Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará

 




El Niño Jesús, que la Santísima Virgen presentaba constantemente en sus brazos durante las apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso manifestaría también su predilección por estas tierras del Sagrado Corazón así como la ingratitud del Ecuador ante las misericordias divinas. En el año de 1628 Nuestra Señora así decía a la Madre Mariana de Jesús Torres:

“Levanta ahora la vista y mira hacia el cerro de Pichincha, donde será crucificado este Divino Infante que traigo en mis brazos. Lo entrego a la Cruz a fin de que Él dé siempre buenos sucesos a esta República, la que será muy feliz cuando en toda en su extensión me conozcan y me honren bajo esta advocación (como María del Buen Suceso), pues será buen suceso para las almas, casas y familias, y esta invocación será prenda de salvación”.

Enseguida, la Madre Mariana de Jesús vio a los tres Arcángeles, San Miguel, San Gabriel, y San Rafael que tomaron al Divino Niño de los brazos de su Santísima Madre y lo condujeron a la cima de dicho cerro, dejándolo allí con reverente acatamiento,




Toda la montaña se envolvió de una luz celestial y el Niño Jesús, vestido de una larga túnica blanca salpicada de estrellas y un manto de color rosado muy precioso, nunca visto en la tierra, encontró delante de sí una cruz de madera lisa y achatada de la cual pendía una corona de agudas espinas.

Hermoso y lleno de Divinidad, oculta en su Santa Humanidad se postró en tierra con los brazos en cruz, y rezando al Dios Padre decía:

“Padre Mío y Dios Eterno, considerad benigno esta pequeña porción de tierra, ( el Ecuador ) que hoy me das, para que en ella, reine como Señor absoluto, mi amoroso y tierno Corazón y el de mi Madre Santísima, criatura tan pura y tan bella cual no hay otra”

El Divino Niño se aproximó a la cruz, fijándose a ella con amor y por sus rosadas mejillas caían gruesas lágrimas que fueron luego recogidas por los tres Arcángeles y esparcidas por ellos por toda la nueva nación. Ciñendo la corona de puntiagudas espinas, el Divino Niño se apegó a la cruz y extendió sus manos, quedando crucificado delante del gran Pichincha. Dicha colina que domina la ciudad (de Quito) quedó santificada a partir de ese instante y quiso desde allí el Corazón Santísimo de Jesús, ejercer su dominio.





Su frente, manos y pies emanaban sangre, y mientras su triste miraba abarcaba todo el Ecuador, entre sollozos decía:

“No puedo hacer más por tí, para demostrarte mi Amor! Almas ingratas no me paguéis con desprecio, sacrilegios y blasfemias, tanto Amor y delicadezas de mi Corazón! Por lo menos vosotros mis devotos sed mi consuelo en mis soledades eucarísticas, velad en mi compañía, alejad de vosotros el sueño de la indiferencia con relación a Dios que tanto os ama"

“En medio de las amarguras y funestos tiempos que sobrevendrán a esta Patria, vuestra humilde, secreta, y silenciosa oración juntamente con vuestra penitencia voluntaria, la salvará de la destrucción a donde la conducen sus hijos ingratos, pues éstos, humillando y despreciando a los buenos, exaltarán y alabarán a los malos advenedizos satélites de Satanás”


Devoción al Niño Jesús, Símbolo de la Inocencia Espiritual

La Madre Mariana recibiría luego, en el año de 1634, el mandato de Nuestra Señora de reproducir en estampas su visión del Niño Divino:

“No fue por casualidad que viste crucificado a mi Divino Niño en el cerro del Pichincha..."

“...Ya que colocaste mi Imagen sobre el Trono de Abadesa de éste mi Convento tal como te lo pedí, para gobernarlo y defenderlo, y hacer el bien a todas las poblaciones y ciudades, así también queremos que, valiéndote del Obispo, reproduzcas en estampas esta visión que tuviste de mi Amadísimo Niño Crucificado, escribiendo en ellas las palabras que oíste de sus labios".




