Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará

 




La Santísima Virgen le pide a la Madre Mariana de Jesús Torres mandar a elaborar la imagen de Nuestra Señora del Bien Suceso y predice la crisis religiosa del siglo XX.


     En su primera aparición a la Madre Mariana, el 2 de febrero de 1594, así como en la segunda, el 16 de enero de 1599, Nuestra Señora del Buen Suceso le había ordenado la confección de una imagen que debía ser colocada en el trono de la abadesa, de donde como Señora, Madre y Priora absoluta del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, gobernaría su querida comunidad hasta el final de los tiempos. Entre 1599 y 1610, María Santísima había amonestado en repetidas ocasiones a su predilecta hija por la demora en la ejecución de su pedido. 

     En dicho periodo, el Monasterio había experimentado un período de revuelta interna por parte de una facción de monjas decadentes, quienes llegaron incluso a encarcelar injustamente a la Madre Mariana dentro del convento, en cuatro ocasiones, además sufrió ella un infierno místico durante cinco años para salvar el alma de la líder de la rebelión. De alguna forma, éstos, como otros hechos, habían motivado la demora de la santa abadesa en el cumplimiento del pedido de la Reina del Cielo.

     La vida espiritual de la Madre Mariana de Jesús Torres era la culminación de grande santidad y heroísmo religioso. Su oración era continua, el ejercicio de su humildad, incesante. Conmovía al Corazón de Dios, que la presenteaba con dones inefables, directamente por medio de su Madre Santísima 

     El 20 de enero de 1610, la Madre Mariana se encontraba rezando a la medianoche, como era su costumbre, y luego de manifestar con filial confianza a la Madre del Cielo, su insignificancia y sus temores, terminó su oración y su ejercicio de penitencia a la 1 a.m., del día 21, dio gracias por los favores recibidos, alistándose para ir a descansar brevemente pues debía regresar, como siempre lo hacía, a las 3 a.m., para otra hora de oración.

     De repente, sintió que su corazón palpitaba con santa alegría, ardiendo con transportes de amor y deseos por el Cielo y de sufrir aún más de lo que ya había sufrido para imitar a su Divino Esposo y Modelo, Jesucristo, mientras los santos ángeles contemplaban atónitos el abismo de santidad de aquella débil mujer.

Los tres Embajadores Celestiales

     Entonces el coro se vio repentinamente inundado de un esplendor celestial, un favor nada común para esta humilde y santa religiosa a quien Dios le otorgó tantos privilegios.

     En medio de este brillo refulgente, vio la llegada de los tres arcángeles, san Gabriel, san Miguel y san Rafael, que aparecían ante ella como mensajeros de su Reina Celestial, acompañados por innumerables ejércitos  angelicales.


El arcángel san Gabriel y la Madre Mariana de Jesús Torres.

     Acercándose a ella, tomó la palabra el embajador celestial de la Encarnación del Verbo Divino, san Gabriel, y le dijo:

     "Esposa privilegiada del Verbo Divino, hija elegida del tierno corazón de mi Reina, María Santísima; mi querida hermana, vengo con un mensaje del Cielo para decirte que dentro de poco hablarás con tu Santa Madre y nuestra Soberana Reina. Para esto, he venido a iluminar tu inteligencia para que conozcas la veracidad de ésta y de las demás apariciones y no des jamás oídos a la duda, pues eso significaría una enorme ingratitud tuya para con Dios".

     Entonces el ángel lanzó un rayo luminoso que penetró en la mente de esta afortunada religiosa, disipando sus miedos y vacilaciones, del mismo modo como lo hace el sol, cuando irrumpe de repente en medio de una mañana oscura y sus brillantes rayos dan inicio a un nuevo día.

     Luego intervino el arcángel san Miguel, quien le dijo:

     "Criatura feliz y muy amada por la Santísima Trinidad, ¡que Dios esté contigo!

     "Soy enviado desde lo alto para fortalecer tu débil corazón y al mismo tiempo, abrirlo para beneficiarse con la abundancia de gracias divinas que recibirás cuando hables con tu Santísima Madre, mi Soberana Reina. Y afirmándote en una sólida humildad, confundidos e imposibilitados quedarán para hacerle algún daño, los espíritus malignos que por su desobediencia fueron arrojados del Cielo al profundo abismo".

