Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará






     La siguiente historia fue tomada del libro Madera para Esculpir la Imagen de una Santa, de autoría de Mons. Luis E. Cadena y Almeida, en el que relata la historia de la Venerable Madre Mariana Torres, vidente de Nuestra Señora del Buen Suceso en el Real Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito.

     El presente artículo se refiere a su primer mandato como Abadesa de dicho Convento. 

     Era el año 1594. La Madre Mariana había sido elegida abadesa del Real Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito a la edad de 30 años. Su gobierno corría por senderos normales de acierto y complacencia para las religiosas que se sentían hermanadamente unidas, asiduas para la oración y las penitencias, fervorosas para el servicio de Dios, alegres para la obediencia, cordiales entre sí y llenas de santos deseos de progresar en santidad y práctica de todas las virtudes. Y aunque la joven abadesa podía estar muy complacida con el progreso espiritual del convento, no faltaban, por otra parte, las angustias económicas para el sostenimiento del Monasterio y que le causaban preocupación. A eso se sumaba la amenaza que afloraba de la separación del gobierno fraternal de los "Hermanos Menores", como se les llamaba a los Franciscanos.

     Para que se mantenga el espíritu de unicidad y armonía entre las religiosas e impedir que el avispero de las preocupaciones del mundo llegasen a perturbar el sacrosanto claustro, la joven Abadesa no conoció mejor recurso que acudir al Sagrario de su templo que le atraía irresistiblemente y a cuyas plantas se sentía tan a gusto. 

NUESTRA SEÑORA DEL BUEN SUCESO APARECE POR PRIMERA VEZ

     El 2 de febrero de 1594, a la una de la mañana, mientras rezaba en el Coro Alto, postrada y con la frente en el suelo, pidiendo a Dios por intercesión de su Bendita Madre, que se dignara poner fin a las necesidades que acuciaban a su amado Monasterio y, sobre todo, que perdonara misericordiosamente a la ingrata humanidad, tan profundamente ensimismada en el pecado y tan desviada del camino de los Mandamientos.

     Antes, se había adentrado en un prolongado ejercicio de penitencia para luego proseguir su oración con un fervor cada vez mayor. De repente sintió como si hallara delante de alguna persona. Tembló su corazón, y luego escuchó que con especial dulzura la llamaban por su nombre. Se incorporó presurosamente y se encontró a su lado con una bellísima Señora, nimbada de gloria y esplendor, vestida con la saya blanca y la capa azul del hábito de monja, sosteniendo en su mano izquierda a un inefable Niño de celestial hermosura, mientras que en la mano derecha llevaba un báculo Abacial de oro bruñido y esmaltado de piedras preciosas.

     Según lo relatado más tarde a su Padre Director, su alma se inundó de tal manera de un gozo santo e indecible y de un amor intenso a su Dios y Señor que de no ser por una protección especial, habría expirado allí mismo.

     En medio de esos transportes de amor, cobró ánimo para dirigirse al personaje de la visión: “Hermosa Señora, ¿quién sois y qué queréis? ¿No sabéis que no soy más que una pobre monja que ama a Dios, sí, pero que está afligida con su amargo sufrimiento hasta el extremo?


Coro Alto del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito visto desde el interior de la iglesia perteneciente al mismo convento. En el recuadro, vista del Coro en su interior. Al fondo a la derecha se apareció Nuestra Señora del Buen Suceso. 

LAS PRIMERAS PROFECÍAS DE NUESTRA SEÑORA

     La Señora respondió: "Soy María de El Buen Suceso, la Reina de los Cielos y la tierra. Precisamente, porque eres un alma religiosa que ama a Dios y a tu Madre, quien ahora te habla, he venido desde el Cielo para consolar tu afligido corazón. Tus oraciones, lágrimas y sufrimientos son muy agradables a nuestro Padre Celestial, Él que, infundiéndote su Espíritu Consolador y sostén de los justos atribulados, formó de tres gotas de sangre de mi corazón al más más hermoso de los hijos de los hombres, al que llevé nueve meses en mi purísimo seno y dándole a luz en el portal de Belén, lo recliné en las frías pajas quedando Virgen y Madre de Dios; y como Madre lo traigo aquí en mi brazo izquierdo para con Él sostener el brazo de la Justicia Divina, pronto a descargar el castigo sobre el mundo ingrato y culpable.