Nuestra Señora del Buen Suceso le ordenó entonces, “difundir dichas estampas por todo el mundo". La Providencia tenía en ello un Santísimo propósito :

“Estas estampas diría la Santísima Virgen volarán por el mundo entero y a todos impresionará santamente, sin saberse de su procedencia en el transcurso de los tiempos".

Al día siguiente, el Obispo de Quito, Don Pedro de Oviedo, acudió al Monasterio de las Conceptas, para saludar a las dos únicas sobrevivientes, en ese entonces, de la Fundación del Convento, siendo ellas, la Madre Mariana de Jesús Torres y la Madre Francisca de los Ángeles.

“Queridas Hermanas, - dijo el Prelado - en sueños me pareció ver a mi Madre Santísima, que llena de amor y ternura maternal, me indicaba la visión del Niño Crucificado en el cerro del Pichincha, pidiéndome también, mandarla a grabar en unas estampas, añadiéndole las palabras mencionadas por el Divino Niño en dicha colina".

Nuestra Señora le indicaba así al Obispo, lo mismo que le había revelado a la Madre Mariana, acerca de la difusión de la devoción al Niño Jesús Crucificado, por todo el mundo, incluso Don Oviedo tuvo la impresión también de que las referidas estampas jamás se perderían, por el contrario, serían continuamente reproducidas y tendrían el don de conquistar corazones para el amor a Dios.

El Obispo ordenó a la Santa Fundadora, elaborar un dibujo que plasmase la aparición del Niño en la Cruz, y enviarlo a España, lugar donde iban a ser editadas las estampas. Al dibujo, Monseñor Oviedo le adjuntaría una carta dirigida al Rey pidiéndole especial prontitud en la impresión. Prometió también a las Madres, encargarse personalmente, luego de su publicación, de distribuirlas a todas las religiosas del Convento, oferta que cumplió tiempo después.

En todas sus apariciones hechas a la Madre Mariana de Jesús Torres, Nuestra Señora del Buen Suceso, llevaba consigo al Niño Jesús. Y como prueba de su Amor para con el Convento de la Inmaculada Concepción, como también para con estas tierras del Sagrado Corazón de Jesús, entregó en varias ocasiones a su Divino Infante en brazos de la santa religiosa, quien complacida lo recibía con presteza inimaginable y gozo inefable.

Tres meses antes de la muerte la Sierva de Dios, en medio de uno de esos sublimes momentos, el Niño Dios, acariciándola, le dice:

“Mi querida y pobre esposa, fíjate bien y medita en tu interior, que la devoción al Niño Jesús será siempre, en todo conflicto, la salvaguardia de éste Convento. Si faltara esta devoción, desaparecerá el bello espíritu de la infancia espiritual en el que se complace mi Padre Celestial".

“Mientras dicho espíritu exista no habrá poder humano capaz de destruir este Convento mío, tan querido. Felices quienes me amen y me den culto. Yo los llenaré de Luces y Gracias para que sus almas sean preciosas ante mi Padre Celestial y la Santísima Trinidad, en ellas nos deleitaremos".

“Yo los asistiré en la última agonía y volveré suave su juicio, menor el tiempo de su purificación, y grande el grado de Gloria que tuvieren en el Cielo".

Así el Hijo de Dios, recordaba la Divina sentencia manifestada en cierta ocasión a los Apóstoles: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis; porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. En verdad os digo, que quien no recibiere el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Lc. 18, 16-17).

La Madre Mariana de Jesús Torres consiguió así, a través de una devoción sin par al Niño Jesús de la Cruz, que aquella inocencia infantil, junto a dones de naturaleza y de Gracia embellezcan su alma por siempre.

Nace la Novena de Navidad

Con la devoción al Niño Jesús del Pichincha, Nuestra Señora quiso legarnos un verdadero y heroico amor a la vida de cruz y a la inocencia espiritual. El Niño Dios es una flor hermosísima, peregrina, esbelta y lozana, como la flor misteriosa comparada por el profeta Isaías, y que coronaba la vara que salía del tronco de Jesé. Él es la azucena fragantísima, todavía plegada, recién entreabriéndose, pero al final de cuentas vino para ser el Redentor del mundo, para sufrir y para morir.


