Cómo la vida de cruz de la Madre Mariana de Jesús Torres atrajo la presencia de Nuestra Señora del Buen Suceso
Madre Mariana de Jesús Torres y Berriochoa |
Eficaz intercesora
La vida de la Madre Mariana fue una sucesión constante de revelaciones, intervenciones y milagros divinos. Durante su vida, levitaba, se bilocaba para salvar un alma, multiplicaba el pan, reconciliaba familias, predecía el futuro, hacía conversiones y curaba enfermos. Cuántas enfermedades curó dando a tomar agua de anís del país, hecha por sus propias manos. Era ésta su receta predilecta. Obraba prodigios diariamente, sobre todo en las parturientas, evitando la muerte prematura de los niños. Es la razón por la que en esos tiempos mucho se generalizaron los nombres Mariano y Mariana, que las madres agradecidas colocaban a sus hijos e hijas en la pila bautismal.
Pero hubo una particular característica en su vida: la vida de cruz. Desde muy tierna niña se vio inclinada a sufrir lo indecible por la salvación de las almas, lo que hizo de ella una criatura verdaderamente angelical. En el éxtasis que tuvo el día de su profesión religiosa, Nuestro Señor tomándola como esposa, le obsequió como presente lo que muchos rechazarían: Su propia cruz. La venerable religiosa a partir de ese instante, la adoptó como suya y jamás la abandonó. Con toda seguridad, fueron los sufrimientos de la Madre Mariana las columnas que sostuvieron el Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, amenazado de desaparecer no mucho después de su fundación, por causa de la furiosa irrupción del movimiento revolucionario que arremetía en su interior.
Confinada en la prisión
Inmediatamente, con la Madre Valenzuela al mando del Convento pero manipulada por la facción ingobernable, la observancia de la regla comenzó a declinar, la prescripción del silencio no fue observada más, y los abusos se multiplicaron.
Preocupada y afligida en su corazón con esta situación, que derrotaba el propósito verdadero de la vida conventual, la Madre Mariana se acercó humildemente a su nuevo superior, Fray Salvador de Ribera, O.P., quinto Obispo de Quito, pidiéndole como fundadora y ex-priora que estas infracciones y desviaciones se corrijan por el bien del Monasterio.
El Prelado escuchó esta súplica, pero la facción rebelde se cercioró de que recibiera el peor informe posible, haciendo parecer a la Madre Mariana como ingobernable e insubordinada.
Como resultado, el Obispo ordenó que la inocente Sierva fuese encarcelada por tres días. También pidió que su velo le sea quitado, que atienda al público en las horas de comida en el refectorio, y que coma de rodillas en el piso. Esos tres días fueron cumplidos en una prisión oscura y subterránea. Allí, la Madre Mariana tuvo que expiar su perfecta inocencia.
Luego de tres días, la llevaron a un cuarto solitario. Las Madres Fundadoras, incapaces de contenerse viendo su sufrimiento, allí la visitaron. Por esto, fueron encarceladas junto con la Madre Mariana por un mes completo. Otras, que demostraron solidaridad para con ellas, también fueron enviadas junto a las santas religiosas en la prisión. Fueron veinticinco a la vez las que pagaban así su fidelidad.
La Madre Mariana prisionera en la cárcel del Convento |
Consolaciones divinas
Una noche, una cruz pequeña que la Madre Mariana había pintado en la pared comenzó a brillar intensamente. Mientras la luz aumentaba maravillosamente ante el asombro de las inocentes cautivas, cada una de las siete fundadoras cayó en un sublime éxtasis y a cada una de ellas se les mostró una visión diferente.
San Francisco de Asís |
A la mañana siguiente las rebeldes encontraron muerta a dicha monja en su celda, con su rostro color púrpura y ennegrecido. Hicieron que las cautivas cargaran el cuerpo para el entierro. ¡Imaginemos el dolor de la Madre Francisca, de tener que cargar el cuerpo de esta hermana que ella amó y sirvió pero que no pudo salvar!
