Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará

 




Gárgola en los exteriores de Notre Dame de Paris


     A propósito de la reciente Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, es más que evidente que ésta no tendría el efecto de evitar el castigo divino anunciado por Nuestra Señora en Fátima si la raza humana permaneciera cada vez más apegada a la impiedad y al pecado. De hecho, mientras las cosas estén así, la consagración tendrá algo incompleto. En definitiva, como la enorme transformación espiritual solicitada por la Santísima Virgen no se produjo en el mundo, nos adentramos cada vez más en el abismo. Y a medida que avanzamos, tal transformación se vuelve cada vez más improbable. Se vuelve, por tanto, más que urgente la conversión del mundo, nuestra propia conversión.

     Para eso, cada uno, deberá dejar caer de sus ojos, la idea motivada por el orgullo, de que no tenemos pecado. La revolución anti cristiana, de naturaleza gnóstica e igualitaria, arrastró al mundo a la negación del pecado original, por tanto, a la propia negación de la Redención alcanzada por Nuestro Señor Jesucristo con su Pasión y Muerte en la Cruz.

     El hombre tiene una enorme tendencia al mal, y puede ser fácilmente movido por malos impulsos que lo lleven incluso a cometer actos terribles. En este mismo sentido, si el hombre tiene una tendencia tan fuerte hacia el mal y las tendencias fuertes se vencen fácilmente, es fácil para él ceder al mal.

     Los santos tuvieron mucho que luchar para alcanzar el heroísmo. La vida de todo santo, cuando está bien escrita, nos muestra la virtud como extraordinariamente difícil, la santidad como un estado heroico en el verdadero sentido de la palabra, un estado incompatible con la falta de esfuerzo, con la pereza, con el "dejarlo para mañana", incompatible con la sensualidad, con el orgullo, con el amor propio.

     En una revelación a Santa Teresa de Jesús, se le apareció Nuestro Señor Jesucristo mostrándole unas uvas muy hermosas; asombrada, preguntó a Nuestro Señor qué significaban. A lo que Nuestro Señor comentó: "Prestad más atención". Al hacerlo, tuvo la impresión de que, al fijar la vista en las uvas, iban cambiando de aspecto, volviéndose grumosas y feas. Santa Teresa le pidió a Nuestro Señor que le explicara el significado de esto, y ella supo que era su propia alma. Vistas a primera vista, la impresión de las uvas fue maravillosa; pero examinadas cuidadosamente, comenzaron a aparecer irregularidades e imperfecciones, y a los ojos de Dios aparecieron feas y deterioradas.

     Así son las almas de los hombres. Vistos por nosotros, que no tenemos la mirada de Dios, pueden verse incluso muy hermosas. Pero vistas por el Altísimo, parecen uvas feas. Esta es la razón por la cual Dios toma las uvas dañadas y las hace pasar por las grandes cámaras reformadoras del purgatorio, para que se presenten dignamente a Su mirada por toda la eternidad.

     Otras revelaciones privadas, de la misma naturaleza, inculcan la idea de que los más grandes santos a veces tienen defectos e imperfecciones que tardan mucho tiempo en purificarse, y por lo tanto deben pasar por el purgatorio para expiarlos. Tales hechos nos muestran cómo el hombre está fundamentalmente inclinado hacia el mal.

     Se sigue que, si al hombre le cuesta tanto santificarse, es porque tiene un gran apego a las cosas que se oponen a la santidad. Hay en él una fuerza muy violenta, que lo empuja constantemente al mal. 

Es necesario desconfiar de nosotros mismos

     "Qui se extimat stare, videat ut non cadat". "El que cree estar firme, mire que no caiga" (1 Cor. X, 12). No basta estar de pie, mirando a los que caen y alardeando de no caer. Es necesario estar atentos para percibir la próxima trampa de nuestra maldad. Cualquier hombre puede caer en cualquier momento. Debemos tener por tanto, una gran desconfianza en nosotros mismos, y estar haciendo un constante análisis de nuestro propio interior, para saber qué puede surgir de lo más profundo de nuestra personalidad, de los amplios, profundos y oscuros sótanos que existen en la mente de cada hombre.

