, una genuflexión ante el sacerdote, éste le pone ceniza en la frente, le hace una cruz y le dice: "Recuerda, hombre, que eres polvo y al polvo volverás". Es decir: ¡cuidado! No lo hagas fácil, la muerte te rodea. Dios es infinitamente bueno, es cierto; también es infinitamente justo. Abre los ojos, ve y haz penitencia.

¿Y qué es la penitencia? Es el ayuno, para algunos es el pan y el agua, también es hacer cosas difíciles. Y ahí se ve el carácter de la Iglesia. Una de las primeras ceremonias que se mencionan aquí es la bendición de los cilicios [para la mortificación de la carne]. ¿Cómo eran los cilicios? La mayoría de las veces se trataba de cinturones con pequeños ganchos de hierro, que realmente arañaban la carne, y que la persona llevaba, por ejemplo, durante la Cuaresma —algunos santos durante toda su vida— llevaba alrededor del torso, sangrando, sangrando continuamente.

Vean ahora la actitud de la Iglesia, cilicios en el fondo, como quien dice: penitencia hasta la sangre... pero tú eres mi hijo. ¡Ven aquí, el instrumento de tu tortura, derramaré mi bendición sobre él!
[el público mantiene un profundo silencio].

Mis queridos... [se escucha en la sala ¡Fe-no-me-nal!]
Has hecho como todos los públicos: cuando se habla de misericordia, hay exclamaciones de alegría. Me gustaría que cuando se hable de justicia, no haya menos exclamaciones. El hombre no está hecho para emocionarse sólo ante la misericordia de Dios. El hombre también fue hecho para llenarse de entusiasmo ante la justicia de Dios. El hombre debería encontrar 
hermosa la justicia. Debería estar penetrado de admiración por la justicia. Debería estar paralizado de admiración por la justicia. Y eso debería entusiasmarles.

EL BROCHE DE ORO DE ÉSTAS CONSIDERACIONES SOBRE LA PENITENCIA DESEMBOCA EN LAS CONSIDERACIONES SOBRE LA MISERICORDIA, QUE ALCANZA SU CIMA EN UN SOLO NOMBRE: ¡MARÍA!

De modo que cuando se dice Dios dijo al pecador: “Yo te execro" en otro tono de voz, pero en un tono totalmente auténtico, podemos decir —en nuestro lenguaje de novatos—: "¡Fenomenal!
¿Por qué? Porque cuando el pecador comprende la maldad de su pecado, y ve cuánto odia Dios su pecado, se da cuenta de la pureza divina. Y al darse cuenta de la infinita pureza de Dios, ¿cómo no va a emocionarse? Quien tiene horror al pecado, ama la virtud que el pecado niega, que el pecado transgrede. Y por eso es necesario, es gravemente necesario que nos emocionemos ante la severidad de Dios.

"¡Oh, Señor mío, cómo odias mis pecados! Te ruego: ¡dame una chispa de tu santo odio sagrado a mis propios pecados!" ¡Qué hermosa oración! Qué poca gente lo consigue. Inmediatamente después, por supuesto, debemos pedir misericordia. ¿Quién puede subsistir sin la misericordia de Dios? Es impensable. Pero amemos también su justicia.

Cruzaremos el miércoles, si Dios quiere, el umbral de la Cuaresma. Debemos entrar en la Cuaresma. Debemos pedir el horror de nuestros pecados; debemos pedir el amor reverente y transitorio de esa execración que Dios tiene por nuestros pecados. Debemos pedir a Dios el odio a nuestro pecado, como al de los demás. Debemos pedir a Dios que nos conceda misericordia, sin la cual no somos capaces de mantenernos en su presencia.

Acabo de hablar de la palabra "misericordia". Es porque quiero preparar el cierre de lo que estoy diciendo, y tiene un nombre... ¡y ese nombre es María!



Todo lo que he dicho hasta ahora, el hombre no lo obtiene si María Santísima no lo pide por él. Nada. Ella es la Mediadora necesaria. Por voluntad de Dios, Ella es la Mediadora necesaria de todas nuestras oraciones a Él, y de todas las gracias que descienden de Él hacia nosotros. Si tenemos arrepentimiento de nuestros pecados, es Ella quien lo ha pedido, es así como lo hemos obtenido.

Si tenemos la voluntad de hacer penitencia, fue Ella quien lo pidió. Si tenemos la fuerza para cumplir la penitencia que debemos, es Ella quien nos pedirá esa fuerza. Y al final, cuando la penitencia está hecha y nos sentimos reconciliados con Dios, Ella es la sonrisa de Dios sobre nosotros. Por eso, como hijos de la Virgen que somos, debemos terminar esta reflexión con: Salve Regina Mater Misericordia!...




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