La Madre Mariana, relató al Obispo el pedido de Nuestra Señora de mandar a elaborar la imagen. El Prelado quedó profundamente conmovido y entró en contacto con don Francisco del Castillo.
El escultor apenas podía contener su sorpresa, alegría y gratitud por haber sido nombrado para este santo proyecto y rechazó cualquier pago, en vista de que ya se consideraba completamente recompensado al haber sido elegido por la misma Santísima Virgen. Pidió solamente que su familia y descendientes permanezcan siempre en los rezos de la comunidad.
Se confesó, comulgó y empezó la elaboración de la imagen, en el Coro alto, el lugar donde la Virgen había aparecido la mayoría de las veces y en donde la futura efigie tendría que permanecer para desde allí gobernar el Convento. Su trabajo contó
siempre con la orientación de la Madre Mariana, que le indicaba las facciones y la postura de Nuestra Señora. Por indicación de la santa religiosa, que anhelaba el acabado perfecto de la imagen, el artista tuvo que rehacerla muchas veces.
El escultor sale de viaje
siempre con la orientación de la Madre Mariana, que le indicaba las facciones y la postura de Nuestra Señora. Por indicación de la santa religiosa, que anhelaba el acabado perfecto de la imagen, el artista tuvo que rehacerla muchas veces.
El escultor sale de viaje
Al quinto mes, en enero de 1611, la imagen estaba casi terminada. El día 10, el Obispo fue al convento a presenciar el trabajo, y viendo la imagen quedó muy satisfecho por lo que felicitó al artista, quien le indicó que solamente le faltaban los retoques finales de pintura, y que siendo el acabado lo más importante, deseaba contar con los mejores materiales que existieran. Sin embargo, era necesario ir a buscarlos fuera de Quito, por lo que acordó con la Madre Mariana en que saldría de viaje, prometiendo regresar en una semana, para el domingo 16 de enero.
Fervor en el Convento
Durante esos días en la comunidad sólo se hablaba de la santa imagen que estaba a punto de ser acabada, bendecida y coronada como Reina y Superiora del Convento.
"Qué felices somos" decían las religiosas. "La Reina de los Cielos y su Santísimo Hijo, se quedarán con nosotras, gobernándonos. Pensemos ahora más que nunca en santificarnos de verdad. En nuestra Abadesa tenemos el mejor ejemplo... ¡Ella es una santa.! — Basta recordar su vida tan llena de padecimientos increíbles, persecuciones, cárceles e injusticias. Y todo esto lo sufrió con una paz inalterable, sin abrir sus labios para proferir quejas, mucho menos murmuraciones".
Las monjas no podían contener su regocijo ni pensar en otra cosa. Estaban compenetradas enteramente en los trabajos del Sr. del Castillo, y pedían a Dios que lo inspire para que sus últimos retoques le den a la imagen el acabado que todas deseaban, teniendo en vista el culto que durante todos los siglos ésta recibiría. Por tal motivo, cada una se esforzaba en ser más perfecta, multiplicando sus penitencias y actos públicos de humildad en el comedor.
En la mañana del 16 de enero, muy temprano como de costumbre, las religiosas se dirigieron al Coro alto para rezar el Oficio Matinal, llenas de santas emociones. Casi llegando, escucharon hermosas melodías. Entonces, presurosas entraron en el Coro, quedando maravilladas al verlo, — ¡oh milagro! iluminado por una luz celestial, mientras que ecos de voces angelicales aun resonaban y cantaban el himno “Salve Sancta Parens” - Ave Santa Progenitora -
Vieron que la Imagen había sido exquisitamente acabada y que su rostro emitía rayos brillantes de luz que se difundían por todo el coro y la iglesia, y que luego, pausadamente se atenuaban para que las religiosas pudiesen contemplar de cerca aquella maravilla que Dios había obrado para favorecer al Convento y al pueblo en general.