     "En mi mano derecha llevo el báculo que ves, pues quiero gobernar éste mi monasterio en calidad de abadesa y Madre. Los Frailes Menores están a punto de retirar su gobierno de éste mi convento, y mi apoyo y protección no pueden ser más oportunos en medio de esta dura prueba que durará algunos siglos. Con esta separación, Satanás busca destruir esta Obra de Dios. valiéndose de hijas mías ingratas. Más no lo conseguirá porque soy la Reina de las Victorias y la Madre de El Buen Suceso, y bajo esta advocación obraré prodigios a lo largo de los tiempos en favor de la conservación de éste mi convento y de sus moradoras.

     "En todo tiempo, hasta el fin del mundo tendré hijas santas, almas heroicas que en la vida oculta de su Convento sufrirán persecución y calumnias en el seno mismo de su comunidad. Serán objeto de las complacencias y el amor de Dios y de su Madre. Las consolaré personalmente, por medio de manifestaciones externas pues están llamadas a sostener la Comunidad en aciagos tiempos, cual columnas fuertes y robustas. Su vida de oración, abnegación y penitencia será de suma necesaria en cada período; y después de haber vivido desconocidas en esta tierra, irán al Cielo a ocupar un prominente trono de gloria y recibirán la palma y la corona de vírgenes y mártires de la penitencia y amor a Dios".

Coro Alto del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito. Cuadro que rememora las Apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso 

EL SIGNIFICADO DEL VALOR REFLEJADO EN LOS ROSTROS MARCADOS POR EL SUFRIMIENTO

     "Ahora quiero darte fuerza y ánimo; no permitas que te abata el sufrimiento: larga será tu vida para la gloria de Dios y de tu Madre que te habla. Mi Hijo Santísimo te concede el don del sufrimiento en todas sus formas; y, para infundir en tu alma el valor que necesitas, tómalo de mis brazos y abrázalo entre los tuyos, estréchalo contra tu corazón tan débil e imperfecto”. Tan pronto como la Santísima Virgen hubo puesto al Divino Niño en los brazos de esta afortunada monja, lo estrechó contra sí y lo cubrió de caricias, sintiendo desde entonces una gran fuerza y un deseo de padecer".

TERMINADA LA APARICIÓN, NACE UN NUEVO FERVOR

     Este encuentro con la Reina de los Cielos duró hasta las tres de la mañana cuando desapareció la visión celestial. Hasta entonces, alumbrada como estaba de la Divina Aurora, María Santísima y de la plenitud de luz del Sol de Justicia, Jesús Nuestro Redentor, la Madre Abadesa se sintió inundada de esplendores indescriptibles. Sin embargo, cuando la visión desapareció, se encontró con la oscuridad del amanecer de un día común y corriente. Levantándose del lugar donde había estado rezando, a pocos pasos de la reja del Coro Alto, hacia la derecha del templo, pasó luego a ocupar su asiento de Prelada, aguardando a sus hermanas, quienes ya ingresaban al Coro para iniciar sus actividades diarias, con el rezo del Oficio Parvo, pedido y tan del gusto de María Santísima.

     Es fácil imaginar la admiración de las hermanas al contemplar el rostro radiante de su abadesa, similar sin duda, a la experiencia de los israelitas al contemplar el rostro resplandeciente de Moisés luego de hablar con Dios. Sin saber por qué, los corazones de las monjas se sintieron extraordinariamente abrazados en el amor a Dios y a su Santísima Madre, lo que las llevó a recitar su oración de la mañana con un fervor insólito.



Fuente: 

Tomado y traducido de www.tfp.org

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