Nacida en España, en la Provincia de Vizcaya, en el año de de 1563, su vida fue una constante sucesión de revelaciones divinas, intervenciones y milagros. Dios Nuestro Señor no le ahorró nada, que no sea para contribuir a su purificación y perfección, pues estaba destinada a una vocación extraordinaria cuál ser víctima expiatoria por los pecados del mundo, y del Ecuador especialmente.
Un alma predestinada
Honrada con una belleza angelical, sus padres, Diego Torres y Dona María Berriochoa, ilustres de estirpe y católicos fervorosos, la bautizaron con el nombre de Mariana Francisca, y desde muy pequeña se veía arrebatada por Nuestro Señor Jesucristo oculto en el Tabernáculo. Al recibir a los nueve años su Primera Comunión, tan grande fue su alegría, que cayó profundamente desmayada. Fue entonces que vio a Nuestro Señor colocando un hermoso anillo en su dedo, reclamándola para Sí. La niña aceptó gustosa, ante las miradas de la Santísima Virgen y San José, quienes complacidos, presenciaban aquél celestial compromiso.
En esa misma visión, la Madre de Dios le hizo conocer, que estaba destinada a pertenecer a la Orden de la Inmaculada Concepción. Para ello, le pidió abandonar la casa paterna para abrazar su cruz en una tierra remota. Dicha Orden Religiosa, había sido fundada en el año de 1490 por otra alma privilegiada, Santa Beatriz de Silva, de origen portugués y de noble linaje.
La Orden de la Inmaculada Concepción
El gran amor de Santa Beatriz era la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Después de muchos sufrimientos y dificultades, pudo fundar esta Orden que tenía como fin principal el honrar este privilegio exaltado de María Santísima, siglos antes de que fuera declarado un dogma de fe.
La nueva Orden adoptó la regla franciscana y tomó a San Francisco de Asís como su Padre y Guía. Las religiosas, a propia indicación de Nuestra Señora, debían vestir, un manto azul, y un vestido blanco, esto es, los colores de la Inmaculada Concepción. Además, un velo en color negro.
Una petición de la entonces colonia española
Felipe II, Rey de España |
Algunas Señoras influyentes y piadosas en la colonia española de entonces (hoy Ecuador), tuvieron conocimiento de la Congregación recientemente establecida en Europa así como de la dedicación del mismo. Por esto, deseaban que se estableciera también en Quito, y para esto, enviaron su petición al rey Felipe II de España quien autorizó en 1556 la fundación del Convento, y para dirigirlo, nombró a una monja de gran virtud, la Madre María de Jesús Taboada. Se dice, que esta virtuosa mujer, era prima del propio Rey. Además, era Ella, tía de la entonces niña Mariana de Torres; debía ser acompañada por otras seis monjas, todas ellas damas de gran mérito y sólida virtud.
Eran las Madres Francisca de los Ángeles, Ana de la Concepción, Lucia de la Cruz, Magdalena de San Juan, Catalina de la Concepción, y de María de la Encarnación.
La Fundación
Llegando a Quito el 30 de diciembre de 1576, las fundadoras fueron recibidas con gran alegría y hospedadas en algunos sitios del convento, que aun se hallaba bajo construcción.
Iglesia perteneciente al Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito |
Así, El 13 de enero de 1577, situado en la esquina colindante con la Plaza de Armas - hoy, Plaza de la Independencia -, se funda el Real Monasterio de la Limpia e Inmaculada Concepción de Quito, primer convento de monjas de clausura en el Ecuador y primero de las Conceptas en América Latina, profesando sus votos las siete fundadoras en las manos de un Fraile Franciscano. Eran las primeras esposas de Nuestro Señor Jesucristo en tierras ecuatorianas. Mariana de Jesús Torres no participó de la ceremonia pues apenas contaba con trece años.
La Virgen de la Paz
Ocho días después de la fundación, el 21 de Enero de1577, encontrándose dichas primeras religiosas rezando en una capilla provisional, adaptada como Coro, vieron entrar tres luces por las ventanas, de las cuales, una bañaba a la Virgen de la Paz, Imagen de mediana estatura, con el Niño Jesús en sus brazos, traída desde España para ser la Patrona de la fundación, y a la cual, las religiosas la llamaban la Patronita.
