Las palabras del Señor de la Divina Misericordia guardan entera consonancia con los Mensajes de Nuestra Señora del Buen Suceso, de la Salette, Fátima y Akita.
Con un contenido muy similar al de los Mensajes Marianos, Nuestro Señor le habló a Santa Faustina de una decadencia muy grave y extendida, a tal punto que ni Él y ni Su Santísima Madre podrían ya seguir sosteniendo el justo brazo castigador de Dios Padre.
La santa polaca escribió en su Diario al respecto. En su relato del 1 de septiembre de 1937, expresa lo siguiente:
"Vi a Jesús como Rey, en su gran majestad, contemplando la tierra con mirada severa, pero la súplica de su Santísima Madre prolongó el tiempo de la Misericordia" (p. 423).
Y justo antes de la Navidad de 1937 anotó:
"Hoy, el Señor me ha dado a conocer su ira contra la humanidad, que por sus pecados merece que se le acorten los días".
La relajación del clero atrae el castigo
Nuestro Señor le habló también del dolor causado por el clero y los religiosos amigos del mundo y aplaudidos por éste, incluidas las altas autoridades de la Iglesia.
De forma lacerante, Jesucristo le dio a conocer a Santa Faustina las ofensas del clero relajado que pretende relativizar los pecados de impureza:
"Cuando fui a la adoración … vi a Jesús atado a una columna, despojado de sus vestiduras y azotado. Vi a cuatro hombres que se turnaban para flagelarlo. Mi corazón se paralizaba viendo tales tormentos.
"De repente el Señor me dijo estas palabras:
—Tengo un sufrimiento aún mayor del que ves.
"Y Jesús me hizo saber que la causa por la que se sometió a la flagelación fueron los pecados de impureza. ¡Oh, qué tremendos sufrimientos morales sufrió Jesús cuando se sometió a la flagelación!
"Entonces me dijo:
— Mira: esta es la situación actual de la raza humana.
"Y en un instante vi cosas terribles: los verdugos se apartaron de Jesús, y vinieron a flagelar al Señor otros hombres, sin piedad.
"Eran sacerdotes, religiosos y los más altos dignatarios de la Iglesia, hecho que me sorprendió mucho; laicos de diferentes edades y condiciones; todos, descargando su veneno sobre el inocente Jesús. Al ver esto, mi corazón entró en una especie de agonía.
"Mientras los verdugos lo azotaban, Jesús quedaba en silencio y miraba hacia lo lejos; pero cuando lo azotaban las almas que mencioné anteriormente, Él cerraba los ojos y de Su Corazón salía un gemido reprimido pero tremendamente doloroso.
"Y el Señor me hizo conocer en detalle la enorme maldad de aquellas almas ingratas:
— MIRAD, ESTO ES UN SUPLICIO PEOR QUE MI PROPIA MUERTE" (págs. 183-184).
Los castigos se acumulan sobre los jerarcas de la Iglesia que abandonan a Nuestro Señor
La contemplación de Santa Faustina del océano de punzantes ofensas infligidas a Dios por los clérigos y laicos católicos sirvió para explicar la magnitud y extensión de las medidas que la Justicia Divina está obligada a aplicar sobre quienes lo ofenden.
Esta consideración nos hace comprender la necesidad de implorar la Divina Misericordia por nuestras faltas y las de la humanidad. Cualquiera que no considere el mal existente en las almas —en la sociedad temporal y en la vida eclesial— obviamente no ve razón para clamar Misericordia. Y quien no pide no recibe, o no le interesa pedir ni recibir.
En su Diario, Santa Faustina describe el drama de los conventos o casas religiosas, que se contagian de las modas del mundo, entibiándose en la fe y en la caridad, y que terminan cerrando sus puertas pues pierden su razón de ser.
La santa describe lo que vio el primer viernes de septiembre de 1936:
"Por la noche vi a Nuestra Señor con el pecho atravesado por una espada, llorando con lágrimas ardientes, instándonos a apartarnos de un terrible castigo de Dios.
"Dios quiso infligirnos un castigo terrible pero no pudo, porque María Santísima nos protegía" (p. 262).
También narra su visión del 8 de mayo de 1938:
"En el momento en que estaba por terminar el vía crucis, el Señor se puso a llorar por las almas de los sacerdotes y religiosos, porque a estas almas escogidas les falta amor.
"Permitiré que se destruyan monasterios e iglesias.
"Yo intervine:
— Pero, Jesús, muchas almas en los conventos te alaban.
"El Señor respondió:
— Esas alabanzas hieren mi Corazón, porque el amor ha sido desterrado de los conventos. Almas sin amor y sin espíritu de sacrificio, almas llenas de egoísmo y amor propio, almas orgullosas y presuntuosas, almas llenas de perfidia e hipocresía, almas tibias que tienen apenas el calor necesario para mantenerse vivas.
— Mi Corazón no puede soportar esto. Todas las gracias que derramo sobre ellos cada día se escurren como por una piedra.
— No puedo soportarlos, porque no son ni buenos ni malos. Para esto edifiqué los conventos: para que el mundo fuera santificado por ellos; de ellos debería salir una poderosa llama de amor y sacrificio.
— Y si no se convierten y arden en el primer amor, los entregaré al exterminio de este mundo...
— ¿Cómo podrán sentarse en el trono prometido para juzgar al mundo, si sus pecados son más graves que los del mundo? Sin arrepentimiento ni reparación.
—¡Oh!, corazón, que por la mañana me recibes (en la Comunión) y que al mediodía ardes en odio contra mí en las ¡más variadas formas! ¡Oh!, corazón, ¿acaso te elegí especialmente para que me causaras mayores sufrimientos?
— Los grandes pecados del mundo hieren mi Corazón casi en la superficie, pero los pecados de un alma elegida traspasan mi Corazón de lado a lado...
"Cuando traté de intervenir en favor de esas almas – escribe Santa Faustina – no pude encontrar nada que las justificara, y sin siquiera poder pensar en ese momento en algo para defenderlas, el dolor se apoderó de mi corazón y lloré amargamente.
"Entonces el Señor me miró con benevolencia, y me consoló con estas palabras:
— No llores, también hay un gran número de almas que me aman mucho, pero mi Corazón desea ser amado por todos; y porque mi amor es grande, por eso las amenazo y castigo..." (páginas 560-561).
0 Comentarios:
Publicar un comentario