16 de enero de 1635— 2022:
387 años de su partida al Cielo.
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La Madre Mariana de Jesús Torres cargando la Cruz de Nuestro Señor. Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito |
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Mt. 16, 24.
La pandemia del Coronavirus continúa su curso dejando marcada en la humanidad la huella del sufrimiento. Con el COVID 19, ¿Quién no ha sufrido, personalmente o con algún ser querido, los estragos de la enfermedad o de la pérdida irreparable de un ser querido? Precisamente, el coronavirus nos ha dejado, y sin saber hasta cuando, una lección digna de ser considerada: aprender a valorar el sufrimiento. Aceptar con santa resignación el dolor representado de muchas formas.
Hay un espíritu muy marcado en el mundo moderno, según el cual las personas vienen a esta tierra para tener éxito, y únicamente con la finalidad de tener salud, enriquecerse, gozar la vida, y el deseo de morir en una muy avanzada edad. Esta es una concepción pagana de considerar la existencia, pues el Divino Redentor nos dio el maravilloso e incomparable ejemplo de precisamente lo contrario.
Estando Napoleón en pleno auge de su carrera ascensional, un poco antes de proclamarse emperador, uno de sus aduladores, considerando que los antiguos héroes romanos y los de la antigüedad en general, cuando mucho se envanecían terminaban siendo divinizados, se le acercó y le dijo: — “¿General Bonaparte, por qué no se hace proclamar Dios?”. Napoleón lo miró fijamente y le respondió de forma aplastante: “Después de Jesucristo, sólo hay una manera de que alguien pueda ser considerado seriamente como un Dios y esta es, subir a lo alto del Calvario y hacerse crucificar". Tenía razón, pues nunca más ningún candidato a la divinidad fue tomado con seriedad, pues sólo la Cruz es seria, y sólo son verdaderamente serios quienes quieren cargar su propia cruz.
Durante su vida, a la Venerable fundadora del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, Madre Mariana de Jesús Torres, Dios, no le ahorró nada que no sea lo necesario para su santificación. Nunca dejó de acompañar a Nuestro Señor Jesucristo en los dolorosos pasos de Su Santísima Pasión, y su existencia significó vivir constantemente sumergida en amargas tribulaciones, dispensadas solamente durante las celebraciones de Navidad, Resurrección, Ascención y Pentecostés, convirtiéndose en una fiel imitadora de Su Santísima Madre sin mancha, por lo que le fue dado participar de las alegrías y de los dolores de la vida de Jesucristo y de María Santísima.
En cierta ocasión, antes de su último periodo como abadesa, se encontraba de pie delante del Sagrario, en el coro inferior del Convento, rogando por las necesidades de su comunidad y del pueblo en general, y pidiendo ya no tener bajo sus hombros la gran responsabilidad del cargo de abadesa. De repente vio abrirse el Tabernáculo, de cuyo interior surgió una espléndida cruz adornada con perlas y piedras preciosas que iba creciendo en su tamaño hasta perderse en las nubes, conservando su tronco fijo en el suelo. Pero pudo notar que en varias partes de la cruz faltaban dichas perlas y piedras. Pensativa, contemplaba la linda cruz, sin atinar su significado ni la ausencia de los preciosos adornos. Salió entonces del Sagrario, su Divino Esposo, tan hermoso, dulce y atrayente, diciéndole: "¿Ves amada mía esta maravillosa cruz que tiene su raíz bien firme en la tierra y sus brazos se extienden hasta el cielo? Pues bien, esta es, hija predilecta de mi Corazón, la cruz que has cargado durante tu vida. Pero como ya es corto el tiempo que permanecerás en la tierra, los brazos de la cruz ya están en el Cielo. Fíjate en los puntos vacíos: son los años que te quedan de vida y que deberás llenarlos con más obras y en el ejercicio, sin ya no quejarte más, del duro cargo de abadesa, y que aún debes cumplir, pues será tu último periodo".
Nuestro Señor le reveló también que un otro profundo dolor le esperaba: la próxima muerte de tres de las últimas cuatro Fundadoras del Monasterio que aún vivían: las Madres Lucía de la Cruz, Ana de la Concepción y Francisca de los Ángeles, por quienes debería rezar para evitar que pasen por el Purgatorio.
Como el fuego templa al hierro, el alma de la Madre Mariana estaba templada por el dolor y el sufrimiento, y a su vez templaba ella también el alma de las religiosas concepcionistas.
