San Juan Bosco en medio de sus discípulos |
En tiempos de una epidemia es fácil caer presa de la angustia y la desesperación, pero poniendo la mirada y la confianza en Dios y en la Santísima Virgen se superará esta prueba. Varios santos, a lo largo de la historia, han sido testimonio de fe y confianza en momentos de dificultad. Uno de ellos fue San Juan Bosco, quien en 1854 – pocos años antes de que fundara la Congregación Salesiana-, vivió junto con sus hijos espirituales – cerca de cien adolescentes del oratorio de Turín- la epidemia del cólera que por entonces afectó fuertemente a la ciudad italiana.
Cuando la epidemia del cólera irrumpió en Turín, Don Bosco ofreció sus hijos espirituales a la protección de la Santísima Virgen.
El Padre Ángel Peña, OAR (Orden de Agustinos Recoletos), en el libro “Vivencias de Don Bosco”, citando a Juan Bautista Lemoyne, biógrafo del santo, narra que en julio de 1854 se presentaron los primeros casos de cólera en Turín; una epidemia que comenzaba a asomarse y a generar pánico entre los ciudadanos, pero Don Bosco, con una gran confianza en Nuestro Señor y en la Santísima Virgen, calmó los ánimos de los jóvenes diciéndoles:
“Si cumplís lo que yo os digo, os libraréis del peligro. Ante todo debéis vivir en gracia de Dios, llevar al cuello una medalla de la Santísima Virgen que yo bendeciré y regalaré a cada uno, debiendo rezar cada día un padrenuestro, un avemaría y un gloria con la oración de san Luis Gonzaga, y añadiendo la jaculatoria: Líbranos, Señor, de todo mal”.
Pasaron los días y la epidemia fue creciendo exponencialmente hasta causar la muerte a un setenta por ciento de los afectados. Muchos de los que contraían la enfermedad eran dejados en el abandono, sin ayuda ni asistencia, incluso por sus propios familiares. Los sepultureros también se vieron obligados a ingresar a las casas para poder sacar a los cadáveres ya descompuestos.
Todo esto sucedía en el vecindario donde se hallaba el oratorio, donde Don Bosco siempre estuvo con sus hijos espirituales, aconsejándoles, con las precauciones pertinentes, pero, sobre todo, llamándolos a mantenerse en estado de gracia ante Dios. En una ocasión les dijo:
San Juan Bosco confesando a sus discípulos |
“Os recomiendo que hagáis mañana una buena confesión y comunión para que pueda ofreceros a todos juntos a la Santísima Virgen, rogándole que os proteja y defienda como a hijos suyos queridísimos”.
El santo les explicó, además, que la causa de este mal era sin duda el pecado y que “si todos vosotros os ponéis en gracia de Dios y no cometéis ningún pecado mortal, os aseguro que ninguno será atacado por el cólera”; pero que si alguno se obstinaba en ser enemigo de Dios u ofenderle de manera grave, no podía garantizar que la enfermedad no llegase a ellos.
Pero todos los discípulos de San Juan Bosco hicieron caso a su padre espiritual y varios, por solicitud del propio fundador de los salesianos, se ofrecieron como voluntarios para socorrer a los enfermos, sin que les pasase nada, ninguno se enfermó de cólera.
«Por término medio, moría un setenta por ciento de los afectados, así que, salvo la peste, ninguna otra enfermedad conocida presentaba tan espantosa mortalidad…»
“El 27 de julio de 1886, recordaba Don Bosco en una carta que, para estar libres del cólera, era necesario:
1. Llevar siempre al cuello o consigo la medalla de la Virgen.
2. Invocar frecuentemente a María Auxiliadora: María Auxiliadora, ruega por nosotros.
3. Recibir con frecuencia los santos sacramentos de la confesión y comunión”.
Sobre ello resalta el Padre Ángel Peña en su libro: “En aquel tiempo, los alumnos del internado, con Don Bosco y su madre, mamá Margarita, formaban una gran familia de casi cien personas. Estaban instalados en un lugar donde el cólera causó muchos estragos, y que, lo mismo a la derecha que a la izquierda, cada casa tuvo que llorar sus muertos. Después de cuatro meses de pasada la epidemia, de tantos como eran, no faltaba ni uno. El cólera los había cercado, había llegado hasta las puertas del Oratorio, pero como si una mano invisible le hubiera hecho retroceder, obedeció, respetando la vida de todos”.
Mamá Margarita Occhiena, madre de San Juan Bosco |
San Juan Bosco no dudó en mostrar su gratitud a Dios y la Virgen por proteger la vida de sus jóvenes. Así que el 8 de diciembre de 1854 – en la fecha en que el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción -, dijo estas palabras a sus hijos:
“Demos gracias a Diosqueridos hijos, que razones tenemos para ello; porque, como veis, nos ha conservado la vida en medio de los peligros de la muerte. Más para que nuestra acción de gracias sea agradable, unamos a ella una cordial y sincera promesa de consagrar a su servicio el resto de nuestros días, amándolo con todo nuestro corazón, practicando la religión como buenos cristianos, guardando los mandamientos de Dios y de la Iglesia, huyendo del pecado mortal, que es una enfermedad mucho peor que el cólera y la peste”.
