Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará






     El gran San Luis María Grignion de Montfort, Doctor de la Iglesia, Profeta y Apóstol de los tiempos modernos, nos dejó dos maravillosos escritos que contienen enseñanzas y luces admirables para nuestra época: la Oración Abrasada y el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. A continuación, un análisis de algunos fragmentos de estas dos magníficas obras. 

     En su Oración Abrasada —quiere decir, llena de fuego y en la que pedía a Dios misioneros— podremos ver que para este santo extraordinario, su época era la precursora de una enorme crisis que se extiende hasta nuestros días, y que continuará hasta el momento en que una nueva época se inaugure para la Iglesia. 

     De un lado, es el enemigo que avanza peligrosamente, es la embestida victoriosa de la impiedad y de la inmoralidad:

     «Violada está vuestra divina ley” (Sal 118,126); abandonado vuestro evangelio; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a vuestros mismos siervos. Desolada está la tierra (Jer 12,11), la impiedad se asienta en los tronos, vuestro santuario es profanado, la abominación está en el mismo lugar santo (Dan 9,27; Mt 24,15; Mc 13,14)».

     Los servidores del mal están activos, son audaces y exitosos en sus empresas:

     «Ved, Señor, Dios de los ejércitos, como los capitanes forman escuadrones completos, los potentados levantan grandes ejércitos, los navegantes equipan flotas enteras, los mercaderes acuden en gran número a ferias y mercados.

     «¡Cuántos ladrones, impíos, borrachos y libertinos se juntan contra Vos todos los días tan prestos y tan fácilmente! Un simple silbido, un toque de tambor, una daga embotada que muestran, un ramo seco de laurel que prometen, un pedazo de tierra roja o blanca que ofrecen, en tres palabras: el deseo de un honor fugaz, de un miserable interés, de un mezquino placer sensual, reúne en un instante a los mercaderes y cubre tierra y mar con una turba-multa de réprobos, que, siendo divididos entre sí o por la distancia de lugares, o por los intereses opuestos, se unen sin embargo hasta la muerte para haceros la guerra bajo el estandarte y el mando del demonio».

     Capitanes, potentados, navegantes, comerciantes. San Luis María alude a los hombres claves de su siglo, todos movidos por la impiedad, por la codicia, por la sed de honor, depravados con  grandes vicios, constituyen juntamente con las masas que les siguen —salvo excepciones— ¡una multitud de borrachos, bandidos y réprobos que a lo largo de vastitudes de tierras y mares se unen para luchar contra la Iglesia! 

     Vemos en estas palabras del gran santo una claridad de conceptos y de lenguaje, de coraje de alma, de coherencia inmaculada en el modo de clasificar los hechos. Ciertamente su lenguaje le parecerá al hombre moderno como poco caritativo, imprudente y precipitado en sus juicios. El hombre actual le teme a  la lógica, le chocan las verdades radicales y fuertes, y sólo admite un lenguaje endulzado y de medias tintas.

     En cambio, en quienes aún son hijos de la luz,  S. Luis María ve campear en ellos la inercia, lo que le causa una grande aflicción:

     «¡Y Vos, Señor! Habiendo tanta gloria, dulzura y provecho en serviros ¿casi nadie tomará partido por Vos? ¿Serán tan escasos los soldados que se alisten bajo vuestra bandera? ¿No habrá alguno que otro que, celando por vuestra gloria, grite en medio de sus hermanos, como San Miguel: Quis ut Deus? ¿Quién es como Dios?».

     San Luis María quiere tantos o más numerosos paladines del lado de Dios como los que han estado del lado del deminio. Los quiere fieles, puros, fuertes, intrépidos, combativos, temibles, como el Príncipe de la Milicia celestial. No se limita a decir que deberían ser como San Miguel. Quiere que sean como que versiones humanas del Arcángel: «¿casi ningún San Miguel gritará entre sus hermanos...?».

     Esta aspiración de ver al mundo lleno de apóstoles blandiendo espadas de fuego, difiere de la miopía, de la frialdad, del sentimentalismo endulzado e incongruente de tantos católicos de hoy en día, para quienes, hacer apostolado significa cerrar los ojos ante los defectos del adversario, abréndole las barreras, entregándole las armas de guerra, aceptando su yugo y, una vez consumada la capitulación, terminar afirmando que existen motivos suficientes para estar felices, pues las cosas pudieron resultar mucho peor.

