Venerable Madre Mariana de Jesús torres, cuadro de la época |
A partir del primer día del año de 1635, la Madre Mariana se sintió muy debilitada y empeoraba con el pasar de los días. Pero mejoró para el día de Reyes, el 6 de enero, y se sintió algo restablecida. Justamente en esa fecha hizo una preciosa prédica en la que les enseñó a las religiosas la manera de cómo debían ofrecer al Niño Jesús el oro del amor, el incienso de la oración y la mirra de la mortificación incesante y de la penitencia voluntaria, esta última, con el conocimiento y la bendición del director espiritual para que sea meritoria y agradable a Dios.
- "¡Ay!, hijas mías — decía la santa fundadora — ¡Cuán necesaria es para las religiosas la santa penitencia!, sea para prevenirse contra las enfermedades del alma como la tibieza, cuyo microbio penetra insensiblemente, o para convertir a los pecadores y salvar esas pobres almas que valen tanto cuanto las nuestras.
- "¡Amen la santa penitencia! Hagan de ella su virtud predilecta, pues es la joya y el ornato con la que la esposa de Jesucristo se adorna para presentarse siempre bella ante su Divino Esposo, cuyo Santísimo Cuerpo fue destrozado por corazones inhumanos, justamente para salvar nuestras almas.
- "Como religiosas, debemos llevar siempre en nuestros cuerpos las insignias de la cruz y, ante cualquier calamidad pública o privada, recurrir a la santa penitencia unida a la Pasión dolorosa de nuestro Redentor Divino. Verán que se remedia más rápido de lo que puedan esperar. ¡Oh!, ¡cuán dulces y apetitosos son los frutos de la penitencia!".
Sus últimos días
A partir del día 7 de enero, la Madre Mariana comenzó a sufrir diariamente desmayos prolongados; era como una lámpara que se extinguía lentamente, sin embargo, no se quedaba en cama y se esforzaba para estar siempre acompañando a su tan amada Comunidad.
El día 11, y luego de la Comunión, tuvo un fuerte desmayo y luego de sentirse un poco mejor quiso caminar como en los días anteriores pero no resistió y cayó estrepitosamente. Fue llevada a su cama, pero ante su insistencia, fue finalmente conducida a la enfermería pues deseaba terminar allí sus últimos días. Las religiosas, con lágrimas de dolor, atendieron su deseo.
Ella no volvió a levantarse más. Su bendito cuerpo temblaba como si hubiera sido azotado. Sentía mucha fatiga y los latidos de su corazón eran tan fuertes que podían escucharse de lejos. Los vómitos de sangre eran frecuentes y en abundancia, de día y de noche, y le impedían hablar. Su fisonomía, sin embargo, era suave y serena, como quien espera la recompensa de su arduo esfuerzo; siempre afable, cariñosa, agradecida a cuantas atenciones y servicios les prestaban, lo que cautivaba aún más los corazones.
En las vísperas de la muerte
El día 14, la monja enfermera le preguntó: "Madre, hoy es es el feliz aniversario de la fundación de nuestro Convento, y Usted, Reverencia, siempre celebró esta fecha con mucha solemnidad junto a sus hijas. Pero ahora que se encuentra muy enferma, ¿querrá que se prepare lo necesario para recibir el Santo Viático y la Extrema Unción?".
La Madre Mariana le respondió:
"Hija querida, tienes razón de recordarme lo del aniversario; lo hemos conmemorado siempre y así debe ser hoy y todos años en esta fiesta de la alegría del Corazón de Dios y de nuestra Madre Inmaculada. En cuanto al Santo Viático y la Extrema Unción, aún no es hora. No creas que estoy eludiendo. Recibiré los Sacramentos con el fervor y gozo de mi alma el día 16, el último día de mi vida, después de leerles mi testamento".
16 de enero de 1635
Amaneció por fin el día 16 de enero del memorable año de 1635.
Y la santa Fundadora española, Madre Mariana de Jesús Torres, le suplicó a la Priora que mande a llamar a su director espiritual para que le dé los últimos Sacramentos puesto que ella moriría en ese día.
En ese tiempo, era su confesor. y director espiritual el Rvdmo. Padre Fray Francisco Anguita, un fervoroso misionero franciscano que encomendaba todo su apostolado entre los indios a las oraciones y sacrificios su hija santa.
La abadesa la escuchó con amargura indecible y llorando, la abrazó diciéndole: "¡Ay! Madre, ¿Será posible que nos va a dejar? ¿Qué será de nosotros sin Usted, Reverencia? Pídale al Señor que, caritativo y bondadoso, permita que se quede con nosotras al menos un tiempo más".
La santa enferma le respondió:
"Madre e hija querida, ya están marcados el tiempo y la hora en el reloj divino, y debo irme. Y voy al Cielo a velar por Ustedes y por todas mis futuras hijas de este amado Convento. Aquí viviré siempre, invisible, todo el tiempo.
En dicho día, la santa Fundadora había amanecido muy debilitada, pero bastó solamente que entrara en comunicación con sus numerosas y afligidas hijas, que sacó fuerzas de flaqueza, y haciendo un supremo esfuerzo se sentó sobre su cama para despedirse de todas y cada una de las monjas, quienes le conversaban, le consultaban y salían en paz, transformadas al mismo tiempo en un mar de lágrimas, y que viendo el tesoro que se les escapaba de las manos, se lamentaban: "Se apaga la luz que nos ilumina, se va nuestra cariñosa madre. El pararrayo de esta pobre ciudad dejará de existir".
La noticia de la gravedad de la santa enferma se había corrido rápidamente fuera del Monasterio y en poco tiempo, un gran número de gente, pugnaba entre llantos, por llegar a la puerta.
Al escuchar tantos "ayes" de parte de la multitud, la abadesa lloraba también y decía: "Se acabó la madre de los pobres, el consuelo de nuestros dolores, la luz de nuestras tinieblas, nuestro refugio en toda tribulación, la paz de nuestras familias, nuestra intercesora ante Dios". Y la muchedumbre gritaba desde afuera: "¡Madre Marianita, danos tu última bendición! ¡Madre abadesa, denos una reliquia de nuestra Fundadora! ¡Ella es santa!, y por ella esperamos ser favorecidos. Por Dios, ¡no nos prive de este consuelo!".
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