Rodeada de esa luz muy viva, la fisonomía de la sagrada imagen era majestuosa, serena, dulce, afable y atrayente. El rostro del Niño Jesús era un reflejo del amor que el Corazón divino dispensaba a sus esposas tan queridas por Él y por su Santísima Madre.
Rodeada de esa luz muy viva, la fisonomía de la sagrada imagen era majestuosa, serena, dulce, afable y atrayente. El rostro del Niño Jesús era un reflejo del amor que el Corazón divino dispensaba a sus esposas tan queridas por Él y por su Santísima Madre.
La Imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso, en el Coro Alto. Delante de Ella, religiosas de la Inmaculada Concepción de Quito |
Las monjas concepcionistas eran antorchas encendidas de amor y agradecimiento a Dios. Todas progresaron en la vida espiritual, y recibiendo luces a respecto de la vocación, se empeñaron en el pleno cumplimiento de la regla, conscientes de la división en el convento, precisamente por el relajamiento de las monjas rebeldes.
El Obispo y el artista reconocen la transformación milagrosa de la imagen
Ya de regreso, el Sr. del Castillo se presentó en el Convento a la hora convenida luego de recibir la Sagrada Comunión, trayendo consigo los más finos esmaltes, y listo para terminar su creación.
Sin contársele nada, fue invitado por la Madre Mariana y las Fundadoras para subir al Coro alto donde, sorprendido por la maravilla que veían sus ojos, exclamó emocionado:
“Madres, ¿qué es lo que veo? Esta imagen tan bella ¡no es obra de mis manos! ¡No puedo describir lo que siento en mi corazón! !Esto es obra de manos angelicales! Es imposible en la tierra para cualquier escultor, por más hábil que sea, imprimir ¡tal perfección y tal extraordinaria belleza!”.
Y llorando, en medio de sentimientos profundos de fe y piedad, cayó a los pies de la santa imagen.
Enseguida, pidiendo papel y lápiz, juramentó por escrito que aquella bendita imagen no era obra suya, sino más bien de los Ángeles, pues la encontró totalmente distinta a su regreso. Jamás había visto en sus 67 años, ni en España, color de piel similar al de aquella milagrosa y bendita imagen.
Don Francisco del Castillo, presuroso, salió del Convento, llegando donde el Obispo y emocionado le narró lo que sus ojos acababan de ver por lo que el Prelado acudió de inmediato donde las Madres, encontrando la imagen transformada pero mucho más perfecta de lo que se desprendía del relato del escultor, y arrodillándose ante ella, reconoció el prodigio, mientras que de sus grandes ojos brotaban lágrimas. Atestiguó que la imagen había sido modificada y enriquecida por manos no humanas, y conmovido y extasiado proclamó a los pies de la misma:
“María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia, en la vida y sobre todo en la hora de la muerte, amparadnos, Grande Señora! Alcánzame de vuestro Santísimo Hijo, Señora mía, que me conceda un tiempo más de vida (el Obispo estaba próximo a morir), pues tengo de ella necesidad”.
Enseguida le pidió a la Madre Mariana para salir del Coro e ir a hablar en el confesionario, presintiendo que Dios había intervenido en el acabado repentino de la imagen, y que la santa religiosa tenía conocimiento de ello.
La Madre Mariana revela la creación milagrosa de Nuestra Señora del Buen Suceso
La venerable Abadesa se presentó entonces en el confesionario con la finura, dulzura y humildad que la caracterizaban, dispuesta a responder todo lo que el Obispo, con su autoridad sobre el Convento, necesitaba saber, especialmente de lo sucedido con la imagen del escultor.
El Obispo y el artista reconocen la transformación milagrosa de la imagen
Ya de regreso, el Sr. del Castillo se presentó en el Convento a la hora convenida luego de recibir la Sagrada Comunión, trayendo consigo los más finos esmaltes, y listo para terminar su creación.
