En una república incipiente dominada por masones liberales que habían expulsado a los jesuitas y perseguían sin piedad a la Iglesia, un estadista muy distinto a los de su clase, ingresó a la escena política de Ecuador en la década de 1860. En los 10 años de su gobierno, Gabriel García Moreno hizo de esa pequeña porción de tierra, tan amada por Nuestro Señor y su Santísima Madre, el modelo de un Estado católico.
Uno de sus primeros actos fue emitir un Concordato, restaurando así la libertad de la Iglesia. En 1867 estableció su gobierno constitucional bajo el reinado de Cristo. En 1870, fue Ecuador el único entre todas las naciones del mundo, que protestó públicamente por la invasión de los Estados Pontificios y ofreció un subsidio nacional para el Papa cautivo, Pío IX. En 1873 consagró formalmente la República al Sagrado Corazón de Jesús.
Los enfurecidos socialistas y masones que perdieron sus cargos cuando García Moreno asumió la presidencia hicieron campañas de calumnias en su contra. Pero nada logró poner al pueblo en contra de alguien tan honesto y bueno, al que consideraba el “Padre del Pueblo”. Bajo él prosperaron las escuelas y universidades católicas, se disolvió la deuda nacional, se construyeron carreteras e infraestructura, los criminales fueron encarcelados o ahorcados, y las calles estaban seguras.
Cuanto más lo amaba la gente, mayor era el odio de los masones. Según sus biógrafos, hubo seis intrigas fallidas contra su vida después de que se convirtiera en una importante figura pública en 1860.
El 6 de agosto de 1875, primer viernes, día dedicado al Sagrado Corazón, el Presidente, siguiendo su rutina normal, caminó desde su casa, a un costado de la Plaza Santo Domingo hacia la Iglesia del mismo nombre, para la Misa de las 6h00. En el altar lateral del Calvario, hay una placa que dice , "Aquí recibió la Sagrada Comunión el Dr. Gabriel García Moreno el primer viernes 6 de agosto de 1875, antes de ser asesinado".
A las 13h00 partió hacia Palacio acompañado únicamente de su edecán, Manuel Pallares. Se detuvo brevemente para saludar a sus suegros, la familia Alcázar, en la calle Sucre, cerca de la iglesia de los jesuitas, la Compañía. Como había estado enfermo y hacía fresco, se abotonó el abrigo y siguió su camino.
Hizo una pequeña parada más, en la Catedral, entrando en la capilla donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento. Después de esta visita partió, dirigiéndose al Palacio de Gobierno. Los conspiradores estaban listos.
En la escalinata del Palacio Presidencial saludó a varias personas, entre ellas Faustino Rayo, quien luego daría el primer machetazo brutal. Rayo, que guardaba rencor a Moreno por despedirlo de un lucrativo cargo por sus prácticas deshonestas, se había dedicado a la marroquinería. Sin embargo, fingió tener una relación amistosa con el presidente, quien recientemente lo había contratado para hacer una silla de montar para su hijo pequeño (su único hijo vivo), Gabriel García del Alcázar.
Subió las escaleras laterales hasta el corredor con sus gruesos pilares coloniales. En ese tiempo no existían las barandillas de hierro entre las columnas que vemos hoy. De hecho, las rejas negras con volutas procedían del famoso Palacio de las Tullerías de París, derribado por los revolucionarios y fueron encargadas por el propio García Moreno para colocarlas en el Palacio de Carondelet. Sin embargo, solo llegarían y se instalarían después de su muerte.
La Plaza Grande de Quito. A la izquierda, la Catedral, a la derecha, el Palacio de Carondelet y el sitio en donde cayó mortalmente herido el Presidente mártir |
La placa hecha en piedra con la frase legendaria: "¡Dios no muere!" |
Y la hermosa respuesta de García Moreno, tambaleándose por las heridas, "¡Dios no muere!". "¡Dios no muere!". Eran estas las últimas palabras de algo que el Mandatario repetía a menudo: "Soy solo un hombre que puede ser asesinado, pero Dios no muere".
Otro grito de Rayo y de su compañero asesino, Roberto Andrade: "¡Muere, jesuita!". Era una forma de decir "Muere, amante de los jesuitas", una Orden que había sido expulsada por el régimen anticlerical que precedió a la primera presidencia de Moreno. Uno de sus primeros actos en 1860 había sido invitar a los jesuitas a regresar y devolverles sus edificios.