Fray Fernando de Jesús Larrea Dávalos OFM


Quiso entonces Nuestra Señora del Buen Suceso que la inocencia y el amor a la cruz sean virtudes constantemente honradas en la devoción al dulcísimo Niño Jesús de la Cruz del Pichincha, así como también en otra devoción, muy afín con la primera, y que nacería después, en 1743, cuando Fray Fernando de Jesús Larrea,​ franciscano nacido en Quito, escribió la Novena de Navidad, o de Aguinaldos, por petición de la fundadora del Colegio de La Enseñanza en Bogotá, doña Clemencia de Jesús Caycedo Vélez. Tiempo después una religiosa de dicho establecimiento, la Madre María Ignacia Samper, le agregó los gozos.

La Navidad, el mundo de lo maravilloso




La celebración de la Navidad, era para Plínio Corrêa de Oliveira motivo de un respeto profundo y sacral.

El episodio de Nuestro Señor elogiando a los niños, incentivándolos a aproximarse de Él, no es sino un elogio a los valores de alma que el niño tiene, y que pueden encontrarse también en el hombre inocente. El alma del inocente es toda impregnada, desde las primeras luces de la razón, del sentido de lo sobrenatural y de lo maravilloso. Por esto el espíritu de un niño se encanta con el árbol de Navidad. Pero, ¿qué es el árbol de Navidad? Es algo que nos sumerge en el mundo de lo maravilloso, en el mundo de los “cuentos de hadas”, de la inocencia.

Ver al Niño recién nacido en Belén, recostado en un pesebre, significaba para el Dr. Plínio, el momento propicio para pedir al Divino Redentor la conservación o restauración de la inocencia primaveril adquirida con el bautismo. En cierta ocasión dictó la siguiente jaculatoria para pedir esa gracia muy especial:
«Dame !oh¡ Niño Jesús una centella de tu Inocencia, y seré la persona más inocente del mundo».




Novena al Niño Jesús

Oración para Todos los Días

Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres, que les diste en vuestro Unigénito​ la mejor prenda de vuestro amor para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen, naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo, en nombre de todos los mortales os doy infinitas gracias por tan soberano beneficio; y en retorno de él os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de vuestro hijo humanado, suplicándoos por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació, y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna, y more eternamente. Amén.

(Se reza tres veces el Gloria al Padre)

Consideraciones Diarias

Día Primero

En el principio de los tiempos el Verbo reposaba en el seno de su Padre en lo más alto de los cielos: allí era la causa, a la par que el modelo de toda creación. En esas profundidades de una incalculable eternidad permanecía el Niño de Belén. Allí es donde debemos datar la genealogía del Eterno que no tiene antepasados, y contemplar la vida de complacencia infinita que allí llevaba.

La vida del Verbo Eterno en el seno de su Padre era una vida maravillosa y sin embargo, misterio sublime, busca otra morada en una mansión creada. No era porque en su mansión eterna faltase algo a su infinita felicidad sino porque su misericordia infinita anhelaba la redención y la salvación del género humano, que sin Él no podría verificarse.

El pecado de Adán había ofendido a un Dios y esa ofensa infinita no podría ser condonada sino por los méritos del mismo Dios. La raza de Adán había desobedecido y merecido un castigo eterno; era pues, necesario para salvarla y satisfacer su culpa que Dios, sin dejar el cielo, tomase la forma del hombre sobre la tierra y con la obediencia a los designios de su Padre, expiase aquella desobediencia, ingratitud y rebeldía.

Era necesario en las miras de su amor que tomase la forma, las debilidades e ignorancia sistemática del hombre, que creciese para darle crecimiento espiritual; que sufriese, para morir a sus pasiones y a su orgullo y por eso el Verbo Eterno ardiendo en deseos de salvar al hombre resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable.

Oración a la Santísima Virgen

Soberana María, que por vuestras grandes virtudes y especialmente por vuestra humildad, mereciste que todo un Dios os escogiese por madre suya. Os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma, y la de todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento espiritual de vuestro adorado Hijo.

