Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará




El infierno. Óleo sobre lienzo, de Hernando de La Cruz, 1620. Iglesia de la Compañía de Jesús, Quito

Tercera Aparición de Nuestra Señora de Fátima, julio de 1917

     Durante la tercera aparición de la Santísima Virgen en la Cova de Iría, una pequeña nube grisácea quedó suspendida sobre la encina, el sol se oscureció, una brisa fresca sopló en la sierra, a pesar de ser el auge del verano. El Sr. Marto, padre de Jacinta y Francisco, que así lo cuenta, dijo que oyó también un susurro como de moscas en un cántaro vacío. Los pequeños videntes vieron el reflejo de la acostumbrada luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina.

     Entonces, Lucía, la mayor de los tres pastorcitos, se dirigió a la Señora y le preguntó: "¿Vuestra Merced qué desea de mí?" 

     La Madre de Dios respondió: "Quiero que volváis el trece del mes que viene y que continuéis rezando el rosario todos los días en honra de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella os puede ayudar".

     Dijo Lucía entonces: "Quisiera que nos diga quién es, y que haga un milagro para que todos crean que Vuestra Merced se nos aparece".

     La Santísima Virgen respondió: "Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro para que todos lo vean y crean".

     Lucía le presentó entonces una serie de pedidos de conversiones, curas y otras gracias. La Virgen respondió recomendando siempre la práctica del rezo del rosario, indicando así el modo por el cual alcanzarían las gracias durante el año. Después prosiguió:

     "Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio:

     "¡Oh! Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María".

PRIMERA PARTE DEL SECRETO: LA VISIÓN DEL INFIERNO

     "Al decir estas últimas palabras —narra la Hermana Lucía— la Señora abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo [de los rayos de luz] pareció penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido ante esta visión que solté aquel ‘ay’, que dicen haberme oído exclamar). Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa."

(Hasta aquí la narración de la Tercera Aparición). 

A continuación, comentarios de Plinio Corrêa de Oliveira: 

     ¿Qué podemos decir sobre el infierno?

     Recuerdo que una vez le hice a un obispo la siguiente reflexión:

     – Señor Obispo, ¿es verdad que todas las cosas que existen y que vemos en el universo son criaturas de Dios?

     – Sí, es verdad, me respondió. Entonces le pregunté:

     – ¿También es cierto que todo lo que existe en el Cielo, la Tierra y en el infierno es una criatura de Dios?

     – Es verdad.

     – Pero entonces, continué, ¿el infierno es una criatura de Dios?

     – Así es, Dios creó el Infierno.

     Le pregunté a continuación, prosiguiendo con mi reflexión:

     – Por tanto ¿hay que decir que el Infierno es una cámara de torturas ideada y creada por Dios, y que todo lo que finalmente se mueve tiene a Dios como su primer motor, y dicho movimiento de todas estas cosas proviene continuamente de la acción de Dios, que hace que todo se mueva dentro del Infierno? 

     Él me dijo:

      Es verdad.

     Siendo un obispo, me habría gustado ir más lejos y preguntarle: entonces ¿por qué nunca se predica a respecto de esto? Si esto es verdadero, se debería hablar de ello, y si no lo es, habría que censurarlo. Pero callar a respecto de esto tan tremendo, es algo que no se entiende.

     ¿Cuántos, a quienes se les hable sobre el infierno, tendrían miedo y lo evitarían?, y por lo contrario, ¿cúantos se exponen a la condenación eterna, precisamente porque nadie les habla de eso? 

     Seguramente, cuanto mayor sea el número de quienes sepan del infierno, el número de condenados sería menor, y en contraposición, si se niega esta verdad o se evita hablar de ella, dicho número, será inevitablemente mayor. Muchos se condenaron porque hubo quienes les tuvieron una falsa y equivocada lástima y no les hablaron del Infierno.

     Nuestra Señora dejó un Mensaje que debía ser conocido por el mundo entero y con el que quería lograr la salvación de los pecadores; para ello, les mostró el infierno a tres pequeños niños, para que por medio de ellos, los pecadores sepan lo terrible que es el infierno y tiemblen de pánico hasta los huesos. 


Los videntes después de la visión del infierno 

     Pero, contrario a lo que hizo la Santísima Virgen, ¿por qué resulta hoy tan difícil encontrar alguien que tenga el valor de enseñar lo que es el infierno?

     Imaginemos a un predicador decir en el sermón de la misa – ya no en el púlpito, pues éste ya no se usa, y ni siquiera existe en las iglesias modernas – : "Queridos hermanos, hoy es domingo. Miren qué hermoso y soleado domingo, imagen de la bondad de Dios. Qué bueno es Dios al hacerles ver su bondad de esta manera y llevarlos al Cielo. Cuánto recompensará Dios vuestras virtudes…", etc., etc., sin mencionar ni una palabra del infierno. No mencionarlo, significa hacer lo contrario de lo que hizo en Fátima, la Santísima Virgen. 

     En sus Apariciones, Nuestra Señora dijo cosas magníficas sobre el Cielo, y qué mejor forma de atraer a los hombres dulcemente hacia el Cielo que mostrándose Ella misma, que es una síntesis de todos los esplendores y bellezas del Cielo. 

     Pero, ¡Ojo! ¡También existen la justicia y la cólera de Dios! Y están listas para caer sobre quienes no den importancia a las bondades de Dios. 

     Santa Teresa de Jesús, la gran santa, la mística incomparable, tuvo una visión en la que Dios le mostró el infierno que le esperaba de no haber sido fiel.

     La llevó a una especie de tumba en el infierno, en forma de tablas revestidas con clavos. Era como un agujero oscuro en la pared; y esas tablas, terribles por sí mismas, la cercaban por todos lados, de modo que quedaba como que doblada en dos, sin poder moverse ni respirar, atormentada por los clavos en todo el cuerpo, y con todo el calor del Infierno soplando sobre ella.

     Era el infierno que le esperaba a la gran Santa Teresa de no haber correspondido a la gracia. Podemos darnos cuenta de lo tremendo que eso significa. 

     Pero hay algo más tremendo aún: es Dios quien creó aquello y quien lo mantiene vivo y en movimiento, y que escucha sin piedad el gemido de toda aquella multitud de réprobos. Más aún, uno de los elementos de su felicidad es conocer y producir el sufrimiento de todos ellos. 

     En Fátima, la Santísima Virgen quiso que el mundo entero tomara conciencia de las terroríficas manifestaciones del infierno. ¿El mundo tomó en serio esa predicación?

     Por todo esto esto, no se logrará una correcta difusión del Mensaje de Fátima si no se habla del infierno que Ella misma enseñó a los tres pastorcitos, y que un difusor del Mensaje de Fátima debería saber de memoria. 

     Finalmente, ¿Qué responderle a quien nos diga "¡No creo en el infierno!"?

     Se podría decirle:

     ¿Usted no cree? Escuche entonces lo que los tres pastorcitos dijeron luego de la visión del infierno, además, escuche otras descripciones de los santos, etc.

     Entendamos entonces la enorme utilidad e indispensabilidad para nuestro apostolado, de predicar ardientemente sobre el Infierno.



Fuente: El presente artículo fue extraído de pliniocorreadeoliveira.info y traducido por este blog. Corresponde a una conferencia  de Plinio Corrêa de Oliveira para Corresponsales de la TFP, en Sao Paulo, en junio de 1994. 





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