     Dado el principio de que el hombre tiene una enorme tendencia al mal, y puede ser fácilmente movido por malos impulsos, no debería sorprendernos presenciar actos terribles. Tampoco debemos dudar en preguntarnos si hay motivos para suponer malas intenciones en tal o cual. No debemos levantar esta sospecha sin una causa razonable, pero debemos ser de una mente fácilmente inclinada a preguntar si existen tales motivos. Si el hombre tiene una tendencia tan fuerte hacia el mal, y las tendencias fuertes se vencen fácilmente, es fácil para él ceder al mal.

     Si toda esta concepción es cierta, la necesidad de un mediador y una mediadora ante Dios es enorme. El que es habitualmente malo, o recurre a alguien que es muy bueno, o está perdido, pues se necesitan buenas disposiciones para que sus oraciones sean eficaces.

     ¿Qué dice San Luis Grignion a respecto del alma?

     “Nuestras mejores obras son ordinariamente mancilladas y corrompidas por el fondo del mal que hay en nosotros”.

     La sentencia es dura. Nuestras mejores obras son manchadas y corrompidas ordinariamente, habitualmente, es decir, no sólo a veces, sino casi siempre. Es lo contrario de la concepción liberal, que considera que, en el fondo, somos buenos; sólo en este punto u otro fallamos. Al contrario, somos malos por naturaleza; en un momento u otro podemos ser buenos. Esta es la visión de las cosas que nos enseña São Luís Grignion. Es algo muy positivo a respecto del hombre y de la facilidad con la que cae en pecado.

La conciencia de la propia maldad, condición indispensable para la santificación

     El gran santo mariano continúa:

     "...Cuando se vierte agua limpia y clara en un recipiente sucio y que huele mal, o se vierte vino en una vasija cuyo interior está agriado por otro vino que previamente había sido depositado allí, el agua clara y el buen vino adquieren fácilmente el mal olor y la acidez de los recipientes. Del mismo modo, cuando Dios pone en la vasija de nuestra alma, corrompida por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, estos dones son ordinariamente estropeados o manchados por el germen malo que el pecado dejó en el fondo de nuestras almas; nuestras acciones, incluso las virtudes más sublimes, sufren de esto. Es por tanto de gran importancia, para adquirir la perfección -que sólo puede alcanzarse a través de la unión con Jesucristo- despojarnos de todo lo malo que hay en nosotros.

     “Para despojarnos de nosotros mismos, debemos primero conocer, y bien, a la luz del Espíritu Santo, nuestro fondo de maldad, nuestra incapacidad, nuestra inconstancia en todo momento, nuestra indignidad de toda gracia y nuestra iniquidad en todas partes”.

     El liberalismo y la doctrina montfortiana de las profundidades del mal - Un devoto de San Luis Grignion bien instruido, considerando una multitud de transeúntes en una gran ciudad, podría decir: "cuántos cuerpos corrompidos y alimentados en el pecado". Un católico liberal lo miraría como un loco. Para los hijos de las tinieblas de nuestra época, todo es muy bueno, todos los hombres son rectos, excepto los que denuncian el error y el mal.

     Esta teoría, sin embargo, está de acuerdo con la doctrina católica, es consonante con lo enseñado por la Iglesia misma. Si estas palabras no fueran de un santo, se diría que son un mero fruto del entusiasmo, un mero "cum grano salis" — un mero grano de sal —. Son, sin embargo, consideraciones sobre el género humano hechas por el más grande teólogo de Nuestra Señora.

     Los católicos liberales de nuestro tiempo, negando esta doctrina sobre la base de la maldad de los hombres, tampoco aceptan que pueda haber una conspiración contra la Iglesia. Esta conspiración se manifiesta a través de asociaciones que impulsaron e impulsan la Revolución, reclutando sus agentes entre los propios hombres.