Imagen de la Virgen de La Paz, donada por el Rey Felipe II para patrocinar la fundación del Monasterio |
La otra luz iluminaba el retablo del Altar, y la tercera iluminaba la ventana con gran resplandor.
Así mismo vieron entrar una estrella que se colocó sobre la cabeza de la Imagen. Otra estrella iluminaba el crucifijo que precedía el altar.
Entonces la Imagen empezó a moverse y las fundadoras luego de contemplar a San Francisco, Patrono de la Orden Concepcionista, oyeron cantos sonoros y gozaron de suaves olores. A partir de las siete de la noche, tras los repiques de campanas, los habitantes acudían al Convento para presenciar el portentoso hecho, entre ellos, el Presidente de la Real Audiencia, don García de Valverde. Se daba así, el primer hecho milagroso en el Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito.
Poco después, varias jóvenes de Quito eran admitidas en el Convento de la Inmaculada Concepción y la vida de claustro, alcanzaba su pleno florecimiento.
Los Votos
A los quince años, la joven Mariana se incorporó al noviciado, consagrándose plenamente el 21 de Septiembre de 1579, a los dieciséis años de edad, cambiando su nombre Mariana Francisca por el de Mariana de Jesús. Mientras pronunciaba sus votos ante su tía, Madre María de Jesús Taboada, primera Abadesa del Convento, Mariana de Jesús entró en un éxtasis sublime durante el cual Nuestro Señor Jesucristo le mostraba la cruz que debía cargar en medio de todos los sufrimientos, persecuciones, enfermedades y tentaciones enormes que ella experimentaría para su propio bien y para el nuestro. La preservó solamente de tentaciones contra la pureza. Nunca tendría un solo pensamiento o inclinación contra esta virtud angelical.
La Madre Mariana y el arcángel San Gabriel |
Todo esto irritaba a Satanás, que furioso corría tras ella, buscando causarle daño físicamente, pues le era imposible dañar su alma. La hacía rodar las gradas con crueldad, se enredaba en sus pies y la hacía caer aun durante los actos de la Comunidad. Cuando servía la comida, buscaba hacerla caer con los platos y regar los alimentos. Cuando leía le borraba las letras.
A pesar de las embestidas del demonio, ella, valiente y siempre serena, conservaba aquella santa imperturbabilidad, propia de las almas sólidamente piadosas.
Vida de Penitencia
Luego de tomar sus Hábitos, Nuestro Señor otra vez le apareció, revelándole las horas y las penitencias que debía realizar durante la semana. Castigos tan severos que la Madre María Taboada temió por la salud de su sobrina. Sin embargo, Nuestro Señor había colocado en los labios de la penitente, una gota del agua cristalina de su propio Costado, fortificándola tan maravillosamente para todo lo que había pedido de ella.
Sus suplicios sólo pueden ser entendidos enteramente cuando consideremos que estaba llamada a ser una víctima por los pecados de nuestros días. Así por ejemplo, ella envolvía a excepción de sus manos y pies, completamente su inocente cuerpo en alambres con puntas de hierro, llevando así una vida penitencial y piadosa, cada vez más grande en la virtud.
La Madre Mariana con la cruz a cuestas que cargaba en Semana Santa |
Un día, en el año 1582, la Madre Mariana rezaba ante el Santísimo Sacramento en el Coro Alto del Convento, cuando escuchó un estruendo aterrorizante y vio la iglesia envuelta en una densa oscuridad. Solamente el altar principal seguía iluminado, como si fuera plena luz del día.
Súbitamente, se abrió la puerta del tabernáculo, y apareció Nuestro Señor Crucificado, clavado en una cruz de tamaño natural. La Santísima Virgen, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena permanecían juntos, como en el Calvario, mientras Nuestro Señor agonizante decía:
“Este castigo es para el siglo XX.”
Luego vio tres espadas que pendían sobre la cabeza de Nuestro Señor, cada una con una inscripción. En la primera decía: “castigaré la herejía”; en la segunda, “castigaré la blasfemia”; y en la tercera, “castigaré la impureza”.
Entonces la Santísima Virgen se dirigió a la religiosa: “Hija mía, deseáis sacrificarte por los pecadores?”
