Doña Lucilia y su hijo, Plínio Corrêa de Oliveira |
Todo el mundo sabe que, detrás de cada gran hombre, siempre hay una gran mujer. La historia está llena de ejemplos…
Doña Lucilia Ribeiro dos Santos, la madre de nuestro inspirador, Plinio Corrêa de Oliveira, nació un 22 de abril, de 1876, y falleció un 21 de abril, de 1968. En la celebración de sus dos aniversarios, de nacimiento y fallecimiento, hemos querido dedicar a ella, un pequeño homenaje publicando unos trechos de dos entrevistas concedidas a la revista católica peruana Tesoros de la Fe, por dos personajes que la conocieron.
El primero, uno de los hombres que más contribuyó al brillo y encanto de la arquitectura brasileña de nuestro tiempo, el Dr. Adolpho Lindenberg, sobrino de Doña Lucilia, y por tanto primo del Dr. Plinio, es fundador de la Constructora que lleva su nombre y que marcó época en el Brasil, logrando imponer un estilo propio —al mismo tiempo tradicional, de alta categoría y de notorio carácter— y preside hoy el Instituto Plinio Corrêa de Oliveira, que rememora y prolonga la obra del insigne varón católico.
Esta breve reseña quizá en algo pueda a ayudar a edificar a las madres de hoy en la ardua tarea que tienen en nuestro mundo decadente.
"Si quisiésemos destacar la nota característica de su personalidad, yo diría que tía Lucilia encarnaba el ideal perfecto de la madre católica, en toda la extensión del término".
Hablando de su recordada tía, esto dice el Dr. Adolpho:
"Para una mejor comprensión de la personalidad de Plínio, nada más adecuado que comenzar por conocer de cerca la figura muy especial, que me es muy próxima y muy querida, que fue su madre, tía Lucilia, hermana de mi madre.
"Si quisiésemos destacar la nota característica de su personalidad, yo diría que tía Lucilia encarnaba el ideal perfecto de la madre católica, en toda la extensión del término. No sólo de madre, sino también de esposa, hija y tía. Siendo ella la mayor de las hermanas, cuidó de la abuela durante el largo período de su enfermedad, como era la costumbre de aquellos tiempos. 'Lucilia se anuló, se alejó de todo para cuidar a su madre, día y noche, como si fuese una enfermera': este era el comentario más frecuente sobre ella, hecho por la parentela, que conservé en la memoria. Con el correr del tiempo, pude valorar cuán penosa debe haber sido esa misión, pues la abuela fue una persona con innumerables cualidades, pero la paciencia ciertamente no era la mayor de ellas.
"La razón de su 'anulación', sin embargo, conforme pude observar a lo largo de los años, se debe al hecho de que ella, siendo católica a ultranza, monarquista y tradicionalista, no pactó de modo alguno con el relajamiento de las costumbres, con las modas extravagantes ni con la glorificación del progreso; en fin, con aquello que pasó a denominarse 'mundo moderno'. En esta postura, ella fue la fuente de la aversión de Plinio a todo cuanto era modernizante, poco ceremonioso e igualitario".
"Doña Lucilia fue la fuente de la aversión de Plínio por todo cuanto era modernizante, poco ceremonioso e igualitario".
"Quien no conoció a tía Lucilia, tendrá dificultad para entender al hijo. Fueron muy próximos la vida entera, con temperamentos y gustos en perfecta sintonía. Él hacía de todo para agradarla, y ella, a su vez, tenía la atención totalmente puesta en su hijo. Me acuerdo de que todos los días Plínio, ya hombre hecho, después de la cena reservaba veinte minutos para conversar con ella, hábito ese que mantuvo hasta cuando estaba ocupadísimo con trabajos urgentes.
"Después que él sufrió un revés en su labor apostólica, ella lo consoló con una frase que sintetizaba perfectamente su modo de sentir las cosas: 'Hijo mío, lo importante en la vida es estar juntos, mirarse y quererse bien'. Y eso ellos lo practicaban. El resto, sea lo que sea —ambiciones, éxitos, fracasos–– para ella contaba mucho menos. Plínio siempre recordó esta frase hasta el fin de su vida, edificado y nostálgico.
"Me acuerdo muy bien de tía Lucilia, viniendo a visitarme cuando yo estaba enfermo, acometido por las clásicas dolencias de la infancia. Ella me leía Los tres mosqueteros y tantos otros libros que exaltaban el heroísmo, la fidelidad y la unión más absoluta entre los amigos. Inútil decir que la lectura era salpicada por consejos, advertencias sobre los peligros que encontraría a lo largo de mi vida, además de mil agrados. ¿Habrá ella tenido conciencia de que, haciéndolo así, me estaba preparando para convertirme en un fiel seguidor de su hijo?"
Una dama ceremoniosa y acogedora: "Tengo la certeza de que nunca vi —y creo que pocas personas vieron— una mirada tan dulce, expresiva, acogedora y profunda como la de tía Lucilia".
