Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará

 




     Luego de su coloquio lleno de sacralidad con los tres arcángeles, la Madre Mariana de Jesús Torres permaneció postrada en el suelo, con los brazos extendidos en forma de cruz hasta las 2 de la mañana del 2 de febrero de 1634. Entonces, se le apareció la Aurora Divina —Nuestra Señora— llevando en sus brazos el Sol de la Justicia. La Reina Celestial se dirigió a ella con estas palabras:

    "Levántate del suelo en el que yaces, hija predilecta de mi corazón materno y esposa amada de mi Divino Hijo. Tu humilde entendimiento ha atraído mi corazón, así como el orgullo que reina en esta pobre colonia quiere apartarlo de mí, pero como tengo en este Monasterio hijas fieles y amorosas, y entre ellas, tú, mi predilecta, vengo como siempre a contarte mis secretos".

     La Madre Mariana de Jesús se levantó y se encontró delante de ella, justo en el coro, a una distancia de metro y medio, con una hermosísima Señora, adornada de atractivos y encantos celestiales, rodeada de una luz tan resplandeciente como si estuviera en medio del sol. En su brazo izquierdo llevaba a su preciosísimo Niño, y en el derecho, un lindo y vistoso báculo, tal como en las apariciones anteriores.

     En su brazo derecho llevaba también unas palomas raquíticas y enfermizas que intentaban zafarse del brazo de su Madre, pero el Niño Divino las detenía y entretenía, agradándolas, acariciándolas y ofreciéndoles el Pan Eucarístico, sin embargo ellas giraban la cabeza a un lado para no tomar el Maná. Su buena Madre, María Santísima, les hablaba con cariño  maternal, sin embargo, ni siquiera le prestaban atención. Se sentían obligadas a estar junto a la Señora y se debilitaban cada vez más. Ante tanto desdén y después de agotar todos los medios de la caridad y del amor, el Niño Divino las tomó y las arrojó al mar tempestuoso del mundo, donde, sin la fuerza que necesitaban para sobrevivir en la superficie, se sumergían en el profundo abismo. Lo único que quedaba era el eco de un lamento desesperado de quien tarde reconoce que, por falta de vigilancia, perdió  un bien que pudo llegar a poseer y gozar completamente, a cambio de apenas un poco de esfuerzo, sufrimiento y sacrificio.

     La Madre Mariana permanecía absorta con todo lo que veía, especialmente ante la singular belleza de su Madre del Buen Suceso, a quien ya conocia en otras ocasiones.

     Al verla nuevamente ante ella, recordó los sufrimientos que le causaban, por un lado, el ver a Dios ofendido en la ingrata Colonia y por otro, las necesidades de su Monasterio tan querido, y pensó en manifestar estas cosas a su poderosa Madre y Reina poderosa.

     Pese a que estaba convencida de que quien se le aparecía era realmente Nuestra Señora, la humilde Mariana de Jesús se dirigió a Ella de esta manera:

    "Bella Señora, que atraes  mi corazón y lo elevas a Dios, dime ¿quién eres y qué deseas? ¿No ves el gran abismo que existe entre tú y esta criatura tan vil?".


Coro alto del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito 

     Entonces la Reina del Cielo le respondió:

     "Es verdad hija querida que existe un gran abismo entre las criaturas y el Creador, pero para que puedan acercarse a Él sin temor, se hizo carne sujeta al sufrimiento y a la muerte en mi seno purísimo, y yo, sin dejar de ser virgen, me convertí en la Madre de Dios; también soy la Madre de todos los mortales, tanto los justos como los pecadores.

    "A los justos me manifiesto y comunico. A los pecadores los llevo hasta Dios y hacia mí, unas veces con secretas inspiraciones y otras con grandes tribulaciones. ¡No puedes comprender cuánto amamos a las almas, Dios y yo! Todas fueron creadas para el Cielo, pero una gran multitud se pierde porque se niegan a sufrir y a hacerse un poco de violencia.

      "¿Viste esas palomas enfermizas? Has de saber hija mía que se trata de las religiosas infieles a su vocación y que vivirán aquí en mi amado Convento a lo largo de los siglos.

    "¿Viste con cuanto mimo y cariño las hemos tratado mi Santísimo Hijo y yo? Siempre actuaremos así, atrayéndolas y alimentándolas con el Pan Eucarístico. Pero, ¡ay, qué ingratas! Nos dan la espalda. Por eso, agotadas la misericordia y la paciencia de mi Santísimo Hijo, fueron  abandonadas en el turbulento mar del mundo, en donde, oprimidas por sufrimientos y penas, y atormentadas por el gusano roedor de sus inquietas conciencias, cuántas de ellas ¡terminarán sus vidas miserablemente y se perderán!

     "Míralas bien, para que puedas conocerlas a todas".

     Entonces la Madre Mariana de Jesús vio y reconoció claramente a todas y cada una de las religiosas infieles que vivirían en su amado Convento, desde la primera a la última, hasta el final de los tiempos.

Pasillo que lleva al coro alto del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito.

     Su caridad maternal quiso intervenir ante la Justicia Divina y rogó por ellas, pero la Reina del Cielo continuó hablando de esta manera:

     "Hija, ni tú ni yo podemos evitar tal desgracia, ya que Dios respeta el libre albedrío de sus criaturas. No les faltan luces, gracias, inspiraciones y el consejo caritativo y las advertencias de sus Superioras, así como el ejemplo de muchas buenas hermanas que rezan por ellas y las amonestan dulcemente. Ellas, sin embargo, permanecerán sordas y ciegas a todo.

     "Debido a su tibieza empedernida, Dios abandona justamente a esas almas, quienes por su propia voluntad se vuelven indignas de la gracia sublime de la vocación religiosa y reciben, como ven, su justo castigo.

     "Pero modera tu dolor querida hija al considerar  la enorme cantidad de almas fieles que, aquí en mi amado convento,  vivirán y morirán en abnegación y aislamiento, practicando las sólidas virtudes en heroica y oculta santidad. A través de ellas, en los siglos venideros, como a través tuyo, en estos tiempos, se aplacará la justicia divina”.

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