Iniciativa Apostólica
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El envenenamiento del arzobispo Ignacio Checa y Barba, fue cometido dos años después del asesinato de Gabriel García Moreno en 1875.



En una capilla lateral de la catedral de Quito se honran los restos del prelado. En su sepulcro puede leerse una breve biografía encabezada por este famoso texto de Eclesiástico: Ecce sacerdos magnus, qui in diebus suis, placuit Deo. Non est inventus similis illi, qui conservaret legem excelsi, que traducido dice: "Aquí está el sumo sacerdote que, durante los días de su vida, agradó al Señor. Nunca se encontró alguien que guardase la ley del Altísimo como él".


     Son pocos quienes conocen de este valiente obispo, que resistió las demandas anticatólicas del gobierno liberal y masónico que se había instalado poco después del asesinato de García Moreno. Fue su resistencia la que causó su muerte.

Acontecimientos previos

     Después de la muerte de García Moreno, fue Antonio Borrero, de tendencia liberal, quien ganó las elecciones presidenciales de octubre de 1875. Solo gobernó hasta el 8 de septiembre de 1876, cuando el liberal radical, general Ignacio Veintimilla usurpó las riendas del gobierno con un golpe militar y se auto proclamó jefe Supremo.

     Veintimilla dejó en claro que la posición de su gobierno hacia la Iglesia era diametralmente opuesta a la de García Moreno. Una de sus primeras medidas fue secularizar la educación. Luego publicó una "Carta a los Obispos" en la que les ordenó que no se involucrasen en la vida política del país y que se preocupen solo por las cosas espirituales. Cualquier sacerdote u obispo "que por medio de sermones, cartas o pastorales tratase de alarmar la conciencia de la gente e incitarlos a la rebelión" fue amenazado con el exilio.

     El arzobispo Ignacio Checa y Barba había mantenido relaciones amistosas con los liberales durante mucho tiempo. Había sido miembro de la escuela de Veintimilla, y había mantenido una relación cordial con él, a menudo reuniéndose ambos en el Palacio Presidencial para discutir el programa liberal antes del golpe de estado. Sin embargo, luego asumió una categórica oposición contra el programa anticlerical del liberal dictador, y en respuesta al persecutorio decreto, el Prelado escribió una Carta Pastoral condenando la usurpación del poder y criticando severamente las medidas anticlericales del nuevo gobierno.

     La Carta Pastoral insistía en el derecho de la Iglesia no solo "a censurar y condenar los decretos [civiles]", sino también "prohibir la lectura y circulación de los escritos [erróneos] contenidos en ellos". El arzobispo Checa manifestó su oposición a la revolución y su predisposición a sufrir el exilio antes que apoyarla. Esta Carta Pastoral se emitió el 10 de marzo, veinte días antes de su muerte.

Primero los principios antes que la amistad

     A pedido de Veintimilla, ambos se reunieron ese mismo día,10 de marzo, en el Palacio Presidencial. Muy pocas personas sabían de esta entrevista, y parte de lo que en ella ocurrió fue revelado después de la muerte del prelado por el sacerdote Juan de Dios Campuzano, a quien Mons. Checa le relató parcialmente lo sucedido luego de la reunión.

     En un documento dirigido al Decano de la Catedral que solo salió a la luz mucho después, el padre Campuzano escribió que el general Veintimilla había insistido en que el arzobispo Checa se retractase de su posición en su Carta pastoral. A esto, el Prelado respondió: "Puedes levantar en el centro de la plaza una horca para mí, pero no me retractaré".

     La ruptura entre los dos antiguos amigos, era evidente.

El envenenamiento

     



     En la mañana del 30 de marzo de 1877, el arzobispo José Ignacio Checa y Barba celebraba la solemne liturgia del Viernes Santo. Después de beber el vino del Cáliz Sagrado, ordenó a uno de los Canónicos que asistía en el servicio, que echara el vino porque sabía amargo y no debía usarse en la misa del día siguiente.

     Concluida la ceremonia, salió de la catedral por una puerta lateral y caminó la corta distancia que existe hacia el Palacio Episcopal para almorzar. Empezó a sudar copiosamente, sintiendo náuseas y con su caminar inestable. Al entrar al Palacio, cayó al suelo con un dolor agudo, seguido de convulsiones y contracciones estomacales.

     "¡He sido envenenado!", exclamó, y pidió un sacerdote que lo absolviera. Al médico que lo asistía le dijo: “Estoy envenenado. Tomé un vino muy amargo del Cáliz y siento un terrible fuego quemándome las entrañas".

     Luego gritó: "Hijos míos, ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! ¡Me estoy muriendo!”. Estas fueron sus últimas palabras. Su rostro se puso lívido, de sus labios salía espuma, muriendo pocos minutos después. Tenía 47 años y había sido arzobispo de Quito durante nueve años.

