Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará








     Con los progresos de la medicina moderna, no tenemos idea del pavor que despertaba antiguamente la palabra epidemia.

     El conocimiento de lo que son los virus causantes de la peste, su propagación y el modo de combatirlos, era prácticamente nulo, y el saber que ésta comenzó en una ciudad, era motivo de pavor.

     En el año de 1008, en la ciudad de Valenciennes, en el norte de Francia, el pavor tenía total razón de ser, pues en pocos días una epidemia mató a cerca de 8.000 personas!


Saber que la muerte está cerca, hace que las personas se vuelvan más religiosas. 

     En esa época, en Francia las personas eran real y sinceramente religiosas. Por ello, ante la situación, los moradores buscaban atraerse el favor del Cielo con frecuentes rogativas y continuas oraciones para terminar con el mortal flagelo.




La peste era un flagelo contra la cual la medicina aun no había encontrado remedio. Entierro de víctimas de la peste negra en Tournai, Bélgica, 1353.


     Cerca de la ciudad, alejado del ruido, vivía un eremita de nombre Bertelain, quien viendo el gran estrago de la peste y fuertemente conmovido por aquella mortandad, pedía con fervor a la Santísima Virgen que intercediese ante el Señor de las Misericordias, a fin de que aplacase sus rigores.

     El 5 de septiembre de 1008, luego de reflexionar sobre la protección que en los grandes peligros la Madre de Dios ha dispensado a sus hijos, Bertelain se postró humildemente en tierra, y con lágrimas en los ojos, se dirigió  a la celestial Señora diciéndole:

     "¡Madre mía y de los hombres, poderosa Reina de los Cielos, miren vuestros compasivos ojos el escenario triste y doloroso que presenta nuestra ciudad castigada por esta terrible peste que tantas víctimas inmola todos los días. Si bien que el hombre ingrato y rebelde a las sanas máximas de la doctrina que viniera a enseñar al mundo el Divino Salvador de los hombres, merece en verdad que sea humillado en su soberbia y orgullo; pero ved, oh amorosa Señora, que son muchos los que perecen, y que es muy terrible la pena que Dios impone al pecador. Tened de él, Señora, misericordia, y aplacad, Vos que podéis, las iras de Vuestro muy amado Hijo. ¡Oh, María, Consuelo de los afligidos! ¿Dejarás que perezca el pueblo que a Tí acude y que en Tí confía? ¿Se llegará a decir que en vano ha invocado Tu auxilio?"

     Mientras el fervoroso ermitaño rezaba esa ardiente oración con la mirada fija en los Cielos, aguardando alguna promesa de consuelo y ventura, quedó súbitamente  deslumbrado por el brillo de una luz más pura que la del sol.

     Entonces, la Santísima Virgen oyendo con agrado la plegaria que le hiciera aquel varón justo y piadoso, quiso premiar su ardiente caridad, su admirable fe, y en su presencia le dice:


     — "Cesen tus lágrimas, cálmese tu afán, venerable anciano; hay seres ingratos y descreídos, pero también, por fortuna cuenta mi Hijo con almas nobles y piadosas a las que sabrá premiar su virtud y su fe. Anda, marcha a la cercana ciudad de Valenciennes y di a mis fieles y devotos que vuelvan a pedir a Dios misericordia en sus graves peligros, diles que continúen con rogativas públicas y con ayunos y penitencias para que deponga su enojo, que yo siempre vuestra Abogada y Protectora seré medianera, no dudo alcanzar lo que para vosotros demande a mi Divino Hijo. Ve donde ellos y asegúrales que he aplacado a Mi Hijo con mis súplicas; diles también que es mi deseo que por la noche del dia 7, salga a la calle toda la gente de la ciudad".

     Luego, la excelsa Soberana de los Cielos desapareció, ocultándose entre las blancas nubes que se abrieran para dejar pasar su Inmaculada figura.

     Con gran diligencia procuró informar el ermitaño a las gentes de la ciudad de la aparición de la Virgen y del encargo que le encomendara.


     Mucha fue la confianza de los habitantes de Valenciennes cuando enterados por el anciano eremita de lo que la Madre de Dios exigía de sus fieles, para aplacar el rigor de su Divino Hijo, se apresuraron a cumplir lo que se les ordenara por medio de aquella aparición con que fue favorecido el piadoso anciano.


     Se hicieron las rogativas inmediatamente, orando en ellas todos los habitantes de la ciudad con gran fervor hasta altas horas de la noche. 


     Para el día 7 de Septiembre, la población llenó las murallas de la ciudad. Algunos copaban las  torres y lugares más elevados para poder presenciar mejor lo que les había sido anunciado.


     Y en efecto, en esa noche, la promesa de María se vio cumplida. Mientras los habitantes la aclamaban y bendecían con entusiasmo cada vez más mayor, contemplaron en medio de una inmensa luz, muy visible para todos, su descenso de las mansiones de la gloria. Nuestra Señora, acompañada de su Corte Celestial, se hacía presente en la ciudad, y mientras la recorría, dejaba caer en el suelo una cinta de color rojo. 