¡Oh dulcísima Madre! Comunicadme algo del profundo recogimiento y divina ternura con que le aguardaste, para que nos hagáis menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad.

Amén.

(Se reza nueve​ veces el Ave María). 

Oración a San José

¡Oh, Santísimo José! Esposo de María y padre putativo de Jesús. Infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan altos ministerios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Os ruego, por el amor que tuviste al Divino Niño, me abraces en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.

(Se reza Padre Nuestro, Ave María y Gloria al Padre) 

Gozos

Coro
Dulce Jesús Mío,
mi niño adorado:
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
1
¡Oh Sapiencia suma
del Dios soberano,
que a infantil alcance
te rebajas sacro!
¡Oh Divino Niño
ven para enseñarnos
la prudencia que hace
verdaderos sabios!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
2
¡Oh, Adonaí potente
que a Moisés hablando,
de Israel al pueblo
disteis los mandatos!
¡Ah, ven prontamente
para rescatarnos,
y que un niño débil
muestre fuerte brazo!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
3
¡Oh raíz sagrada
de Jesé que en lo alto​
presentas al orbe
tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño
que has sido llamado
“Lirio de los Valles,
Bella flor del campo”!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
4
¡Llave de David
que abre al desterrado
las cerradas puertas
de regio palacio!
¡Sácanos, oh Niño,
con tu blanca mano
de la cárcel triste
que labró el pecado!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
5
¡Oh lumbre de Oriente,
sol de eternos rayos,
que entre las tinieblas
tu esplendor veamos!
¡Niño tan precioso,
dicha del cristiano,
luzca la sonrisa
de tus dulces labios!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
6
¡Espejo sin mancha
santo de los santos,
sin igual imagen del
Dios soberano!
¡Borra nuestras culpas,
salva al desterrado
y en forma de niño,
da al mísero amparo!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
7
¡Rey de las naciones,
Emmanuel preclaro.
de Israel anhelo,
pastor de rebaño!
¡Niño que apacientas
con suave cayado
ya la oveja arisca
ya el cordero manso!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
8
¡Ábranse los cielos
y llueva de lo alto
bienhechor rocío
como riego santo!
¡Ven hermoso Niño!
¡Ven Dios humanado!
¡Luce, hermosa estrella,
brota, flor del campo!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
9
Ven que ya María
previene sus brazos
de su Niño vean
en tiempo cercano!
¡Ven que ya José
con anhelo sacro
se dispone a hacerse
de tu amor sagrario!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
10
¡Del débil auxilio,
del doliente amparo,
consuelo del triste,
luz del desterrado!
¡Vida de mi vida,
mi dueño adorado,
mi constante amigo,
mi divino hermano!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
11
¡Véante mis ojos
de ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas!
¡Bese ya tus manos!
¡Prosternado en tierra
te tiendo los brazos,
y aún más que mis frases
te dice mi llanto!

¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
12
¡Ven Salvador Nuestro
por quien suspiramos!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!

Oración al Niño Jesús

Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijiste a la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad tan agobiada y doliente:

“Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.

Llenos de confianza en Vos, ¡Oh Jesús!, que sois la misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concedednos por los méritos infinitos de vuestra encarnación y de vuestra infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a Vos, ¡oh Niño omnipotente! Seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que en virtud de vuestra divina promesa, acogerás y despacharás favorablemente nuestra súplica. Amén. 


