Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará

 




(Continuación del artículo anterior, titulado "Las ingratitudes del Ecuador hacia el Niño Jesús del Pichincha. 14 de febrero: día de su Fiesta")

     La Madre Mariana de Jesús Torres (1563-1635), una de las fundadoras del Real Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, fue favorecida con muchos dones singulares del Cielo, entre los cuales resaltan apariciones y mensajes de Nuestro Señor y de su Santísima Madre.

Una promesa de María Santísima para nuestros días

     Una de esas apariciones se dio en el año 1628. Nuestra Señora del Buen Suceso se presentó llevando a su Divino Infante en su brazo derecho, y dirigiéndose a la venerable religiosa, le dijo:

     “Levanta ahora tus ojos y mira al cerro Pichincha, donde verás crucificado a este mi Divino Niño, que llevo en mis brazos. Lo entrego a la Cruz para que conceda siempre buenos sucesos a esta tierra [la futura República], que será muy feliz cuando en toda su extensión me conozcan y me honren bajo esta advocación, pues tendrán buen suceso en las almas, en las casas y en las familias, y esta advocación será prenda de salvación”.

     A continuación, la Madre Mariana vio a los Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael acercarse a la Reina del Cielo, y tomar al Niño de sus brazos para llevarlo al monte Pichincha, que domina la ciudad de Quito y está jalonado por espinos de los que brota una delicada flor. Dejaron al Divino Infante en la cima del cerro, con reverente acatamiento, y luego desaparecieron.



Quito, erigido al pie del Monte Pichincha.
En la foto, con la cumbre cubierta de nieve



El Niño Jesús toma la incipiente nación como propiedad suya

     Nuestro Señor, con una expresión dulcemente majestuosa, tomó el aspecto de un niño de entre 12 y 15 años. Se postró en el suelo como con los brazos extendidos en una cruz y oró a Dios Padre para que mirara con favor al [futuro] Ecuador. El Divino Niño rezó así:

     “Padre mío y Dios Eterno, considera benigno esta pequeña porción de tierra que hoy me entregas, para que en ella reine, como Señor absoluto, mi amoroso y tierno Corazón y el de mi Madre Santísima, criatura tan pura y tan bella cual otra no hay.

     “Quiero orar en este monte como lo hice en Getsemaní, pidiéndote para Mí todas las almas que lleguen a poblar estas tierras, para librarlas de la ira diabólica que tanto las amenaza. Quiero salvar a todos, y para esto tengo esposas vírgenes que, asociadas a Mí, elevan sus manos suplicantes delante del trono de Tu Majestad, cuales tórtolas inocentes gimiendo siempre al pie de mi sagrario”.

     El Niño Jesús también pidió al Padre Eterno por el Convento de la Inmaculada Concepción de Quito, en el que almas crucificadas y justas imitarían a Dios y a su Santísima Madre, conteniendo el brazo de la cólera Divina, para que su Justicia no caiga sobre su querida Patria.

     Terminada su oración, se escuchó una voz grave que decía desde el Cielo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien encontré siempre mis complacencias. Escúchenlo e imítenlo”.

     Luego, una luz celestial envolvió toda la montaña, y el Niño Jesús se levantó y, de pie, arrimó su espalda a una cruz con la inscripción INRI en su tope. De su brazo izquierdo colgaba una corona de agudas espinas; a su derecha colgaba una estola blanca. Los tres Arcángeles reaparecieron: San Gabriel llevando una Hostia blanca; San Miguel llevando una larga túnica blanca salpicada de estrellas; San Rafael, un manto de un magnífico color rosa jamás visto en esta tierra.