Imagen de San Luis María Grignion de Montfort en la Basílica de San Pedro 

     El santo advierte que mientras esos ardientes apóstoles no lleguen, la Santa Iglesia correría el riesgo de sufrir graves reveses. Tantos tibios e indolentes de su época no lo veían de esa forma. San Luis, por el contrario, llamó a todos a luchar:

     «¡Ah! permitidme decir a voces por doquiera: ¡fuego! ¡fuego! ¡fuego! ¡socorro! ¡socorro! ¡socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡fuego en las almas! ¡fuego hasta en el mismo santuario! ¡Socorro para vuestro hermano que lo asesinan! ¡socorro para nuestros hijos que van degollando! ¡socorro para nuestro querido padre que están apuñalando!».

     Es la devastación en la Iglesia y en las almas, es el fuego que consume a las instituciones, a las leyes, a las costumbres católicas, es la impiedad que degüella las almas y apuñala al Sumo Pontífice.

EL REINO DE MARÍA

     Al santo francés le parecía imposible que Dios no detenga la marcha de la iniquidad:

     «¿Lo dejaréis todo así abandonado, justo Señor, Dios de las venganzas? ¿Todo llegará a ser como Sodoma y Gomorra? ¿Os callaréis, siempre? ¿Seguiréis soportándolo todo? ¿No es preciso que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y que venga a nosotros vuestro reino?».

     Sin embargo, la intervención de Dios ¡no faltará! El gran apóstol de la devoción a Nuestra Señora, canonizado por Pío XII en 1947, predice en su famosísimo Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el advenimiento de una nueva era para la Cristiandad:

     «Ah! ¿Cuándo llegará ese tiempo feliz —dice un santo de nuestros días, dado enteramente a María—, cuando llegará ese tiempo dichoso en que María sea establecida como Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús? ¿Cuándo llegará el día en que las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo, al encontrar a su Esposa como que reproducida en las almas, vendrá a ellas con abundancia de sus dones y las llenará de ellos, particularmente con el don de sabiduría, para realizar maravillas de gracia. ¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivientes de la Santísima Virgen, para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará, cuando se conozca y viva la devoción que yo enseño: Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariae» —¡Para que venga a nosotros tu reino, venga el reino de María!

     «Fue por medio de la Santísima Virgen María que Jesucristo vino al mundo, y es también por medio de Ella que Él debe reinar en mundo... ¡Señor, para que venga tu reino, que venga el reino de María!», esto es, el Reino de Jesucristo. Tal es el pensamiento que impregna todo el Tratado de la Verdadera Devoción, y que se expresa aquí en términos de claridad y ardor insuperables. 

     San Luis María Grignion de Montfort, anunció por tanto un diluvio de fuego del puro amor que purificará a la humanidad y será encendido «de modo tan suave y con tanta vehemencia, que todas las naciones, los turcos, los idólatras y hasta los mismos judíos obtendrán el ardor necesario para convertirse».

     San Luis María afirma que el Reino de María será un tiempo de florecimiento de la Iglesia que la historia nunca ha conocido. Añade también que, para establecer esta era, «el Altísimo y su Santa Madre suscitarán grandes Santos, de tal santidad que superarán a la mayoría de los Santos, como los cedros del Líbano superan a los pequeños árboles que los rodean».

     El modo por el cual se llevará a cabo esta unión especial de María con las almas de sus apóstoles será la práctica de la verdadera devoción, cuyo secreto el santo revela y profundiza en su Tratado. La Realeza de Nuestra Señora debe realizarse primero en las almas y a partir de ellas repercutirá en la vida religiosa y civil de los pueblos considerados en su conjunto.

     El Reino de María será por tanto, una época en el que la unión de las almas con María Santísima alcanzará una intensidad sin precedentes en la Historia (exceptuando, claro está, los casos individuales). ¿Cuál es la forma, en cierto sentido suprema, de esta unión? No conozco medio más perfecto para enunciar y realizar esta unión que la sagrada esclavitud a Nuestra Señora, como enseña San Luis María Grignion de Montfort en el Tratado de la Verdadera devoción

Plínio Corrêa de Oliveira 


Fuente:
El presente artículo es una recopilación de varios escritos del líder católico y gran difusor del Reino de María, Plínio Corrêa de Oliveira, extraídos de pliniocorreadeoliveira.info y traducidos por nuestro blog. 

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