     La autopsia reveló que su cuerpo contenía una gran cantidad de estricnina —usada habitualmente como pesticida para matar roedores—. Había sido colocado subrepticiamente en el vaso sagrado que contenía el vino. El malévolo plan no pudo haber sido más insidioso, llevado a cabo durante la liturgia del Viernes Santo en conmemoración de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

     El mensaje al clero y al pueblo era claro: los enemigos de la Iglesia habían eliminado al prelado que se había convertido en un obstáculo para el programa anticlerical que el gobierno liberal quería instalar en Ecuador.

El encubrimiento

     Veintimilla intentó culpar por el envenenamiento al canónigo Manuel Andrade, quien había asistido a la ceremonia. Algunos meses antes, Andrade había sido juzgado por intentar matar al artista Joaquín Pintor envenenándolo con estricnina en un ataque de celos por una mujer joven. El arzobispo Checa lo había reprendido recientemente por su comportamiento escandaloso. La sobrina de Veintimilla incluso publicó un libro con acusaciones contra el canónigo Andrade, pero cada acusación fue refutada en respuesta del decano de la catedral, el padre José Nieto

     Los conservadores creían que el crimen fue ejecutado por un conocido liberal y masón, José Vicente Solís, quien también había ayudado con los preparativos de la misa y había colocado las vinagreras de vino y agua en la mesa lateral del altar. Los testigos dijeron que lo vieron regresar rápidamente al altar y, distraído de la misa, observar furtivamente a las personas que allí asistían. Algunos días antes se había jactado públicamente: "El Viernes Santo, se colocará la primera piedra del templo masónico", lanzando el rumor de que algo favorable a los liberales sucedería en Quito en esa fecha.

     El fiscal de la familia del prelado acusó a Solís del delito y solicitó la pena de muerte. El jurado, compuesto por altos funcionarios del gobierno masónico, dictaminó que la evidencia no era lo suficientemente convincente como para condenarlo; fue puesto en libertad junto con otros cuatro liberales incriminados en el envenenamiento y que fueron de igual forma, protegidos por los masones

     No se tomaron en cuenta más acusaciones y se cerró el caso. Sin embargo, se mantuvo ampliamente entre los católicos que el asesinato de Checa, como el de García Moreno, había sido obra de la masonería internacional, y pagado "con dinero alemán de la época del Kulturkampf* que pasó por Lima". Sonia Rueda," Política y violencia ", pág. 57)

Una heroica posición final

     Monseñor Checa y Barba. Murió víctima de persecución religiosa y defendiendo los principios de la fe y de la religión. La Arquidiócesis de Quito abrió en la década de los años 60 la causa de su beatificación. Su caso se ha paralizado en los últimos 40 años.




     Investigando su trayectoria encontramos un perfil diferente al presentado por la mayoría de los conservadores. Antes de los abiertos ataques de Veintimilla contra la Iglesia, el obispo parecía un liberal moderado, aprobando algunos de los objetivos políticos del Partido Liberal y tratando de mitigar la mano contundente del presidente García Moreno contra sus oponentes políticos y los masones. Fue de hecho, en contra de los deseos del presidente mártir, quien había propuesto a Mons. Ignacio Ordóñez - que Checa y Barba fue nombrado arzobispo de Quito en 1868.

     Tomando una posición moderada favorable a la oposición liberal, el arzobispo Checa demostró más de una vez que no era un partidario incondicional del gobierno de García Moreno, aunque sin duda contribuyó de muchas maneras a su desarrollo. Se podría decir que practicó una "política pragmática". Él mismo trató de justificar sus acciones diciendo "No soy liberal, pero soy prudente". Y con mi prudencia he tratado de hacer el bien a mi Iglesia, y si eso no es lo que ellos (en Roma) piensan, entonces déjenlos hacer conmigo lo que quieran”.

     Sin embargo, luego del asesinato de García Moreno, y de ver los derechos de la Iglesia amenazados, tomó la firme decisión de oponerse y luchar contra por el nuevo régimen revolucionario, de tinte liberal. Es mi opinión que fue esta última posición la que le valió el martirio.

     Su nombre y admirable posición final deberían ser mejor conocidos, especialmente en estos tiempos difíciles de la Santa Madre Iglesia. Es un valiente ejemplo para esos prelados "moderados" o sacerdotes de nuestro tiempo, invitándolos a enfrentar al enemigo, como finalmente lo hizo, y tomar una posición categórica de oposición. Es necesario, en nuestros días, no solo oponerse a los gobiernos civiles masónicos o comunistas, sino también, y especialmente, contra el progresismo que se ha infiltrado incluso en las capas más altas de la Iglesia.


Fuentes:

https://rodolfoperezpimentel.com

https://wwalintonia.wordpress.com



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