La virtuosa monja aceptó. Enseguida las tres espadas, fulminándola violentamente, perforaban y se hundían en su corazón, para la salvación de muchas almas, quedando sin vida a los Pies del Dios Sacramentado.
Al día siguiente, la joven religiosa, siempre primera en todos los actos de la comunidad, no compareció, por lo que la abadesa y las otras monjas fueron en su búsqueda, encontrando su cuerpo en el Coro Bajo y con enorme tristeza lo llevaron a su celda, colocándolo sobre su cama.
El doctor, de nombre Sancho, y los Frailes Franciscanos - bajo cuya tutela se hallaba el Convento de las Conceptas -, fueron llamados de inmediato. Don Sancho confirmó la muerte de la santa monja recomendando un entierro apropiado.
Afuera, los habitantes de Quito y alrededores, clamaban en las puertas del convento por ver el cuerpo de su querida benefactora, pues la Madre Mariana se había hecho muy conocida al haber ayudado a muchos con sus consejos, su penitencia, sus oraciones e incluso con sus milagros.
Su retorno a la tierra
La Madre Mariana apareció ante el Divino Juez, Quien no encontrando ninguna falta en ella, le dijo:
“Venid amada de mi Padre, y recibid la corona que hemos preparado para ti desde el inicio de los tiempos”.
Se hallaba ella por consiguiente con una felicidad indescriptible, en la Corte Celestial ante la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen.
Mientras tanto, en la tierra, las oraciones de la Madre María Taboada y de todas las religiosas, así como de los Padres Franciscanos y de los quiteños en general, se elevaron al trono del Altísimo. Las Madres del Convento, no podían concebir el vivir sin quien era el pararrayos verdadero de la Justicia de Dios para su comunidad. Suspiraban y lloraban, pidiendo a Dios para tenerla de vuelta.
Queriendo escuchar las súplicas de sus hijos en la tierra, Nuestro Señor le presentó a la Madre Mariana dos coronas, una de gloria y otra de lirios entrelazados con espinas, instándola a elegir una de ellas. Escogiendo la corona de la gloria permanecería en el Cielo lo cual era su derecho, pero eligiendo la otra, ella volvería a la tierra y reasumiría su sufrimiento.
La humilde concepcionista entonces pidió a su Amado Esposo que eligiera por ella.
“No!”, contestó Nuestro Señor. “Cuando te tomé como esposa probé tu voluntad, y deseo ahora hacer lo mismo.”
Intervino entonces María Santísima diciendo:
“Hija mía, dejé las glorias del Cielo y volví a la tierra para proteger a mis hijos. Deseo que me imites en esto, porque tu vida es muy necesaria para mi Orden de la Inmaculada Concepción” (Según la Mística Ciudad de Dios, escrita por Santa María de Jesús de Ágreda, Religiosa y Mística Concepcionista, Nuestra Señora fue llevada al Cielo en el día de la Ascensión de Nuestro Señor y le fue presentada también la opción de permanecer o volver a la tierra para ayudar a la Iglesia, recién fundada).
“Qué aflicción para esta colonia en el siglo XX!'' continuó Nuestra Señora, “si para entonces no hay almas que, con su vida de sacrificio y de holocausto, sigan tu ejemplo y apacigüen la Justicia Divina, el fuego vendrá del cielo y consumiendo a sus habitantes, purificará Quito.”
Al conocer que la Voluntad Divina era su regreso a la tierra, la Madre Mariana pidió a Nuestra Señora todo el valor y el conocimiento necesarios para formar y conquistar almas para Dios dentro y fuera de su Convento.
En ese momento en la tierra, el Superior Franciscano, inspirado por Dios, se dirige al cuerpo de la Madre Mariana que yacía en el lecho diciendo: "En nombre de la Santa Obediencia, te ordeno Madre Mariana que si estás muerta, tu alma regrese al cuerpo y recobrando la vida nos relates lo que sucedió".
Enseguida, tras un suspiro y ante el asombro de su tía, la Madre Abadesa y del doctor don Sancho, la Santa Fundadora abrió sus ojos procediendo luego a relatarle al Padre Director todo cuanto vivió en el Paraíso.