Consideraciones para los días siguientes

Día Segundo

El verbo eterno se halla a punto de tomar su naturaleza creada en la santa casa de Nazaret, en donde moraban María y José. Cuando la sombra del decreto divino vino a deslizarse sobre ella, María estaba sola y engolfada en la oración. Pasaba las silenciosas horas de la noche en la unión más estrecha con Dios; y mientras oraba, el Verbo tomó posesión de su morada creada. Sin embargo, no llegó inopinadamente: antes de presentarse envió a un mensajero, que fue el Arcángel San Gabriel, para pedir a María de parte de Dios su consentimiento para la encarnación. El creador no quiso efectuar ese gran misterio sin la aquiescencia de su criatura. Aquel momento fue muy solemne: era potestativo en María rehusar... Con qué adorables delicias, con qué inefable complacencia aguardaría la Santísima Trinidad a que María abriese los labios y pronunciase el "sí" que debió ser suave melodía para sus oídos, y con el cual se conformaba su profunda humildad a la omnipotente voluntad divina. La Virgen Inmaculada ha dado su asentimiento. El arcángel ha desaparecido. Dios se ha revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna está cumplida y la creación completa. En las regiones del mundo angélico estalla el júbilo inmenso, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiese prestado atención a él. Tenía inclinada la cabeza y su alma estaba sumida en el silencio que se asemejaba al de Dios. El Verbo se había hecho carne, y aunque todavía invisible para el mundo, habitaba ya entre los hombres que su inmenso amor había venido a rescatar. No era ya sólo el Verbo eterno; era el Niño Jesús revestido de la apariencia humana, y justificando ya el elogio que de Él han hecho todas las generaciones en llamarle el más hermoso de los hijos de los hombres.

Día Tercero

Así había comenzado su vida encarnada el Niño. Consideremos el alma gloriosa y el santo cuerpo que había tomado, adorándolos profundamente. Admirando en el primer lugar el alma de ese divino Niño, consideremos en ella la plenitud de su gracia santificadora; la de su ciencia beatífica, por la cual desde el primer momento de su vida vio la divina esencia más claramente que todos los ángeles y leyó lo pasado lo porvenir con todos sus arcanos conocimientos. No supo nunca por adquisición voluntaria nada que no supiese por infusión desde el primer momento de su ser; pero él adoptó todas las enfermedades de nuestra naturaleza a que dignamente podía someterse, aun cuando no fuesen necesarias para la grande obra que debía cumplir. Pidámosle que sus divinas facultades suplan la debilidad de las nuestras y les den nueva energía; que su memoria nos enseñe a recordar sus beneficios, su entendimiento a pensar en Él, su voluntad a no hacer sino lo que Él quiere y en servicio suyo. Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo. Que era un mundo de maravillas, una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una traba para el alma: era por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso que fuese pequeño y débil como el de todos los niños, y sujeto a todas las incomodidades de la infancia, para asemejarse más a nosotros y participar de nuestras humillaciones. El Espíritu Santo formó ese cuerpecillo divino con tal delicadeza y tal capacidad de sentir, que pudiese sufrir hasta el exceso para cumplir la grande obra de nuestra redención. La belleza de ese cuerpo del divino Niño fue superior a cuanto se ha imaginado jamás; la divina sangre que por sus venas empezó a circular desde el momento de la encarnación es la que lava todas las manchas del mundo culpable. Pidámosle que lave las nuestras en el sacramento de la penitencia, para que el día de su Navidad nos encuentre purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con amor y provecho espiritual.

Día Cuarto

Desde el seno de su madre comenzó el Niño Jesús a poner en práctica su entera sumisión a Dios, que continuó sin la menor interrupción durante toda su vida. Adoraba a su Eterno Padre, le amaba, se sometía a su voluntad; aceptaba con resignación el estado en que se hallaba conociendo toda su debilidad, toda su humillación, todas sus incomodidades. ¿Quién de nosotros quisiera retroceder a un estado semejante con el pleno goce de la razón y de la reflexión?, ¿quién pudiera sostener a sabiendas un martirio tan prolongado, tan penoso de todas maneras? Por ahí entró el Divino Niño en su dolorosa y humilde carrera; así empezó a anonadarse delante de su Padre, a enseñarnos lo que Dios merece por parte de su criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos nuestros pecados y hacernos sentir toda la criminalidad y desórdenes del orgullo.

Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por formarnos de ella una exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre. El divino Niño ora y ora del modo más excelente. No habla, no medita ni se deshace en tiernos afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios merece y de qué modo quiere ser adorado de nosotros.

Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno de María; unámonos al profundo abatimiento y sea este el primer efecto de nuestro sacrificio a Dios. Démonos a Dios no para ser algo como lo pretende continuamente nuestra vanidad sino para ser nada, para quedar enteramente consumidos y anonadados, para renunciar a la estimación de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra grandeza aunque sea espiritual, a todo movimiento de vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios ojos y que Dios sólo sea todo para nosotros.

Día Quinto

Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de su purísima Madre; veamos hoy la vida que llevaba también María durante el mismo espacio de tiempo. Necesidad hoy de que nos detengamos en ella si queremos comprender, en cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes misterios de la encarnación y el modo como hemos de corresponder a ellos.

María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa visión beatífica terrestre: la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver aquella faz humana que debía iluminar el cielo durante toda la eternidad. Iba a leer el amor filial en aquellos mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante muchos años. Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura... Haría todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que deberían pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su sueño o despierto, hasta que la hubiese aprendido de memoria... ¿Cuán ardientemente deseaba ese día!

Tal era la vida de expectativa de María... era inaudita en sí misma, más no por eso dejaba de ser el tipo magnífico de toda vida cristiana, no nos contentemos con admirar a Jesús residiendo en María, sino pensemos que en nosotros también reside por esencia, potencia y presencia.

Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las buenas obras que nos hace capaces de cumplir, y por nuestra cooperación a la gracia; por la manera que el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de María, un Belén interior sin fin. Después de la comunión Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes, real y sustancialmente como Dios y como hombre, porque el mismo niño que estaba en María está también en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una participación de la vida de María durante esos maravillosos meses, y una expectativa llena de delicias como la suya?

Día Sexto

Jesús había sido concebido en Nazaret, domicilio de San José y de María, y allí era de creerse que había de nacer, según todas las probabilidades. Más Dios lo tenía dispuesto de otra manera y los profetas habían anunciado que el Mesías nacería en Belén de Judá, ciudad de David. Para que se cumpliese esa predicción, Dios se sirvió de un medio que no parecía tener ninguna relación con este objeto, a saber: la orden dada por el emperador Augusto de que todos los súbditos del imperio romano se empadronasen en el lugar de donde eran originarios. María y José como descendientes que eran de David, no estaban dispensados de ir a Belén, y ni la situación de la Virgen Santísima ni la necesidad en que estaba José del trabajo diario que les aseguraba la subsistencia, pudo eximirles de este largo y penoso viaje, la estación más rigurosa e incómoda del año. No ignoraba Jesús en qué lugar debería nacer e inspiraba a sus padres que se entreguen a la Providencia, y que de esta manera concurran inconscientemente a la ejecución de sus designios. Almas interiores observad este manejo del divino Niño, porque es el más importante de la vida espiritual: aprended que quien se haya entregado a Dios ya no ha de pertenecerse a sí mismo, ni ha de querer en cada instante sino lo que Dios quiera para él; siguiéndole ciegamente aún en las cosas exteriores, tales como el cambio de lugar donde quiera que le plazca conducirle. Ocasión tendréis de observar esta dependencia y esta fidelidad inviolable en toda la vida de Jesucristo, y este es el punto sobre el cual se han esmerado en imitarle los santos y las almas verdaderamente interiores, renunciando absolutamente a su propia voluntad.

Día Séptimo

Representémonos el viaje de María y José hacia Belén, llevando consigo aún no nacido, al creador del universo, hecho hombre. Contemplemos la humildad y la obediencia de ese Divino Niño, que aunque de raza judía y habiendo amado durante siglos a su pueblo con una predilección inexplicable obedece así a un príncipe extranjero que forma el censo de población de su provincia, como si hubiese para él en esa circunstancia algo que le halagase, y quisiera apresurarse a aprovechar la ocasión de hacerse empadronar oficial y auténticamente como súbdito en el momento en que venía al mundo.

El anhelo de José, la expectativa de María son cosas que no puede expresar el lenguaje humano. El Padre Eterno se halla, si nos es lícito emplear esta expresión, adorablemente impaciente por dar a su hijo único al mundo y verle ocupar su puesto entre las criaturas visibles.