     El Niño Jesús se vistió con la túnica blanca, la estola, y encima se colocó el magnífico manto. Luego se acercó a la cruz, tomó la corona de espinas y la colocó sobre su cabeza. Extendió los brazos y permaneció a manera de crucificado, pero sin que aparecieran clavos ni en las manos ni en los pies. Por sus mejillas corrían grandes lágrimas, que fueron recogidas por los Arcángeles San Miguel y San Rafael y dispersadas por toda la nueva nación. Luego ordenó a San Gabriel que colocara la Hostia detrás de su cabeza, donde se convirtió en una especie de aureola. Tres rayos de luz resplandeciente salieron de ella. En el rayo superior ascendente apareció la palabra AMOR, en el rayo hacia la derecha, ECUADOR, y en el rayo hacia la izquierda, ESPAÑA.

La tristeza y la alegría reflejadas en las palabras del Niño Jesús



Imagen del Divino Niño Jesús de la Cruz del Pichincha,
que se venera en la iglesia que pertenece
al Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito
 



     Su rostro reflejaba un dolor intenso, pero también una serena alegría de sufrir por aquellos a quienes amaba tanto.

     Desde la cruz, su mirada abarcó toda la nación. Su cabeza, inmóvil, apenas inclinada un poco a la derecha; y mientras gotas de sangre caían de las heridas de sus manos, pies y frente, fijó su mirada en la incipiente nación y dijo estas palabras:

     “No puedo hacer más por ti para mostrarte mi amor. Almas ingratas, no me paguen con desprecios, sacrilegios y blasfemias tanto amor y delicadezas de mi Corazón...”.

     Si bien el Niño Jesús hizo luego alusión a las religiosas del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, sus palabras pueden ser perfectamente asumidas por todos y cada uno de quienes las lean:

     “Al menos ustedes... sean mi consuelo en mi soledad eucarística. Vigilen en mi compañía. No se dejen vencer por el sueño de la indiferencia hacia Dios, que tanto las/los ama. Sean siempre las heroínas/los héroes de su país durante los tiempos amargos y espantosos que le sobrevendrán. Su oración humilde, secreta y silenciosa y sus penitencias voluntarias la salvarán de la destrucción hacia la que la conducirán sus hijos ingratos, pues éstos, humillando y despreciando a los buenos, exaltarán y alabarán a los advenedizos satélites de Satanás”.

     De ese modo el Niño Jesús fue crucificado en el gran monte Pichincha.




La Consagración al Sagrado Corazón de Jesús, señal del Amor Divino hacia el Ecuador

     Seis años después, en 1634, Nuestra Señora del Buen Suceso revelaría una vez más el afecto que Dios había manifestado desde su fundación a este pequeño país:
"Amamos mucho esta pequeña porción de tierra, que algún día será Ecuador y será consagrada solemnemente al Sacratísimo Corazón de mi Divino Hijo. Entonces, a gran voz se proclamará de un extremo al otro del país: La República del Sagrado Corazón de Jesús”.

Incursión del liberalismo anticlerical laicizante en Ecuador

     Estas tierras habían dado a la Iglesia y a América glorias como Sor Mariana de Jesús Torres (1563-1635) y Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores (1618-1645), la Azucena de Quito. A esas y a otras almas escogidas, la Virgen Santísima se les había aparecido bajo diversas advocaciones, entre ellas, la del Buen Suceso.



Imagen Portentosa de Nuestra Señora del Buen Suceso


     El fervor religioso de ahí resultante tuvo, en el siglo XIX, ejemplos admirables como el del Presidente de la República Don Gabriel García Moreno y del insigne y santo educador Hermano Miguel, fallecido a inicios del siglo XX y posteriormente canonizado.

     De ese pasado glorioso han quedado, como legado para los ecuatorianos de hoy, unas fe y piedad admirables, y numerosos santuarios dedicados a la Santísima Virgen, que recuerdan sus apariciones y sus incontables favores. En varios de ellos se encuentran imágenes excepcionales muy veneradas por romeros de todo el país. Por ello bien se podría designar al Ecuador como el Sagrario de América Latina.

