Doña Lucília con su hijo Plínio en brazos |
Cuando esperaba el nacimiento de Plínio, el médico le anunció a doña Lucília que el parto sería riesgoso y que probablemente ella o el niño morirían, y le preguntó si no preferiría abortar para no arriesgar su vida. Ella le respondió con calma pero con firmeza: "¡Doctor, ésta no es una pregunta que se le debe hacer a una madre! ¡Ni siquiera debió pensarlo!".
Este acto de heroísmo refleja lo que fue la vida de virtud de doña Lucília y que se la trasmitió al hijo que llevaba en su vientre. Mons. Trochu, escribe al respecto lo siguiente:
"La virtud pasa fácilmente del corazón de las madres al corazón de sus hijos".
Y el padre Lacordaire, escribe sobre su propia madre:
"Educado por una madre cristiana, valiente y fuerte, la religión pasó de su pecho hacia mí, como leche virgen y sin amargura".
En términos análogos, Plínio Corrêa de Oliveira atribuyó a su madre, doña Lucília, el cuño que selló su vida desde la infancia.
"Mi madre me enseñó a amar a Nuestro Señor Jesucristo, me enseñó a amar a la Santa Iglesia Católica. Recibí de ella algo que tomé en serio profundamente: la fe católica apostólica romana, y las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y a Nuestra Señora".
En tiempos en que León XIII había exhortado a poner "toda esperanza en el Corazón de Jesús, y pedirle y esperar de Él la salvación", la devoción que caracterizó la vida de doña Lucília fue la del Sagrado Corazón de Jesús, quien es por excelencia la devoción de los tiempos modernos. No lejos de la casa de los Ribeiro dos Santos – los padres de ella –, se encontraba una iglesia dedicada al Corazón de Jesús. La joven madre la visitaba todos los días, llevando consigo a sus hijos Plínio y Rosée. Absorbido por la atmósfera sobrenatural que caracterizaba a las iglesias de otrora y viendo rezar a su madre, se formó en la mente de Plínio esa visión de la Iglesia que lo marcó profundamente. "Me di cuenta – recordó él – que la fuente de su modo de ser era su devoción al Sagrado Corazón de Jesús, por medio de Nuestra Señora".
Imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de María Auxiliadora, en distintos altares de la Iglesia del Corazón de Jesús en São Paulo |
Doña Lucília siempre permaneció fiel a la devoción de su juventud. En los últimos años de su vida, cuando las fuerzas ya no le permitían acudir a la iglesia, permanecía largos ratos en oración, hasta altas horas de la noche, delante de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, hecha de alabastro y entronizado en la sala principal de su casa.
Las notas dominantes del alma de doña Lucília fueron la piedad y la misericordia. Su alma se caracterizaba por una extraordinaria capacidad de afecto, bondad y amor maternal, que se extendía más allá de los dos hijos que la Providencia le dio.
"Tenía una ternura enorme, – comentó Plínio – era muy afectuosa como hija, como hermana, como esposa, como madre, como abuela e incluso como bisabuela (por los hijos y nietos de Rosée). Llevó su cariño hasta donde le fue posible. Pero tengo la impresión de que algo en ella marcó la pauta de todos esos afectos: fue el hecho de ser ante todo, ¡madre!".
"Tuvo un amor desbordante no sólo por sus dos hijos, sino también por los hijos que no tuvo. Se diría que fue hecha para tener millones de hijos, y su corazón palpitaba con el deseo de conocerlos".
Quienes no conocieron a doña Lucília pueden intuir su fisonomía moral a través de expresivas fotografías y de los numerosos testimonios de quienes la recuerdan en los últimos años de su avanzada edad. Representaba el modelo de una perfecta dama, que habría encantado a un San Francisco de Sales en su búsqueda de la figura ejemplar que inmortalizó con el nombre de Filotea.
Se puede imaginar que doña Lucília educara a Plínio en el espíritu de aquellas palabras que san Francisco Javier le dirigió una noche a su hermano, cuando lo acompañó a una recepción: "Tengamos buenas maneras, ad majorem Dei gloria".
La perfección de las buenas costumbres es fruto de una ascesis que sólo se logra con una educación refinada durante siglos o con un excelente esfuerzo de virtud, como el que se encuentra a menudo en los conventos contemplativos, donde las jóvenes novicias reciben una educación que, desde este punto de vista, podría considerarse rígida. Además, el hombre está compuesto de cuerpo y alma. La vida del alma se manifiesta de manera sensitiva a través del cuerpo, y la caridad se expresa en actos externos de cortesía. La cortesía es un rito social alimentado por la caridad cristiana, que también está ordenado a dar gloria a Dios.
"La cortesía es para la caridad – enseña el padre Roger Dupuis – lo que la liturgia es para la oración: el rito que la expresa, la acción que la encarna, la pedagogía que la suscita. La cortesía es la liturgia de la caridad cristiana".
Lucília Ribeiro dos Santos encarnó lo mejor del espíritu de la antigua aristocracia paulista. Y en la cortesía de su madre, expresión de su caridad sobrenatural, el joven Plínio vio un amor por el orden cristiano llevado hasta sus últimas consecuencias y una repulsión igualmente radical por el mundo moderno y revolucionario. Desde entonces, los modales aristocráticos y la afabilidad en el trato con él fueron una constante en su vida.
Plínio Corrêa de Oliveira, que en sus modales recordaba al cardenal Merry del Val, el gran Secretario de Estado de San Pío X, famoso por su humildad de alma y la perfección de sus modales, supo comportarse magníficamente en sociedad. Su compostura era ejemplar, su conversación inagotable y fascinante.
La Providencia dispuso que estas cualidades se alimentaran y renovaran en una convivencia diaria con su madre, que se prolongó hasta 1968, cuando ella murió, a los 92 años de edad.
Notas:
Este artículo fue extraído de pliniocorreadeoliveira.info y traducido por este blog.
El artículo contiene segmentos del libro El cruzado del siglo XX: Plínio Corrêa de Oliveira, de autoría del Prof. Roberto de Mattei.
Excelente artículo, gracias.
ResponderEliminarHermosa historia 🙏
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