Sin contársele nada, fue invitado por la Madre Mariana y las Fundadoras para subir al Coro alto donde, sorprendido por la maravilla que veían sus ojos, exclamó emocionado:
“Madres, ¿qué es lo que veo? Esta imagen tan bella ¡no es obra de mis manos! ¡No puedo describir lo que siento en mi corazón! !Esto es obra de manos angelicales! Es imposible en la tierra para cualquier escultor, por más hábil que sea, imprimir ¡tal perfección y tal extraordinaria belleza!”.
Y llorando, en medio de sentimientos profundos de fe y piedad, cayó a los pies de la santa imagen.
Enseguida, pidiendo papel y lápiz, juramentó por escrito que aquella bendita imagen no era obra suya, sino más bien de los Ángeles, pues la encontró totalmente distinta a su regreso. Jamás había visto en sus 67 años, ni en España, color de piel similar al de aquella milagrosa y bendita imagen.
Don Francisco del Castillo, presuroso, salió del Convento, llegando donde el Obispo y emocionado le narró lo que sus ojos acababan de ver por lo que el Prelado acudió de inmediato donde las Madres, encontrando la imagen transformada pero mucho más perfecta de lo que se desprendía del relato del escultor, y arrodillándose ante ella, reconoció el prodigio, mientras que de sus grandes ojos brotaban lágrimas. Atestiguó que la imagen había sido modificada y enriquecida por manos no humanas, y conmovido y extasiado proclamó a los pies de la misma:
“María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia, en la vida y sobre todo en la hora de la muerte, amparadnos, Grande Señora! Alcánzame de vuestro Santísimo Hijo, Señora mía, que me conceda un tiempo más de vida (el Obispo estaba próximo a morir), pues tengo de ella necesidad”.
Mons. Salvador de Ribera, quinto obispo de Quito |
Enseguida le pidió a la Madre Mariana para salir del Coro e ir a hablar en el confesionario, presintiendo que Dios había intervenido en el acabado repentino de la imagen, y que la santa religiosa tenía conocimiento de ello.
La Madre Mariana revela la creación milagrosa de Nuestra Señora del Buen Suceso
La venerable Abadesa se presentó entonces en el confesionario con la finura, dulzura y humildad que la caracterizaban, dispuesta a responder todo lo que el Obispo, con su autoridad sobre el Convento, necesitaba saber, especialmente de lo sucedido con la imagen del escultor.
La Madre Mariana le relató entonces que el día 15 de enero de 1611, Dios le previno que al día siguiente contemplaría sus Misericordias, pidiéndole que se prepare con penitencias y mucha oración.
Ya en la madrugada del 16 de enero, vio el Coro alto y toda la iglesia iluminarse con luces celestiales. Luego se abrieron las puertas del Sagrario y en la santa Hostia aparecía la Santísima Trinidad, y le fue dado a conocer en ese instante el sublime misterio de la Encarnación del Verbo, así como el amor infinito de las Tres Divinas Personas a María Santísima, ahí presente, quien era aclamada como Reina y Señora por los nueve Coros Angelicales. La Santísima Virgen se dejaba ver tan hermosa, bella y atrayente.
Los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael se presentaron primero delante del trono divino, recibiendo una orden de Dios, que la Madre Mariana no alcanzó a entender de qué se trataba, pero pudo contemplar que luego de una profunda reverencia, se aproximaron al trono de la Reina del Cielo y saludándola, San Miguel le decía:
“María Santísima, Hija de Dios Padre!".
Le seguía San Gabriel, diciendo:
“María Santísima, Madre de Dios Hijo!".
Y San Rafael:
“María Santísima, Esposa Purísima del Dios Espíritu Santo!".
Finalmente, toda la milicia celestial exclamaba al unísono:
"María Santísima, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad".
En eso apareció San Francisco de Asís, con un brillo que iluminaba sus estigmas; entonces los tres arcángeles y el Padre seráfico se acercaron a la imagen trabajada por el escultor del Castillo, y en un instante le hicieron con sus propias manos un nuevo rostro que reemplazaría al creado por el escultor.