     En cierto sentido, se puede decir que la conspiración contra la Iglesia se genera casi espontáneamente, por así decir forzada, y casi inevitable. Siendo los hombres como los describe San Luis Grignion, sería inconcebible que, entregándose al pecado, no se unieran para hacer el mal. Sería increíble que haya miles de millones de hombres, todos malos, y que no tengan la iniciativa de unirse para hacer y promover el mal.

Nuestro fondo de maldad y el del prójimo

     " ... Nuestra alma, unida al cuerpo, se volvió tan carnal, que se la llama carne: 'Toda carne había corrompido su camino' (Gen 6,12). Toda nuestra herencia es soberbia y ceguera en el espíritu, endurecimiento de corazón, debilidad y veleidad de alma, concupiscencia, pasiones sublevadas y enfermedades del cuerpo".

     Es nuestra propia descripción, es el fondo de cada uno de nosotros. Nuestra vida espiritual debe basarse en la convicción de que esto es así. O nos encarcelamos en vigorosas jaulas espirituales y nos vigilamos a la fuerza, o cometemos los peores crímenes. Esta es nuestra condición hasta la muerte. Un minuto antes de morir, podemos caer en los mayores horrores.

     Ahora bien, si cada uno de nosotros necesita que se le recuerde esto constantemente para actuar con el vigor necesario para cumplir con su deber, también lo necesita el prójimo. Esto nos lleva a una pregunta: ¿están todos los hombres igualmente convencidos de esto? Si no toman medidas para controlar sus malas tendencias, les pasará lo mismo que a nosotros si no vigilamos.

     Si bien estas son verdades de claridad solar, hay muchos que no quieren estar atentos y ni siquiera quieren ver el problema. Estos, por lo general, utilizan eslóganes tales como: "actúa con grandeza de espíritu", o "es bueno usar una cierta confianza en uno mismo". A éstos hay que responderles que la grandeza de espíritu no es esto, y que están sujetos a los mayores riesgos. Y, por tanto, quienes se dejen engañar por tales consignas merecen la mayor desconfianza de nuestra parte.

     Cada uno de nosotros tiene dentro de sí como que un gran malhechor; Se trata de saber si está preso o anda suelto. Si está suelto, dominará el alma, no hay alternativa. Esta es la realidad, por dura que parezca.

     Cada uno tenemos a un malhechor dentro de nuestro espíritu. ¿Cuál es el resultado de esta doctrina? Cuando alguien está cómodamente acostado dentro de sí mismo, es claro que ha abierto las compuertas al gran malhechor. Es dura esta conclusión, pero es la más pura realidad.

     Podría argumentarse que tales sistemas, en los que el hombre piensa o se fija en sí mismo, no son buenos, ya que el hombre debe caminar guiado por el amor de Dios. Realmente debemos ser guiados por el amor de Dios. Pero para ello, es necesario que no nos dejemos guiar por nuestros vicios, lo que sin vigilancia no es posible.


El pavo real levanta su cola para llamar la atención

     " ...Somos más orgullosos que los pavos reales".

     Nada más cierto. No hay nadie a quien no le gusten los elogios. Es necesario dominarse para no buscarlos, pues cuando se consiente en este reprobable gusto, se termina buscándolos más o menos discretamente. Incluso hay quienes parecen andar por ahí con un cartel en la frente que dice: "alábenme". Es una cosa horrible, pero real.

     Se habla mucho de la vanidad femenina, pero en realidad las mujeres suelen ser más ingenuas, dejando que se note más. Los hombres lo esconden mejor. Decir que son menos vanidosos es ciertamente falso. A los hombres les gusta llamar la atención sobre sí mismos, al punto que al no encontrar otra manera, la llaman hasta por sus defectos. Los recursos del amor propio son innumerables; un pavo real no es nada comparado con las complejidades de la vanidad humana.


Es natural en el sapo vivir en medio del fango

     " ...más apegados a la tierra que los sapos".