El Espíritu Santo arde en deseos de presentar a la luz del día esa santa humanidad, que El mismo ha formado con divino esmero.

Día Octavo

Llegan a Belén José y María buscando hospedaje en los mesones, pero no encuentran, ya por hallarse todos ocupados, ya porque se les deshace a causa de su pobreza. Empero, nada puede turbar la paz interior de los que están fijos en Dios.

Si José experimentaba tristeza cuando era rechazado de casa en casa, porque pensaba en María y en el Niño, sonreíase también con santa tranquilidad cuando fijaba la mirada en su casta esposa. El ruido de cada puerta que se cerraba ante ellos era una dulce melodía para sus oídos.

Eso era lo que había venido a buscar. El deseo de esas humillaciones era lo que había contribuido a hacerle tomar la forma humana. Oh! Divino Niño de Belén! Estos días que tantos han pasado en fiestas y diversiones o descansando muellemente en cómodas y ricas mansiones, ha sido para vuestros padres un día de fatiga y vejaciones de toda clase. ¡Ay! el espíritu de Belén es el de un mundo que ha olvidado a Dios.

¡Cuántas veces no ha sido también el nuestro! Pónese el sol el 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén y sus últimos rayos doran la cima de las rocas escarpadas que lo rodean. Hombres groseros, codean rudamente al Señor en las calles de aquella aldea oriental y cierran sus puertas al ver a su Madre.

La bóveda de los cielos aparece purpurina por encima de aquellas colinas frecuentadas por los pastores. Las estrellas van apareciendo unas tras otras. Algunas horas más y aparecerá el Verbo Eterno.

Día Noveno

La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por los hombres y viéndose sin abrigo, María y José han salido de la inhospitalaria población, y se han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina. Seguía a la Reina de los Ángeles el jumento que le había servido de cabalgadura durante el viaje y en aquella cueva hallaron un manso buey, dejado ahí probablemente por alguno de los caminantes que había ido a buscar hospedaje en la ciudad.

El Divino Niño, desconocido por sus criaturas va a tener que acudir a los irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto su humilde actitud, el respeto y la adoración que le había negado Belén. La rojiza linterna que José tenía en la mano iluminaba tenuemente ese paupérrimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura profética de las maravillas del altar y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los hombres.. María está en adoración en medio de la gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterios. Pero ha llegado la media noche y de repente vemos dentro de ese pesebre antes vacío, al Divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años con tan inefables anhelos. A sus pies se postra su Santísima Madre en los transporte de una adoración de la cual nada puede dar idea. José también se le acerca y le rinde el homenaje con que inaugura su misterioso e imperturbable oficio de padre putativo del redentor de los hombres.

La multitud de ángeles que descienden del cielo a contemplar esa maravilla sin par, deja estallar su alegría y hace vibrar en los aires las armonías de esa "Gloria in Excelsis", que es el eco de adoración que se produce en torno al trono del Altísimo hecha perceptible por un instante a los oídos de la pobre tierra. Convocados por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al "recién nacido" y a prestarle sus humildes ofrendas.

Ya brilla en Oriente la misteriosa estrella de Jacob; y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino Niño el oro, el incienso y la mirra, que son símbolos de la caridad, de la oración y de la mortificación. Oh, adorable Niño! Nosotros también los que hemos hecho esta novena para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre adoración; no la rechacéis: venid a nuestras almas, venid a nuestros corazones llenos de amor.

Encended en ellos la devoción a vuestra Santa Infancia, no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad sino siempre y en todos los tiempos; devoción que fiel y celosamente propagada nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando en nosotros todas las virtudes cristianas. 

3 Comentarios:

  1. Hermosa novena, gracias, compartiré con otras personas

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  2. Terminé el primer día de la novena al Niño Dios.
    Gracias por publicar esa novena, que he comenzado con provecho, así como también el Pequeño Oficio de la Inmaculada.
    ¡Qué María Inmaculada y su prole pía lo amparen y sigan bendiciendo su trabajo!Por caridad, recen por mí.

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  3. ¡Hermoso! Gracias por compartir

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