La Madre Mariana así se lo confesó al Obispo:
"No tuve luces para ver de qué manera se operó esa transformación instantánea, pero la imagen quedó tan linda, como Vuestra Excelencia pudo verla"
Ya en la madrugada del 16 de enero, vio el Coro alto y toda la iglesia iluminarse con luces celestiales. Luego se abrieron las puertas del Sagrario y en la santa Hostia aparecía la Santísima Trinidad, y le fue dado a conocer en ese instante el sublime misterio de la Encarnación del Verbo, así como el amor infinito de las Tres Divinas Personas a María Santísima, ahí presente, quien era aclamada como Reina y Señora por los nueve Coros Angelicales. La Santísima Virgen se dejaba ver tan hermosa, bella y atrayente.
El Coro alto del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito |
Los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael se presentaron primero delante del trono divino, recibiendo una orden de Dios, que la Madre Mariana no alcanzó a entender de qué se trataba, pero pudo contemplar que luego de una profunda reverencia, se aproximaron al trono de la Reina del Cielo y saludándola, San Miguel le decía:
“María Santísima, Hija de Dios Padre!".
Le seguía San Gabriel, diciendo:
“María Santísima, Madre de Dios Hijo!".
Y San Rafael:
“María Santísima, Esposa Purísima del Dios Espíritu Santo!".
Finalmente, toda la milicia celestial exclamaba al unísono:
"María Santísima, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad".
Los Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael, junto a San Francisco de Asís |
En eso apareció San Francisco de Asís, con un brillo que iluminaba sus estigmas; entonces los tres arcángeles y el Padre seráfico se acercaron a la imagen trabajada por el escultor del Castillo, y en un instante le hicieron con sus propias manos un nuevo rostro que reemplazaría al creado por el escultor.
La Madre Mariana así se lo confesó al Obispo:
"No tuve luces para ver de qué manera se operó esa transformación instantánea, pero la imagen quedó tan linda, como Vuestra Excelencia pudo verla"
La imagen estaba totalmente iluminada como si estuviera en medio del sol. La Santísima Trinidad miraba complacida y los ángeles cantaban el himno Salve Sancta Parens -Ave Santa Progenitora-.
En medio de esas alegrías la Reina de los Ángeles se acercó a la imagen y entró en ella, así como los rayos del sol que se reflejan en bellísimos cristales, y la santa imagen cobró vida y cantó con celestial harmonía el ¡Magnificat! Esto sucedió a las tres horas de la mañana.
La Madre Mariana finalmente pudo contemplar a la Fundadora del Convento, su tía, la Madre María de Jesús Taboada, quien entre otras cosas, le reveló la significativa importancia de la devoción a María Santísima del Buen Suceso, especialmente en el siglo XX, ante las grandes calamidades en el pueblo en esos aciagos tiempos.
En medio de esas alegrías la Reina de los Ángeles se acercó a la imagen y entró en ella, así como los rayos del sol que se reflejan en bellísimos cristales, y la santa imagen cobró vida y cantó con celestial harmonía el ¡Magnificat! Esto sucedió a las tres horas de la mañana.
Somos bendecidos los ecuatorianos y el mundo por haber sido parte de esta historia. Que la Santísima Virgen del Buen Suceso nos cubra al Ecuador con su sagrado manto.
ResponderEliminarQué maravilla de milagro, no tengo palabras para describir lo que suento luego de leerlo. Bendito sea Dios y Maria Santísima.
ResponderEliminarMuchas gracias, me encantó y me emocionó.
Que hermoso milagro la acción de Dios es grande su amor por su madre hace que suceda tal prodigio divino tal cual en Venezuela con el Santo Cristo de La Grita, patrono del estado Tachira. Dios siempre amparandobos. MBMR
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