En otra visión, Sor Magdalena de San Juan contempló a San Juan Evangelista, quien le reveló que en la Última Cena y en momentos en que reposó su cabeza sobre el Sagrado Corazón, el Divino Redentor le dio a conocer muchos secretos. Uno de ellos, era la fundación de este Monasterio. Nuestro Señor le dejó saber cuánto amaba esta Casa y que en ella vivirían siempre almas Eucarísticas que tomarían sobre sus hombros la reparación de los sacrilegios cometidos contra la Víctima Divina.
De este modo, estas almas santas pasaban días amargos encarceladas dentro de su propia casa, perseguidas, ultrajadas y abandonadas por sus propias hermanas.
Las prisioneras son liberadas
Torturada por la compasión y el remordimiento, la Madre Valenzuela no pudo soportar más el pensamiento de que estas monjas santas e inocentes estuvieran encarceladas en ese horrible lugar. Escribió una carta al Obispo en la que confesaba su debilidad en permitir que las monjas rebeldes la manipulen y causen el encarcelamiento de estas mujeres perfectamente libres de culpa. El Prelado quedó consternado al recibir este mensaje. Reprendió a la Madre Valenzuela seriamente y pidió la libertad inmediata de las víctimas. Al ser liberadas, las sufridas religiosas besaron humildemente los pies de su Priora y los de sus perseguidoras.
Fueron constantes los episodios de calumnia y persecución estimulados por el demonio contra las monjas fieles. Esto apenas era el principio de una persecución terrible sufrida por estas almas heroicas, que fueron devueltas más adelante a esa horrible prisión.
Una vez más, elección y encarcelamiento
Luego de salir del encierro, la Madre Mariana fue otra vez elegida Abadesa recibiendo la mayoría de los votos de la facción obediente del convento. Esto causó tal furia en el bando rebelde que sería ella otra vez difamada a tal punto que el Obispo, no sabiendo qué hacer, la hizo aislar en una celda. El grupo de rebeldes deseaba enviarla a la oscura prisión nuevamente, pero se encontraron esta vez con la oposición de la Priora anterior, la Madre Valenzuela.
La Madre de Dios pide que una Imagen sea elaborada
Cierto día, durante ese segundo período de aislamiento, mientras rezaba y sufría, la Madre Mariana contempló otra vez a la Señora de majestad y belleza incomparables rodeada por una luz, y que una vez más presentándose bajo el nombre de María del Buen Suceso, llevaba como en la aparición anterior, al Niño Jesús en sus brazos y en la mano derecha el Báculo de oro, adornado de una cruz con diamantes incrustados relucientes como el sol; piedras preciosas adornaban el centro de la cruz y el nombre de María se hallaba grabado en una estrella de rubíes, brillando con diversidad de luces.
Esta vez, entre muchas otras cosas, la Santísima Virgen del Buen Suceso le pide a la Madre Mariana que mande a confeccionar una imagen tal como se presentaba ante sus ojos. Deseaba que la misma fuese colocada sobre el asiento de la Priora en el Coro Alto, para desde allí, ser Ella, quien gobierne con eficacia aquél Su Convento. Quería también que el báculo fuese colocado en su mano derecha como muestra de Su autoridad como Abadesa, junto con las llaves del Monasterio para defenderlo en los siglos venideros.
Defensa que Nuestra Señora cumplió. En varias ocasiones futuras, funcionarios gubernamentales hostiles intentaron desalojar a las hermanas o cerrar el Convento. Ninguno de esos intentos tuvo éxito. En algunos casos la persona responsable moría o era destituida antes de que la consigna fuera realizada. En una ocasión, un gran número de hombres asignados para converger en el Monasterio en un tiempo especificado, se olvidaron inexplicablemente de la cita hasta que el tiempo había pasado.
Medición de la Santísima Virgen
La Madre Mariana al recibir el encargo de la Santísima Virgen de mandar a elaborar la imagen desconocía el tamaño en que debía ser entallada. Sintiéndose por esto afligida le dijo a la Reina del Cielo:
“Linda Señora, mi Madre Querida, debo atreverme a tocar Vuestra frente Divina, cuando ni los Ángeles pueden hacerlo?"
“Vos sois el Arca viva de la Alianza entre los pobres mortales y Dios, y si Osa sólo por el hecho de haber tocado el Arca Santa para evitar que rodase al suelo, cayó muerto, cuánto más yo ! mujer pobre y débil".