"Tía Lucilia nunca tiñó ni usó corto el cabello, no se pintaba, usaba vestidos discretísimos. En otras palabras, se tenía la impresión de que era una señora de una generación anterior, ceremoniosa y acogedora. Su mayor atributo era la mirada. Tengo certeza de que nunca vi —y creo que pocas personas vieron— una mirada tan dulce, expresiva, acogedora y profunda. ¿Triste? ––se podría preguntar. A veces, sí; melancólica, no. Voy a intentar recordar, en pocas palabras, un trazo muy huidizo de esa mirada, sobre la cual nunca vi a nadie referirse: al hablar con sus sobrinos o con los jóvenes que frecuentaban la casa, se veía en su mirada como que un desafío, un reto, un convite para que enfrentasen las vicisitudes de la vida —la cruz, que todos tenemos que cargar— con gallardía, ánimo y alegría; pues no pensemos que ella, por razones de su aislamiento, enfermedades y cierta carencia de recursos materiales, se sintiera menos feliz que ellos.
"Para ella, la resignación, la connaturalidad con el sufrimiento, la noción de que los valores fundamentales de la vida son de orden moral, hacían parte de su modo de vivir y de observar las cosas. Según ella, existe entre el bien y el mal una oposición radical, adversa a concesiones o a medios términos. Dios existe, Nuestro Señor fundó la Iglesia, que es infalible y nos debe guiar. Sus devociones principales fueron hacia el Sagrado Corazón de Jesús y hacia la Santísima Virgen. El resto le era totalmente secundario, y sólo valía en la medida en que fuese virtuoso, bello y consonante con la doctrina católica. El pecado, la fealdad, la suciedad, la anormalidad se equivalen, y deben ser rechazados con toda la fuerza del alma.
"No tengo dudas de que las devociones de tía Lucilia y su visión del mundo —sencillas por un lado, plenas de certeza por otro— fueron transmitidas, por la leche materna, a su hijo muy querido".
Doña Lucilia reflejo de mucha bondad, de amenidad y de ceremonia en el trato.
La otra entrevista fue hecha al Dr. Luiz Nazareno de Assumpção Filho.
Nacido en la ciudad de São Paulo en 1931, ingresó al "grupo de Plinio" desde muy joven, en 1950; se destacó como uno de los primeros y más ardorosos propagandistas y colaboradores de la revista Catolicismo, fundada en 1951; abogado graduado en la Universidad de São Paulo, fue en 1960 uno de los signatarios del acta de fundación de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, ejerciendo en las décadas siguientes diversos cargos de dirección en la entidad. Falleció el 16 de enero del 2009
Tesoros de la Fe — ¿Qué impresión más especialmente guarda Ud. de Doña Lucilia?
Dr. Luiz — La de una señora muy y muy afectiva, como jamás he visto. La "fiesta" que le hacía al hijo, cuando él entraba en casa, despertaba en mí la impresión de una relación entre madre e hijo por encima de los padrones que conocía. Me pasó cierta vez, en los ultimísimos años de Doña Lucilia, oír desde una sala contigua la lectura que el Dr. Plinio le hacía de una revista francesa, Plaisir de France, que yo compraba y se la prestaba a él para entretener a su madre los domingos en la noche. Explico por qué yo oía de lejos: Doña Lucilia estaba con la audición debilitada, y su hijo hablaba alto para que ella oyera. El diálogo del hijo adulto con su madre nonagenaria era conmovedor.
Doña Lucilia encarnaba a la dama muy ponderada y celosa de su casa. Sus juicios reflejaban el aprecio por las conductas personales que juzgaba serias y adecuadas. Así es que, cierto día, le dijo al Dr. Plinio: "Hijo mío, qué buen uso hace Luizinho de su herencia, comprando revistas como ésta".
Guardo de ella una impresión de mucha bondad, aliada a una ceremonia en el trato, sin nada de rígido. Por el contrario, muy ameno.
Tesoros de la Fe — Disculpe Ud., por hacerle preguntas un tanto personales, pero creemos que a nuestros lectores les agradaría mucho estos aspectos poco conocidos del Dr. Plinio —por así decir, las petites histoires— episodios casi que domésticos, o a veces revestidos de alguna intimidad, que no se encuentran en los libros sobre su vida y obra.
Dr. Luiz — Entonces registro aquí otro episodio doméstico: Doña Lucilia era una ejemplar ama de casa, y se preocupaba de mantener una mesa muy bien servida para su hijo que, a su vez, era "buen tenedor". Una persona de la familia, comentando con ella el trabajo y tiempo que le tomaba poder satisfacer al Dr. Plinio, recibió una respuesta gentil, pero firme: "Es porque Plinio cumple su deber mejor que los demás".
Muy buen hijo, intentaba, a pesar de sus absorbentes quehaceres diarios —pues acostumbraba trabajar con ahínco en su vida profesional, además de dedicar gran tiempo a la causa católica— distraer a sus padres a la hora de las comidas. Sobre todo a su madre que, en virtud de su espíritu conservador y serio, padecía de aislamiento social. El mundo se modernizaba, pero ella no quería, con justa razón, seguir esa tendencia.
El Dr. Plinio, como todos saben, estaba dotado de un extraordinario don de conversación. La suya era de las mejores prosas de São Paulo. Reservaba así para su madre todo el arte de entretenerla, permitiéndose, no raras veces, pequeñas y alegres provocaciones. Como respuesta recibía una simple sonrisa.
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