Poco después retomaría la vida contemplativa pero con mayor esmero y dedicación.
Estigmas y desolación
En la noche del 17 de septiembre de 1588, mientras rezaba, recibió las heridas santas de Nuestro Señor Jesús en sus manos, costado y pies, provocándole terribles dolores por lo que tuvo que ser ayudada a llegar a su lecho. Los estigmas aparecían en las palmas de sus manos y las plantas de sus pies, como herida de clavos; en su costado apareció una marca roja muy profunda a manera de herida de lanza.
La enfermedad se prolongó y su cuerpo quedó transformado en una sola llaga. En medio de dolores le era imposible tragar alimentos y no podía mover ningún miembro de su cuerpo. Dios Nuestro Señor le retiró sus consuelos abandonándola a sufrir las penas de un condenado.
Sin embargo, la Madre Mariana nunca dejó de rezar y sobre todo jamás abandonó sus oraciones de media noche y tres de la madrugada.
Agravando sus sufrimientos, el demonio hizo lo máximo para tentarla, insinuándole que su vida había sido inútil. La rondó alrededor de su cama constantemente en forma de una horrible serpiente, visión que la atormentó de manera incesante.
Fue en esta terrible prueba, que duraba ya cinco meses, que el demonio interpuso todo su empeño en martirizarla. La Madre Mariana fue llevada a instancias en que todos los actos de heroísmo en su lucha contra el mal le parecían crímenes, sus buenas obras le parecían obras de perdición, y su propia vocación, era para ella un engaño y una vana ilusión. Asistía a una visión del propio infierno y se creía convencida de su propia perdición, sintiendo ya desprenderse el alma de su cuerpo y la caída de éste en el fuego eterno. Agotando un último esfuerzo, invocó a la Santísima Virgen diciéndole:
“Estrella del mar, María Inmaculada, la frágil embarcación de mi alma está por naufragar. Las aguas de la tribulación me ahogan. ¡Sálvame, pues perezco!”.
Entonces, sintiendo una mano acariciar su cabeza, miró hacia arriba y vio a la Reina del Cielo, hermosa, bondadosa y majestuosa en un nimbo de luz. Fue así que pudo moverse y no vio más a la horrible serpiente, la cual en medio de un estruendoso grito se precipitó en el infierno provocando un estruendo similar al de un temblor.
Iglesia de la Concepción, Quito. Cuadro de la Anunciación. En la parte inferior derecha aparece retratada la Madre Mariana de Jesús Torres |
El Santo Rosario
Tras el pavoroso ruido, la Madre Abadesa junto a la enfermera fueron a asistirla y vieron que su cuerpo había recobrado sus movimientos. La Madre Mariana ante las bondades inefables de Nuestra Señora para con ella, las instó a rezar el Rosario en agradecimiento a su Divina Protectora.
La Santa religiosa entonó luego la Letanía Lauretana siendo seguida con gran alegría por las presentes quienes nunca sintieron sus corazones abrazados del amor a Dios, como en aquellos instantes sublimes en que rezaron junto a la Sierva de Dios.
Segunda resurrección
Había ya transcurrido un año desde su recaída y su condición empeoró. El Doctor había dictaminado que debido a su vida de penitencia la médula de sus huesos se había secado y sólo tenía vida en su corazón.
A la mañana siguiente, sucedería lo inimaginable... Al reunirse las religiosas en el Coro Alto para rezar el Oficio, encontraron ante el asombro de todas, a la Madre Mariana rezando junto a ellas..! Tal como su Divino Esposo, al cual intentó imitar en todo, había resucitado la mañana de Pascua y había sido devuelta a la vida una vez más para continuar a través de sus sufrimientos, luchando por la salvación de las almas.
Abadesa
En 1589, la entonces Abadesa, Madre María Taboada, sintiéndose débil de salud y deseando prepararse para su muerte que se acercaba y que la Providencia se la había predicho a través de su sobrina Mariana de Jesús Torres, sugirió la elección de ésta como nueva Superiora.
La Madre Taboada había gobernado durante dieciséis años según el deseo unánime de su convento, y las religiosas pensaban que no existía alguien lo suficientemente capaz para continuar la tarea de la Fundadora.