     Pero el ambiente de piedad católica en que el Ecuador forjó los inicios de su historia, y después el fervor acrecentado por la Consagración al Corazón de Jesús y luego al Inmaculado Corazón de María, no tardaron en ser combatidos por el espíritu liberal del Siglo XIX.

     En efecto, al igual que en el resto del continente, en el siglo XIX aparecieron en Ecuador corrientes liberales y laicistas, derivadas de las ideas de la Revolución Francesa, que fueron causa de una segunda expulsión de la Compañía de Jesús y del asesinato del Presidente García Moreno, en 1875. Fue éste un gran estadista católico que consolidó la nación ecuatoriana, impuso disciplina al ejército, acabó con los caudillismos, moralizó al clero y a la población e impulsó, además, un progreso material reconocido por historiadores internacionales y hasta por sus adversarios. Pocos años después de su muerte, también fue asesinado el arzobispo de Quito, Monseñor José Ignacio Checa y Barba, con veneno puesto en el vino para la consagración. Se desató, en lo subsiguiente, una ola de persecuciones contra la Iglesia y de anticlericalismo; la educación adoptó una línea acentuadamente antirreligiosa y se introdujo el divorcio en la legislación.

Quito, siglo XIX. Plaza de San Francisco y Plaza Grande 


     Gravemente limitado el influjo de la Iglesia en el ámbito temporal, y siendo las clases influyentes erosionadas por las frivolidades del mundo moderno, el país se vio arrastrado por diversas formas de demagogia que le causaron un inmenso daño. A pesar de la arraigada religiosidad de la población, el estado adquirió un tono laicista; la masificación fue corroyendo los valores tradicionales; las costumbres decayeron, y el antiguo orden fue quedando reducido a vestigios.

     El siglo pasado, grandes sectores de la población fueron seducidos por mandatarios populistas que, después de un rápido desgaste, en ocasiones terminaron depuestos por golpes militares aparentemente deseosos de restaurar el orden. Sin embargo, el elemento castrense no tardaría en abrir de nuevo el camino a políticos que practicaron la misma demagogia. Se hacían sentir de este modo las consecuencias de haber privado al país de una recta orientación doctrinal y moral de inspiración católica en los asuntos de interés público.

     Por la propia dinámica del proceso revolucionario*, los errores liberales y laicistas suscitaron y abrieron paso a las aberraciones socialistas y marxistas, beneficiarias directas de la labor engañosa de la izquierda católica (los católicos izquierdistas infiltrados en el clero). Con ello, el piadoso pueblo ecuatoriano va siendo empujado a una situación paradójica: a saber, la de vivir esa piedad en medio de una situación sociopolítica que se configura de izquierda crecientemente radical y anticristiana.


Siglo XXI. La Revolución anticristiana
busca introducir en el Ecuador toda serie de vicios,
especialmente por medio de gente extranjera sin fe



     Pidamos al Niño Jesús de la Cruz del Pichincha y a Nuestra Señora del Buen Suceso la gracia insigne de rezar y de actuar para que nuestra nación no perezca en las aguas infectas y profundas del socialismo igualitario y anticristiano, sino que pueda, en cambio, llegar a la plena correspondencia a los designios que la Providencia ha determinado para ella desde sus albores.


Nota:
*Con la expresión "proceso revolucionario" nos referimos a la serie de acontecimientos religiosos y políticos que desde hace cinco siglos a venido erosionando la Cristiandad, tal como el líder e intelectual católico brasileño Plínio Corrêa 
de Oliveira lo ha dejado magistralmente explicado en su obra Revolución y Contra Revolución.

4 Comentarios:

  1. Gracias, estoy compartiendo toda su información con un grupo de oración.
    También voy a poner en el chat de Radio Maria Cuenca

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  2. Gracias que hermosa información

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  3. Así lo haré, gracias

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  4. Divino Niño del Pichincha vuelve a esparcir tus lágrimas

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