Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará





     No hubo dicotomía entre la vida pública del Presidente Gabriel García Moreno y su vida privada. De él se conserva un plan de reforma interior que trazó luego de hacer una tanda de Ejercicios Espirituales. Dividía en dos partes su programa. En la primera, que se refiere a su vida pública, se obligaba a no decidir nada sin pensarlo o sin hacerse asesorar convenientemente; a escribir todas las mañanas lo que había de realizar en el día; a hacerlo todo exclusivamente ad maiorem Dei gloriam, a la mayor gloria de Dios.

    Su vida particular, nos muestra al hombre que busca la perfección, dejando traslucir sus luchas interiores, su sed de Dios, su temperamento místico. Se impone la obligación, en la oración de la mañana, de «pedir particularmente la humildad»; de trabajar de un modo útil y perseverante y de distribuir bien su tiempo; de contenerse pensando en Dios y en la Virgen; de no dejarse llevar por la cólera, siendo amable aun con los importunos; de hacer examen de su conducta antes de comer y de dormir; de poner actos de humildad y desearse toda clase de humillaciones, «procurando no merecerlas», y de alegrarse de que censuren sus actos y su persona; de oír misa, rezar el rosario y leer el Kempis diariamente; de conservar la presencia de Dios y de confesarse una vez por semana. Luego vienen dos propósitos.

     Hará examen general de su vida cada noche, y examen particular dos veces al día, sobre la humildad, la modestia, la caridad y la paciencia. En las dudas y tentaciones se habrá como si estuviese en la hora de su muerte, preguntándose: «¿Qué pensaré de esto en mi agonía?». Tratará de mantenerse lo más conscientemente posible en la presencia de Dios, sobre todo al hablar, para refrenar la lengua. Evitará, con toda prudencia, las familiaridades. Leerá todas las noches, después del Kempis, «éstas y las otras instrucciones». No hablará de él como no sea para mostrar sus defectos o malas acciones. Levantará su corazón a Dios, ofreciéndole sus obras antes de empezarlas. Se mortificará todos los días, menos los domingos, con cilicios y disciplinas.

     El Kempis fue su libro de cabecera. Siempre lo llevaba consigo. Lo leía, lo releía, recurría a él en circunstancias puntuales, en la catedral, en su casa, o cuando en los viajes pernoctaba en algún mesón. A pesar de sus absorbentes ocupaciones, consagraba diariamente media hora a la oración mental. «Si los reyes hiciesen todos los días media hora de oración –decía Santa Teresa–, cuán presto se renovaría la faz de la tierra».

     Cuando rezaba en las iglesias, se lo veía tan absorto en la oración, que a veces hablaba en voz alta, sin reparar en ello. Más de una vez se le oyó exclamar: «¡Señor, salva a Ecuador!». El secreto de su vida de estadista fue, como se lo había propuesto: «conservar siempre la presencia de Dios». Varias personas que entraron en su despacho nos cuentan que a veces lo encontraron arrodillado ante un crucifijo. Era conocida su devoción a la Cruz. Al ser sorprendido, se levantaba sonriendo, un poco ruborizado, y pedía disculpas por no haber advertido la presencia del visitante o del empleado.

García Moreno rezando el Rosario junto a su gabinete 

     Especial era su devoción a la Santísima Virgen, cuyo escapulario llevaba. Todas las noches, rodeado de su familia, así como de sus ayudantes y sirvientes, rezaba el rosario, al que agregaba una lectura piadosa, que solía comentar con unción y fervor. Había ingresado en la congregación mariana que los jesuitas dirigían en Quito. El grupo de los varones contaba con dos secciones, una para sus miembros más importantes y otra para la gente sencilla. Enteróse García Moreno de que en la primera había personas de mucha influencia pero que políticamente no coincidían con él, y pensando que su presencia podría resultarles embarazosa, le pidió al padre encargado estar en el otro grupo. Al padre no le pareció del todo bien. Pero el Presidente insistió: «No, padre, mi puesto está en medio del pueblo». Y asistía puntualmente a las reuniones, como uno más, sin la menor singularidad.

     Particular devoción mostraba por San José. Precisamente en aquellos años, Pío IX lo había proclamado patrono de la Iglesia universal, debiéndose celebrar su fiesta el 19 de marzo. Dicha designación no encontró el menor eco entre los reyes y presidentes de las naciones. En el Ecuador, en cambio, se le dio singular relevancia. Ese día fue declarado feriado nacional, celebrándose en todo el

     Ese día fue declarado feriado nacional, celebrándose en todo el país con gran solemnidad. También veneraba de manera especial a la beata Mariana de Jesús, llamada la Azucena de Quito. Sufría al ver su culto poco honrado por la gente, y sus reliquias casi olvidadas en una iglesia. Durante su primera presidencia entregó una parte de su sueldo para embellecer el santuario que se le dedicó, donde luego serían trasladados sus despojos mortales. Más tarde dispuso que se le hiciese una urna magnífica para conservar dichos restos.

     Pero lo que más valoraba García Moreno era la Sagrada Eucaristía. Así nos lo testifica un profesor alemán, que lo había tratado de cerca, acompañándolo con frecuencia a esa finca donde iba algunas veces a descansar.

     «Siempre me estaba edificando –escribe–, por su bondad, y su amabilidad encantadora, que sin embargo era grave, y sobre todo por su profunda piedad. Por la mañana, a la hora de la misa, iba a su capilla, preparaba por sí mismo los ornamentos y ayudaba la misa en presencia de su familia y de los habitantes del lugar. Si le hubieseis visto con su elevada estatura, sus facciones pronunciadas, sus cabellos blancos y su continente militar; si hubieseis podido leer como nosotros, en aquella fisonomía el temor de Dios, la fe viva, la piedad ardiente de que su corazón estaba henchido, comprenderíais el respeto que infundía a todos la presencia de este hombre del Señor».

El Presidente mártir cargando la Cruz en Viernes Santo 

     En las procesiones de Corpus se lo veía con su uniforme de general en jefe y todas sus condecoraciones, tomando el guión y precediendo al palio. Un día, en que el calor era sofocante, le pidieron que se pusiera el sombrero para evitar una insolación, pero él declaró que delante de su Dios no se cubría. Le gustaba acompañar al Viático, cuando advertía que lo llevaban por las calles a algún enfermo de gravedad.


Tomado de artículo del Padre Alfredo Sáenz, SJ. gratisdate.org


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