     Y lanzó en el corazón de la Madre Mariana de Jesús un rayo luminoso en el corazón de la Madre Mariana de Jesús, que penetró su corazón hasta sus fibras más profundas, abrazándola con un fuego sobrenatural. Se sintió entonces capaz de emprender los mayores actos por el amor de Dios y su Madre celestial. Al mismo tiempo, se dio cuenta de la nada de su propio ser, así como del amor infinito de su Dios, que le había predestinado el singular favor de tratar  con la Divina Majestad y María Santísima con familiaridad.

     La Santísima Virgen le confiaría sus secretos y otros hechos destinados a la propagación en esa Colonia, que se sería después la República del Ecuador, de una nueva y eficaz devoción mariana bajo la dulce y consoladora advocación de Nuestra Señora del Buen Suceso. Por medio de esta devoción, Nuestro Señor obraría grandes milagros, tanto espirituales como temporales, en primer lugar en su Comunidad religiosa, que en ella siempre encontraría protección; en segundo lugar, para los fieles devotos, sobretodo para los de fines del siglo XIX y en el sigloXX, que sería el preferido de Su Corazón, porque en ese período se desataría el infierno para perder muchas almas.

     Finalmente, el arcángel san Rafael se le acercó y le dijo:

     "Feliz criatura, a quien la liberalidad Divina te ha concedido vivir aún en carne mortal, como bienaventurada, pues el Divino Redentor te tomó como su esposa predilecta desde tu tierna edad y te envió cruces y sufrimientos para purificarte, preparándote para que puedas tratar íntimamente con Su Divina Majestad y con mi Soberana Reina, María Santísima Inmaculada, Virgen de las Vírgenes.

     "El Señor te incumbió mandar a esculpir la imagen de Su Santísima Madre según las indicaciones que Ella te dio, la cual será venerada sobre todo en los siglos futuros.

     "Fui enviado a curar tu ceguera mental para que creas en la veracidad de las apariciones, de las que, hasta ahora, has dudado por incauta. A partir de hoy, verás las cosas más claramente y se disipará tu duda que Dios tanto aborrece".

     Un rayo translúcido, lanzado esta vez por el arcangel Gabriel, atravesó la mente y el corazón de la Madre Mariana, quedando su ser todo iluminado. Pudo entonces ver con gran claridad toda su vida y todas las gracias y favores que recibiría por bondad de Dios y Su Santísima Madre.

     Conoció también la veracidad de todas las apariciones y cuán necesarios habían sido  todos los sufrimientos por los que había pasado, padeceres inseparables para toda alma llamada por Nuestro Señor a un camino extraordinario.

Su respuesta a los Divinos Soberanos


     

     Llena de gratitud hacia  Dios y su bendita Madre, la Venerable Abadesa respondió a los los mensajeros de Dios, los tres arcángeles, en presencia de los espíritus angelicales que los acompañaban:

     "Príncipes santos y fieles  mensajeros de los Reyes del Cielo, les agradezco por haber iluminado mi comprensión y fortalecido mi corazón, disipándome la ceguera —a mí, que soy la más pequeña de las criaturas que existen en la tierra—. Glorifico al Señor por las cosas maravillosas que ha hecho en mí, sin ningún merecimiento personal.

     “Regresen entonces al Cielo para decir a nuestros Soberanos Divinos que esta pobre esclava de sus Majestades, postrada en el suelo, los espera para que hagan con ella lo que quieran, pues mi corazón y todo mi ser les pertenecen, y que cual pequeña gota de rocío, me pierdo en la inmensidad del Ser Divino".

     Los mensajeros celestiales partieron presurosos hasta la  presencia de Dios, de cuya parte habían venido, y presentando la oración humilde y el aniquilamiento de esta feliz alma en el claustro, se regocijaron de haber sido elegidos para tal misión.

     Mientras tanto, la Madre Mariana de Jesús, postrada en el suelo, con los brazos extendidos en forma de cruz y el rostro  en el suelo, meditaba en su insignificancia y contemplaba la grandeza de Dios, la verdad de los favores divinos y agradecía al Creador por haberla predestinado para tan altos beneficios, ofreciéndose a Nuestro Señor para todo lo que Él podría desear. Su corazón estaba de tal forma inflamado con fuego amoroso que, de no ser milagrosamente sostenida por Dios, su vida habría sido consumida por su ardor divino, liberando su alma de su esclavitud al cuerpo, que en nada hacia peso a esta afortunada criatura.

Continuará...

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