Arriba: foto real tomada luego de la caída de García Moreno desde el corredor del Palacio. Abajo, foto tomada en la Catedral. |
Después del último golpe feroz de Rayo, el presidente se tambaleó y cayó desde el corredor hacia la plaza, unos tres metros y medio hacia abajo, al pie de una taberna. Actualmente, en la pared hay una simple lápida de piedra. Todo sucedió en apenas unos minutos, según testigos.
Los golpes fatales
Su brazo se rompió en la caída, pero García Moreno aún estaba vivo. El informe de la autopsia, realizada poco después de su muerte, decía que hasta ese momento no había recibido heridas mortales. No podemos evitar el preguntarnos: ¿Dónde estaba su edecán Manuel Pallares?
En lugar de protegerlo, corrió en búsqueda de ayuda, dejando al presidente indefenso. ¿Él era parte de la trama? Eso nunca se probó, pero muchos, llevados por las dudas, comentaban que lo venció la cobardía.
Rayo y sus cómplices bajaron corriendo las escaleras para terminar su vergonzosa tarea. Empujando a las mujeres a un lado, Rayo golpeó repetidamente con su machete, incluidas dos heridas fatales en la cabeza, una que le cortó una parte del cráneo. Se hicieron más tiros; nuevamente las balas solo rozaron el cuerpo del Presidente.
Gritando consignas revolucionarias como "Abajo la tiranía" , "Ya somos libres", los sicarios huyeron. En su huida, Rayo quedó un tanto rezagado de los demás. Al escuchar los disparos, el general Salazar había ordenado salir a las tropas a la plaza, y tres soldados agarraron a Rayo en su intento de escapar.
El general Salazar llegó al lugar y ordenó llevar al moribundo presidente a la Catedral. Su cuerpo masacrado fue depositado a los pies del altar de Nuestra Señora de los Dolores, a quien tenía una gran devoción. El sacerdote que administraba los últimos ritos le preguntó al presidente moribundo si perdonaba a sus enemigos. Con esfuerzo García Moreno abrió los ojos, y con su expresión afirmaba su asentimiento. Poco después, expiró.
Sobre el pecho del Presidente se encontraba una reliquia de la verdadera cruz, un escapulario de la Pasión y del Sagrado Corazón, y su rosario, junto con una medalla del Papa Pío IX. En su bolsillo llevaba una copia de La Imitación de Cristo , con su regla de vida escrita en la última página, y estaban escritas a lápiz estas pocas palabras: "Mi Salvador Jesucristo, dame un mayor amor por Ti y una profunda humildad, y enséñame lo que debo hacer este día para tu mayor gloria y servicio".
Una revolución frustrada
Los masones confiaban en que el asesinato de García Moreno desencadenara una revolución entre el pueblo, que se uniría en torno a los ideales masónicos de libertad, Igualdad y fraternidad y que rechazaría la influencia de la Iglesia Católica. Sucedió lo contrario. El pueblo lamentó la irreparable pérdida de su Presidente y lo nombró "Padre y Regenerador del Ecuador", considerándolo mártir de la Fe Católica.
Sus heridas fueron cosidas – asombrosamente, ningún órgano vital fue cortado en el brutal ataque – y su cuerpo fue vestido con el uniforme ceremonial y sentado en una silla en la esquina del segundo piso del patio de la Catedral. Una guardia de honor de cinco hombres tomó posición detrás de él, y la gente viajó millas para pasar junto a su cadáver y rendirle homenaje.
Ocho años después, con el país sumido en el caos revolucionario, los amigos y familiares de García Moreno temían que los liberales pudieran retirar y profanar sus restos. En medio de la noche, sacaron su cadáver y lo colocaron en un lugar oculto, desconocido para el mundo; pero eso será tema para otro artículo.
Le agradezco, infinitamente, que me haya mandado este artículo. Me conmovió profundamente, me emocionó por cuanto la fortaleza del mártir, su valentía, constituye para nosotros un ejemplo heroico que nos debe llevar a adoptar una actitud combativa en los días por los que discurrimos
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