Sin embargo, respetando sus deseos, eligieron unánimemente a la Madre Mariana de Jesús Torres, confiando en su exaltada virtud a pesar de tener solamente treinta años. La Madre Mariana, dirigió el convento con gran sabiduría, prudencia, caridad y calidad en las vías del Señor, satisfaciendo cada punto de la santa regla, no omitiendo absolutamente nada. Sabía que tendría a su tía con ella por un tiempo más y tomó completa ventaja de sus consejos y dirección.
Predicciones sobre el Monasterio
Varias veces, las Madres María y Mariana, recibieron revelaciones sobre el futuro del Convento. En ellas, conocieron a cada monja que profesaría en su comunidad hasta el fin del mundo. Sabían que en las diferentes épocas, habría en esa bendita Casa, además de almas con grandes virtudes, méritos y santidad, también espíritus desagradecidos y desobedientes. Las almas santas librarían de grandes calamidades al Ecuador y mantendrían la fe ardiendo incluso durante los calamitosos siglos XX y XXI.
Los planes del demonio de destruir este Convento fueron evidenciados muy pronto. Incitadas por el príncipe de las tinieblas, algunas monjas ingobernables y desobedientes, deseaban una regla menos rigurosa, e intentarían obtener la separación de su comunidad de la dirección de los Frailes Franciscanos. Dicha separación causará en las monjas fieles el más penoso de los sufrimientos.
Primera aparición de la Virgen del Buen Suceso
Por ese tiempo, la Madre Mariana sufría por el cuidado del Convento. Carecían de ayuda financiera apropiada, sumándosele la cruz de la amenazadora separación de los franciscanos. Todo esto infligió en su alma un verdadero martirio.
Antes de la Aurora del día 2 de febrero de 1594, rezaba en el Coro Alto. Prostrada, con su frente tocando el piso, imploraba por la ayuda divina para con su comunidad y por la misericordia para con el mundo pecador.
Entonces escuchó una dulce voz llamarla por su nombre. Levantándose rápidamente, contempló en medio de una aureola de luz, a una Señora muy hermosa, la cual, sostenía en su brazo izquierdo al Niño Jesús y en su mano derecha un báculo elaborado con el oro más puro y adornado con piedras preciosas nunca vistas en esta tierra.
Temerosa por no saber de quién se trataba la visión, la Madre Mariana preguntó: “Quién sois, hermosa Señora y qué deseáis de mi? Debéis saber que soy solamente una pobre monja, llena de amor para Dios, es verdad, pero sufriendo todo lo posible".
La Señora respondió:
“Soy María del Buen Suceso, la Reina del Cielo y la Tierra. Precisamente porque eres un alma religiosa con completo amor para con Dios y para con su Madre que ahora te habla, es que he venido del Cielo para consolar tu agobiado corazón”.
Nuestra Señora realzaría luego, cómo los rezos y penitencias de la Sierva de Dios satisfacían a Dios, indicándole también que sostenía el báculo de oro en su mano derecha, porque deseaba Ella misma gobernar el Convento, que lo asumía como de Su propiedad, y que el demonio haría todos sus esfuerzos para destruirlo por medio de algunas hijas ingratas que allí vivían.
“Él no logrará su meta”, continuó la Santísima Virgen, “porque soy la Reina de las Victorias y la Madre del Buen Suceso. Bajo esta invocación quiero, en los siglos venideros, realizar los milagros necesarios para la preservación de éste mi Convento, y para los habitantes de esta colonia".
“Hasta el fin del mundo tendré hijas santas, almas heroicas, en la vida silenciosa de este Convento, que sufrirán persecuciones y calumnias dentro de su propia comunidad, serán muy amadas por Dios y Su Madre… Sus vidas de oración, penitencia y sacrificio serán extremadamente necesarias en todos los tiempos. Después de pasar todas sus vidas desconocidas al mundo, serán llamadas al Cielo para ocupar un elevado trono de gloria.”
Le reveló también Nuestra Señora que su vida sería larga y sufrida, pidiéndole que jamás pierda el valor.
Dicho esto, colocó al Niño Jesús en los brazos de la humilde religiosa, quien al abrazarlo firmemente entre su corazón, sintió fuerzas para sufrir lo indecible.
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