Nuestra Señora entonces le respondió:
“No temáis por ello. Me alegra tu recelo y veo el amor ardiente a tu Madre del Cielo que te habla; medid vos misma mi estatura con el cordón que traes en tu cintura".
Cogió entonces Nuestra Señora una punta del cordón colocándola en su propia frente, mientras la Madre Mariana aplicaba el otro extremo sobre los sagrados pies de la Santísima Virgen obteniendo así la medida exacta de la Madre de Dios.
Cuadro de la Medición de la Santísima Virgen. Iglesia del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito |
Las dificultades continúan
Los inconvenientes estaban lejos de desaparecer en el Convento de la Inmaculada Concepción. Estimuladas siempre por el demonio que había hecho la promesa de destruir esa santa Casa, el mismo grupo de monjas rebeldes trazaron un plan para lograr su fin.
Llegó otra vez el tiempo de una nueva elección para Superiora. El elemento revolucionario levantó tanto la fricción que después de muchas sesiones, ninguna decisión fue tomada. El propio Obispo tuvo que intervenir y presidir la nueva elección.
Cegada por la envidia y el odio, la líder de la rebelión, una monja de contextura gruesa, de baja estatura y tez morena conocida como “la Capitana” solicitó el puesto de Priora para sí misma mientras que insultaba y se revelaba contra la Madre Mariana y las demás fundadoras españolas. También pedía el regreso de éstas a España.
Esto resultó ser un error fatal para las insubordinadas, pues el Obispo veía entonces claramente con quién estaba tratando. Indignado, pidió a “La Capitana” que se retire y ordenó que sea inmediatamente encerrada en la misma prisión donde anteriormente sus víctimas inocentes tanto habían sufrido. En cuanto a las otras rebeldes, les revocó su derecho de votar y ordenó que realicen el trabajo más extenuado del Convento. De resistirse, irían a la prisión junto con su líder. Además fueron expulsadas del cuarto de votación.
Finalmente, eligieron a la Madre Valenzuela como Priora una vez más.
La Santísima Virgen insiste en la elaboración de la Imagen
La Madre Mariana temía que la población indígena de Quito, recientemente catequizada y aún con inclinaciones idolatras ofreciera la reverencia incorrecta a una representación tan magnífica de la Madre del Dios.
El 2 de febrero de 1610, arrodillada ante el Santísimo Sacramento y mientras rezaba sus acostumbradas oraciones de la noche, de repente sintió su corazón saltar de alegría en su interior.
En un instante se encontró ante la Reina del Cielo, Quien se hallaba cubierta de luces que resplandecían intensamente dentro de un marco oval de estrellas que brillaban tenuemente. Notó entonces que Nuestra Señora la vía con cierta severidad y sin decir una palabra.
La Madre Mariana rogó a la Celestial Reina que no la mirara de esa forma y le prometió realizar todo lo que Ella le ordene aunque le cueste su vida.
La Divina Señora entonces la reprendió pacentemente, preguntándole porqué dudó y temió a pesar de saber que Ella es una poderosa Reina. Le aseguró que no habría peligro de idolatría. Más por el contrario, esta imagen no sólo sería necesaria para el convento sino también para la gente en general a través de los siglos.
Entonces la Santísima Virgen escogió al artista que debía realizar esta santa tarea. Sería Don Francisco de la Cruz del Castillo, hombre de buena familia y un escultor consumado, temeroso de Dios, honesto y vertical con su esposa e hijos, gobernando su hogar guiado por los diez mandamientos. A este hombre piadoso, tendría la Madre Mariana que indicarle los pormenores físicos de la Reina del Cielo, a quien veía con sus propios ojos. Creyéndose incapaz de ello, la Sierva de Dios se dirigió a Nuestra Señora diciéndole:
“Pero Señora, Madre Querida de mi alma, yo, insignificante criatura, jamás podré describir vuestra hermosa figura a artista alguno…. Realmente sería necesario que uno de los arcángeles elabore esta Santa Imagen que vos deseáis”.
La celestial Reina calmó su preocupación asegurándole que Francisco del Castillo la esculpiría y sus ángeles le darían el toque final.
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