Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará






"¡Es una cuestión 
de fe!, fe!, fe! 
y de armas sobrenaturales!"
Hoy escuchamos 
predicar lo contrario...





     El Beato Francisco Palau y Quer, O.C.D., fue un sacerdote, escritor, polemista y exorcista carmelita español. 

     Nació en Aitona, Lérida, el 29 de diciembre de 1811 y falleció en Tarragona el 20 de marzo de 1872. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1988. 

     Autor de varios libros, creó y fue el editor principal del semanario "El Ermitaño", donde publicó sus reflexiones sobre el presente y el futuro de la Iglesia.

     Sus escritos destacan por sus luces proféticas. Su lenguaje utiliza muchas figuras y símbolos.

     Vimos en un anterior artículo a él dedicado en este blog, Profecías para ayer y hoy: la Revolución, que el Beato denunció ya en su época (Siglo XIX) una confabulación de los espíritus infernales y de hombres malos y la llamó Revolución. 

     Y explicaba: “¿Qué es la Revolución? Es hoy en la tierra lo mismo que sucedió en el Cielo cuando Dios creó a los ángeles: Satanás (...) sedujo a todos los reyes y gobiernos de la tierra y con la bandera al viento dirige sus ejércitos en la guerra contra Dios.




"La fiesta de las brujas", ilustra el pacto
entre los espíritus malignos y los hombres perversos. Francisco de Goya y Lucientes (1746 - 1828).
Museo Lázaro Galdiano, Madrid 

     “(...) esto es revolución, esto es anarquía entre los hombres y guerra contra Dios” (“Triunfo de la Cruz”, El Ermitaño, Nº 125, 30-3-1871.).


     "Satanas es el padre de la Revolución, ésta es la obra de él, iniciada en el Cielo y que viene perpetuándose entre los hombres de generación en generación.

     “Por primeira vez, después de seis mil años, él tuvo la osadía de proclamar delante del Cielo y de la Tierra su verdadero y satânico nombre: ¡Revolución!

     “La Revolución tiene como lema, a ejemplo del demonio, la famosa frase: ¡No obedeceré! Satánica en su esencia, ella aspira a derrumbar todas las autoridades y su meta final es la total destrucción del reino de Jesucristo sobre la tierra” (“Adentros del catolicismo – abominaciones predichas por Daniel profeta en el lugar santo: Apostasía”, “El Ermitaño, nº 21, 25-3-1869).

     Entre los siglos XVI y XVII, en Quito, Nuestra Señora del Buen Suceso habló largamente de dicha acción conjugada entre ángeles y hombres entregados a la iniquidad.

     Y también denunció los castigos que ese proceso atraía sobre el mundo, especialmente sobre el catolicismo, el clero y el pueblo, pusilánime y decadente.



Las proféticas advocaciones de Nuestra Señora
del Buen Suceso, La Salette, Fátima y Akita

     Más adelante, en La Salette, en Fátima y en Akita, la Santísima Virgen volvió a hablar de ese proceso de corrupción de las costumbres de la humanidad y de la necessidad de alejarse de él mediante la penitencia.

     En los males colectivos que se abaten sobre los hombres, como guerras y epidemias, el Bienaventurado los catalogaba como un castigo divino, originado por la ceguera de los católicos que no querían ver de frente la conspiración del demonio y de los hombres revolucionarios.

     El Beato Palau enfrentó en su tiempo epidemias casi rutinarias que llegaron a su región natal, Cataluña, donde ejercía su apostolado, incluida la capital, Barcelona.



La fiebre amarilla de Barcelona


     A diferencia de la falta de fe de nuestros días, el santo, e incluso buena parte del clero de su época, actuaba valientemente en medio de la raíz del drama, para atender espiritualmente a los enfermos con los Sacramentos, bendiciones, sacramentales, procesiones, adoraciones y consejos espirituales en iglesias, calles, casas y hospitales

     “Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios. ¡de gracia recibísteis, dad de gracia!" (São Mateus, 10, 8).

     El cumplimiento heroico de la orden dada por Jesucristo a los Apóstoles para sanar a los enfermos, terminó acelerando su muerte, que tuvo lugar el 20 de marzo de 1872 en Tarragona, agotado debido a su intenso esfuerzo, y al contagio de la fiebre amarilla, cuando ya estaba casi controlada.



Sacerdote administrando los Santos Óleos en tiempos de la epidemia 


     En el año de 1870, el Beato observó un hecho singular: dicha epidemia de fiebre, tuvo un nuevo brote, sólo que con poca intensidad, y causando un pequeño número de víctimas en una ciudad de industrialización acelerada, pero con servicios básicos insuficientes.
  
     Sin embargo, en medio de esta plaga ya debilitada, pudo notar que un pánico desproporcionado se apoderó de la población, cambiando el comportamiento de las personas.

     El pavor transformó la inmensa ciudad "en un desierto", los carruajes se usaban sólo para que las personas puedan escapar con sus pertenencias, y el ejército ocupaba las calles para evitar saqueos.

     Quien tenía una granja o un rancho se refugiaba allí. Para aquellos que no tenían un lugar para vivir, el ejército había reservado una gran cantidad de tiendas improvisadas, instaladas en las colinas que rodean la ciudad.



Campamento en las afueras de Barcelona
con motivo de la epidemia


     El pánico, el terror y el miedo, se convirtieron en los fantasmas que se encargaron de expulsar a los habitantes de Barcelona. ¿Qué está sucediendo?" — preguntaba el santo carmelita.

     "La epidemia se presentó como un fantasma tan feo, aterrador y horrible que, por temor a ser atrapados en sus garras, todos huyen".