Y fue un alma verdaderamente seráfica, dedicada por entero a la vida interior, sin recuerdos de criaturas ni cosas del mundo que pudieran distraerla, Gustaba de aquella quietud de espíritu en su anhelado recogimiento. Pese a ostentar el título de Fundadora, vivía siempre dócil, humilde y obediente a todas, sin excepción. Ayudaba en la cocina, en la enfermería, en la lavandería, y barría diariamente un área determinada del Convento. Su trato con las enfermas, era siempre solícito. atendiéndolas siempre con palabras llenas de unción divina que invitaban a la resignación y a la unión con el Esposo doloroso en Su Pasión y en Su Cruz.
"La enfermedad, —decía esta alma santa—, es el termómetro con el que debe guardarse siempre y en todos los tiempos la virtud, porque sentir y manifestar amor de Dios solamente cuando todo sonríe, no es amor de Dios sino amor a sí mismo".
Cuando algunas de las enfermas se impacientaban, sea por la violencia de los dolores, sea por la prolongación de la enfermedad, la Madre Mariana las alentaba diciéndoles que lo que Nuestro Señor siempre espera de los enfermos, en medio de los padecimientos, es conservar la paz, la paciencia y la santa imperturbabilidad de espíritu, dejando de lado las quejas impacientes.
"En el momento de los dolores — les decía — eres tú la feliz alma a quien Nuestro Señor asocia Sus propios dolores y quiere santificar. Quejándote, equivale a decir: ¿'No sería mejor que Nuestro Señor se busque a otra que sepa sufrir mejor que yo?'.
"Deben encarar las enfermedades dolorosas y los sufrimientos del espíritu, y a veces ambas cosas juntas. Pues, cuánto más oprimidas estén por los padecimientos, dolores y tribulaciones, es cuánto más felices y cercanas a Dios se deben considerar.
"Cuando yazcan llenas de dolores, deben entonces alzar sus ojos y fijarlos en Nuestro Señor Jesucristo clavado en la Cruz, colgado de tres gruesos clavos: todo su Cuerpo santísimo convertido en una llaga, y su Alma invadida por tan amarga desolación, que ningún mortal podrá entender la intensidad de ese sufrimiento".
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La Madre Mariana a los 72 años. Un alma templada por el sufrimiento |
Antes de su partida al Cielo, acaecida el 16 de enero de 1635, a los 72 años, la Madre Mariana profetizó que en el siglo XIX, vivirían en el Convento dos religiosas leprosas, y que con ellas, quería Nuestro Señor dar, primero, ocasión a la caridad en grado heroico para con esas monjas probadas por Dios, segundo, para que las leprosas obtengan la palma del martirio, luego, para aplacar la ira de Dios ante las ingratitudes del pueblo, y finalmente, por los altos designios que la Providencia guarda para el Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito. La Venerable Madre, anunció que una de las leprosas moriría en el Convento, y que la otra, coronaría su martirio en un leprocomio común.
Al igual que la Madre Mariana de Jesús Torres, cada uno de nosotros nació para cargar su propia cruz, para acompañar a Nuestro Señor Jesucristo en su dolorosa Pasión, pasando por nuestro propio Huerto de los Olivos, bebiendo nuestro propio cáliz, teniendo nuestras propias horas de agonía en las que le decimos a Dios Nuestro Señor: “Padre mío, de ser posible aparta de mí este cáliz, pero hágase Tu voluntad y no la mía". Nuestro Señor quiso que veamos lo que Él sufrió para que tengamos completamente el coraje de cargar nuestro proprio sufrimiento.
Y sin esta idea muy clara del papel que el dolor cumple en la vida del hombre, no se tendrá una formación de verdadero católico, pues Nuestro Señor no abandonó Su Cruz, y no imitarlo, significará burlarnos de Él.
Pero ¿Qué significa sufrir? Significa, combatir nuestros malos impulsos y malas acciones con las que nacemos por causa del pecado original. Reprimiéndolos, para practicar las virtudes opuestas, aceptando todas nuestras limitaciones: físicas, sociales, falta de posición, falta de dinero, falta de amistades. Todo eso hace parte de la cruz del hombre. Muchos suelen decir “yo no sufro”, o "no quiero sufrir". Una mujer que comete un aborto, por ejemplo, comete ese horrible crimen porque no quiere sufrir. Porque no quiere acompañar a Nuestro Señor en su dolorosa Pasión. Pidamos a nuestra feliz intercesora, la Venerable Madre Mariana de Jesús Torres, que, con su ejemplo, nos consiga la insigne gracia de no abandonar nuestra cruz, y aún más, motivados por nuestro deseo de morir crucificados en ella, resolvamos combatir el buen combate.
Fuentes:
—Pliniocorrreadeoliveira.info
—Vida Admirable de la Madre Mariana de Jesús Torres, P. Manoel de Souza Pereira
Excelente artículo. Oh, si amáramos la cruz! El Dr Plinio dice, en el prólogo de RCR, que la sabiduría es la cruz, según las enseñanzas de San Luis María Grignon de Monfort.
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