     Se puede pensar que aquello fue algo muy breve, o que la Santísima Virgen recorrió apenas unos metros pero no fue así: fueron nada menos que 14 kilómetros!, habiendo asistido al acontecimiento la ciudad entera. 

     Al contrario de otras apariciones en las cuales las fuentes históricas son pocas, todas las crónicas de la ciudad y de la época hablan de lo ocurrido como siendo un hecho de notoriedad pública. 

     La cinta quedó guardada en un relicario durante muchos siglos, hasta que fue quemada durante la Revolución Francesa. 

     Los revolucionarios no quieren saber de pruebas ni testimonios. Con o sin ellos, su odio es igual para con Dios, la Virgen y la verdadera Iglesia.


La procesión y el milagro

     La Santísima Virgen le hizo saber al eremita cuál era el significado de la cinta: Ella quería que al día siguiente, Fiesta de su Natividad, sea hecha una procesión siguiendo la misma ruta que Ella misma había recorrido y que había dejado marcada con la cinta; con eso la peste se acabaría. Si la procesión fuese repetida cada año, Nuestra Señora protegería a la ciudad de otras pestes semejantes.

     Al día siguiente, la procesión se llevó a cabo con todos los habitantes de la ciudad, y de hecho, la peste cesó poco después. Hasta el día de hoy la procesión se realiza todos los años, en la misma fecha, y es precedida por una imagen que representa a María Santísima dejando caer una cinta por el suelo.





     Llama la atención en la procesión, denominada "Le Tour du Saint-Cordon" la presencia de una cofradía medieval llamada "Los Rayados de Nuestra Señora del Santo Cordón". 

     Tal nombre se debe a que sus trajes tienen rayas azules y blancas.





     ¿Cuál era la población de la ciudad en esa época? Es una pregunta nada fácil de responder, ya que en aquel tiempo no existían los censos poblacionales de nuestros días. 

    Desde hace algún tiempo, la población de Valenciennes gira en torno de 40.000 habitantes.

     Pero es difícil calcular cuántos eran en el siglo XI. 





     En todo caso, para levantar una cifra aproximada, supongamos que la peste haya matado a la mitad de la población. Esto haría que hayan quedado vivas unas 8.000 personas, que pudieron ver a la Virgen, significando un gran número de testigos!

     ¿Porqué eso sucedía antes y no hoy?

     Para entender el motivo, primero debemos tomar en cuenta que el milagro está íntimamente relacionado con la fe. Un milagro acostumbra a ser un premio por la fe en lo que se cree y por lo que se reza, pero también es hecho para fortalecer la misma fe. 

     Los milagros no son el fruto de la banalidad, pues Dios, quien opera el milagro, es el mismo Creador de las leyes de la naturaleza, de las cuales el milagro es una suspensión. Y sería contrario a la sabiduría establecer leyes que puedan o deban suspenderse a cada instante. 





     La Santísima Virgen hace milagros teniendo como finalidad que las personas cambien, se vuelvan mejores, y obviamente no los haría para que sus hijos sean peores.


     Pensemos un instante en lo que pasaría, si en la ciudad donde vivimos sucediese lo mismo que en Valenciennes: Nuestra Señora aparece en el Cielo y todos pueden verla.

     Luego de un primer momento de encanto, la consecuencia natural sería que hubiese luego una mejoría significativa en la fe y en la moral.

     ¿Cuántas personas en nuestra ciudad, estarían actualmente dispuestas a dejar el modo de vida que llevan, apartado de Dios o contrario a Él, y pasar a vivir religiosamente?

     Más aún, ¿cuántos estarían dispuestos a abandonar sus vicios morales y decidir reformar seriamente su vida?

     ¿O no habría el peligro de, por lo contrario, las personas se rebelen por tener que dejar los robos, las mentiras, las envidias, la televisión inmoral, las modas indecentes?

     Quien recibe un milagro y no cambia, quedará peor que antes, y por eso es muy difícil que la Santísima Virgen aparezca. Cuán lejos estamos de la feliz Valenciennes medieval, en que la fe y las virtudes atrajeron la presencia de la Virgen. 

     No conocemos los misterios insondables de Dios. En el Ecuador la Santísima Virgen ya obró un milagro patente y masivo, sin duda el más extraordinario sucedido en el país en el siglo pasado. La Imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso parpadeó portentosamente ante 30.000 personas en Quito, el 27 de Julio de 1941.

     Así mismo, también es posible el milagro de la conversión del hombre pecador. 

     Pidamos a la Santísima Virgen, que cuanto antes, cumpla con su promesa del triunfo de su Sapiencial e Inmaculado Corazón, para que así, podamos vivir en una civilización realmente convertida y cristiana.


Fuentes: 
- Revista Catolicismo, Sao Paulo, Brasil
- Apariciones y Mensajes de la Virgen        María, Segunda Parte. 
- lahistoriasagrada.com
- Oracoesemilagres.blogspot.com

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