     La frase parece atroz. Sin embargo, podríamos hablar de serpientes en lugar de sapos y la comparación sería mucho más verdadera. Con todo el peso de nuestra personalidad, tendemos hacia la vida placentera y prosaica. Cada uno lo concibe a su manera: "vida normal", "vidita" o "media vida"; aventura, sueño, romance, realidad... lo que sugiera la imaginación, pero sin duda, eso es a lo que tendemos en todas las formas imaginables.



     " ...más envidiosos que las serpientes".

     Es innegable No hay quien pueda negar que haya sentido el aguijón de la envidia.



     " ...más glotones que los cerdos".

     Es necesario reconocerlo.



     " ...más coléricos que los tigres".

     Aquellos de apariencia menos colérica a veces tienen intensos ataques de ira. Son capaces de albergar impulsos de venganza durante años. Salvo obstáculos puestos por la pereza, serán siempre capaces de vengarse. Sólo por comodidad dejan de ser vengativos, nunca por virtud, pues cuando el perezoso sucede al tigre, éste ablanda sus garras convirtiéndose en un gato inofensivo.



     " ...más perezosos que las tortugas".

     ¡Cuan cierto! Pereza para pensar, por ejemplo.

     " ...más débiles que las cañas y más volubles que una veleta. Todo lo que tenemos dentro de nosotros es nada y pecado y sólo merecemos la ira de Dios y el infierno eterno ".

     Muchas veces somos pigmeos en relación a la realidad que embarga al mundo actual. Si nos atreviéramos a decir a los pseudo santos de nuestro tiempo que son todo lo que San Luis Grignion dice de los hombres, lo negarían perentoriamente, porque están absolutamente convencidos de que son lo contrario. "Todos son tan buenos..." - excepto los que luchan contra el mal, por supuesto...

     “Después de esto, ¿por qué extrañarse si Nuestro Señor dijo que quien quisiera seguirlo debía renunciar a sí mismo y odiar su propia alma? Que quien amaba su alma la perdería, y quien la odiaba se salvaría (Jn 12)". 

     He ahí la hermosa aplicación de la expresión "odia tu alma". Significa conocer los defectos y odiarlos. Realmente, si amamos nuestra alma, si nos decimos a nosotros mismos “¡qué buenos somos!”, estaremos peor que nunca. Pero si por el contrario, odiamos nuestra alma, todo será diferente.

     Si queremos estar a la altura de lo que Nuestro Señor nos pide, reconozcamos que somos pésimos, que hemos hecho poco y que aún queda mucho por hacer en el camino de nuestra santificación. A menudo encontramos en nosotros mismos otro estado de ánimo: "Ya soy bastante bueno, puedo parar y respirar, porque en comparación con los demás estoy en la cima de una montaña; voy a descansar un poco". El que razona que es bueno en comparación con los demás, está perdido.

     En nuestros días, un hombre que peca mortalmente de vez en cuando, y que va al infierno, es también "muy bueno" en comparación con los demás. Este hombre puede ser honesto, un buen hijo, etc. Pero puede ir al infierno, porque de vez en cuando peca contra la castidad. Es un demonio en estado de pecado grave, pero se considera "bastante bueno" en comparación con los demás. Si nos acostumbramos a la perspectiva de lo que deberíamos ser, y no de lo que somos en comparación con los demás, avanzaremos rápidamente. Si no lo hacemos, nos estancaremos.

     Por lo tanto, debemos renunciar a la idea de que somos gigantes. Ante la vocación que cada uno recibe de manos de Dios al nacer, somos miserables pigmeos. Por eso necesitamos a Nuestra Señora como Medianera, para suplir nuestras imperfecciones y poder presentarnos ante Dios. Si no, no habrá solución para nosotros. Se impone la necesidad de la Mediación de Nuestra Señora.


Comentarios de Plínio Corrêa de Oliveira, en conferencia de 1951, sobre el Tratado de la Verdadera Devoción a la santísima Virgen, de San Luis Grignon de Monfort.

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