     Sin embargo, "no había razón en Barcelona para un terror de tal magnitud". Con su declive, la epidemia probablemente no se extendería y el fantasma de la guerra civil pendiente se disiparía debido a la falta de combatientes.

     El Beato Palau permaneció fiel a su ministerio sacerdotal, atendiendo a los enfermos y asegurando el cuidado pastoral con misas y ceremonias en las parroquias que siempre estuvieron abiertas.

     Pero la relativa calma le permitió reflexionar sobre lo que realmente estaba sucediendo.

     "¿Qué es una epidemia?" Se preguntó a sí mismo.

     “Es la muerte que llega por orden de la Justicia de Dios para castigar a una región", se respondía.

     “¿Quién la acompaña? Ciertamente no es un ángel de paz".





     La experiencia pastoral, la meditación de las Escrituras y la contemplación de la iniquidad que se arrastraba en el mundo, habían colocado al Bienaventurado frente a frente con la influencia que Satanás y los ángeles rebeldes ejercen sobre el quehacer humano, convirtiéndolo en un implacable exorcista.

     Practicaba exorcismos solemnes cuando el obispo le autorizaba. Otras veces sus oraciones y carismas personales eran suficientes para poner el diablo en fuga.



Cuadro del Beato Palau, en un Congreso en el Vaticano dedicado a él. Instituto Teresanium, Noviembre 2018


     Concluyó por tanto, que son las potencias espirituales maléficas, las que descargan con sus garras, el flagelo de las epidemias:

     "¡En efecto! Quien viene con ella es un ángel de la oscuridad, un exterminador. Él trae todo lo que sirve para castigar, destruir y matar. Y los demonios, cuando tienen permiso divino, hacen su trabajo a las mil maravillas.

     “Dios los dejó en este mundo para que sirvan delante de su Justicia como verdugos, instrumentos de ira, de anatema y de venganza. La muerte viene con ellos y ellos vienen con la muerte.



Las legiones infernales. Gustav Dore


     "Por eso, — decía él — debemos armarnos para recibirlos con armas en mano".

     ¿Y cuáles son esas armas?

     Explicaba el Beato, que en primer lugar lo son los sacramentales de la Iglesia bendecidos por los sacerdotes, como el agua bendita, la sal bendita o incluso la ruda o el romero también bendecidos, quemándolos para que el humo entre en la casa.

     "Si la epidemia es una maldición, la bendición evitará que ingrese en una casa. [...] Si en ella la maldición no logra entrar, terminará huyendo. ¡Es una cuestión de fe! fe! fe! y de armas sobrenaturales!" ("La peste en Barcelona" El Ermitaño, año III, nº 98, 22 de septiembre de 1870).





En Córdoba, España, ante la atroz sequía de 1949,
se  recurrió a la ayuda del Santísimo Cristo de la Misericordia. El 8 de marzo, poco después de iniciada la Procesión, la lluvia empezó a caer

Las armas sagradas contra la epidemia


     En 1870, la epidemia llamada tifus icteroide o fiebre amarilla aún hacía estragos, con algunos casos atendidos en hospitales, y la ciudad de Barcelona seguía desierta.

     El Beato Palau, que asistía religiosamente y sin descanso a los enfermos, veía que no existía un motivo verdadero para tanto pânico y terror:

     “Insistimos, que esta epidemia no es sino el fuego de la ira de Dios transmitido materialmente a los cuerpos humanos por los agentes de su justicia. [...]

     "Decimos esto basados en la experiencia fatal"

     "Una vez que se reconoce su verdadera y única causa, se conocen sus remedios.

     "Cuando se aplican en el momento adecuado, estos remedios son tan seguros y efectivos, que no hay necesidad de temer a la muerte, incluso en casos fulminantes".

     En primer lugar se refería a los remedios espirituales:

     "La oración, la penitencia, los actos de culto público, las procesiones, las súplicas públicas. Con estos remedios, tal como leemos en la historia eclesiástica, la ira de Dios será apaciguada”.

     También recomendaba las bendiciones ordenadas en el ritual romano.

     Como por ejemplo, la bendición de la ruda o del romero, plantas que se usaban para rociar agua bendita.

     "Bendice, Señor Jesucristo, esta ruda (ó este romero) y por tu caridad, derrama sobre ella tu celestial bendición; de modo que quien quiera que sea rociado con él y llevarlo consigo, ningún enemigo puede dañarlo, y que el demonio sea expulsado de todo lugar donde esta ruda (ó romero) sea colocada, huyendo de ella, el diablo aterrorizado".

     "Bendita seas, ruda (ó romero), en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para que seas el exterminio de los demonios y de todos sus secuaces". 

     "Por Aquél que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y al mundo por el fuego. Amén".



Antiguamente se usaba el Romero
para rociar el Agua bendita


     Rociar agua bendita en toda la casa, y la oración del Santo Rosario con la familia reunida, son otras medidas de preservación muy seguras y efectivas. Especialmente cuando a ellas se le agregan la frecuencia de los sacramentos, otras oraciones y la abstinencia de todo lo que desagrada a Dios. 

     El Beato Palau no se descuidaba en recomendar las prácticas sanitarias de la época, explicando que algunos podían morir por falta de fe, pero otros por desobedecer las normas de prudencia. 

     Debido a la falta de agilidad en la prevención, la asistencia médica actuaba demasiado tarde. Cuando los enfermos llegaban con los síntomas, muchas veces el daño ya era irreversible ( Fuente: “Las profecias”, El Ermitaño, año III, nº 101, 13 de octubre de 1870).


Sacramentales: Rosario, Escapulario,
Medalla Milagrosa y Agua bendita


Fuente y notas:
Aparicaodelasalette.blogspot.com

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