Entre los jóvenes se encontraban Miguel Rua, Juan Cagliero y Luis Anfossi, quienes más adelante serían parte del grupo con los cuales Don Bosco fundaría la Congregación Salesiana. (“Vivencias de Don Bosco”, Padre Ángel Peña, OAR).
“También en Francia las medallas de María Auxiliadora, bendecidas por Don Bosco, fueron portadoras de salvación. El inspector de Marsella escribía a Don Bosco en 1884: La ciudad está casi despoblada. Más de cien mil personas huyeron. Muchas calles están completamente desiertas. Mueren cada día por término medio de noventa a cien personas... Pero en nuestra casa, gracias a la protección de María Auxiliadora, no hemos tenido todavía ni un solo caso. Mejor, cuatro veces vimos en algún pobre muchacho todos los síntomas del cólera, pero tuvimos la satisfacción de verlos desaparecer a las pocas horas. Es un milagro de la Virgen. Tenemos en casa todavía más de ciento cincuenta muchachos. Los que marcharon a sus casas disfrutan de magnífica salud y ninguno de ellos ha sido atacado todavía por la terrible peste. Todos llevan al cuello la medalla de María Auxiliadora y hacen lo posible por practicar el remedio que usted ha sugerido. Otra noticia consoladora es que ninguno de nuestros bienhechores y amigos ha caído enfermo hasta ahora”.
Oración a San Luis Gonzaga
El Papa Benedicto XIII nombró a San Luis Gonzága, protector de los estudiantes. El Papa Pio XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana. Es también protector de la castidad y patrón contra la Peste.
San Juan Bosco recomendaba a sus discípulos acudir a su intercesión, especialmente en las tentaciones contra la pureza, rezando esta oración:
¡Oh Luis Santo adornado de angélicas costumbres! Yo, indigno devoto vuestro os encomiendo la castidad de mi alma y de mi cuerpo, para que os dignéis encomendarme al Cordero Inmaculado, Cristo Jesús, y a su purísima Madre, Virgen de vírgenes, guardándome de todo pecado. No permitáis, Angel mío, que manche mi alma con la menor impureza; antes bien, cuando me viereis en la tentación o peligro de pecar, alejad de mi corazón todos los pensamientos y afectos impuros; despertad en mí la memoria de la eternidad y de Jesús Crucificado; imprimid hondamente en mi corazón un profundo sentimiento de temor santo de Dios, y abrasadme en su divino amor, para que así, siendo imitador vuestro en la tierra, merezca gozar de Dios en vuestra compañía en la gloria. Amén.
Ave María, Padre Nuestro, Gloria.
Jaculatoria: Líbranos, Señor, de todo mal.
San Luis Gonzaga |
Oración de San Luis Gonzaga pidiendo a la Santísima Virgen Su protección
¡Oh Señora mía, Santa María! Hoy y todos los días y en la hora de mi muerte,me encomiendo a tu bendita fidelidad y singular custodia, y pongo en el seno de tu misericordia mi alma y mi cuerpo.
Te encomiendo toda mi esperanza y mi consuelo, todas mis angustias y miserias, mi vida y el fin de ella: para que por tu santísima intercesión, y por tus méritos, todas mis obras vayan dirigidas y dispuestas conforme a tu voluntad y a la de tu Hijo. Amén.
V/. Maria Auxilium Christianorum
R/. Ora pro nobis.
V/. Sancte Joannes Bosco
R/. Ora Pro Nobis.
V/. Sancte Aloysi Gonzaga
R/. Ora pro nobis.
La Contricción Perfecta
Ante la necesidad de confesar los pecados y la imposiblilidad de contar con un sacerdote, la Santa Iglesia recomienda hacer una perfecta contricción. El Catecismo Romano, al respecto, indica lo siguiente:
"Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, (que únicamente se recibirá en persona) debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada del votum confessionis, es decir, del firme propósito de recurrir cuanto antes se tenga la oportunidad, a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo, n. 1452)”.
El retorno del hijo pródigo, Rembrandt |
Contrición Perfecta
Lo primero que se debe hacer es comprender la diferencia entre una perfecta y una imperfecta contrición.
Nuestra contrición es perfecta cuando nos arrepentimos de nuestros pecados pensando en la grandeza de Dios, su belleza, su amor, su santidad, y somos conscientes de cuán ofensivos son nuestros pecados para Dios y cómo causaron los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz. La contrición perfecta se origina en la virtud teológica de la caridad, un amor de Dios que se olvida de sí mismo, que se regocija en la santidad de Dios y en su amor redentor hacia el hombre pecador: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16).
En su folleto de 1930, “Contrición Perfecta: la llave de oro para entrar en el paraíso”, el Padre J. von den Driesch explica los pasos que considera necesarios para hacer un acto de contrición perfecta:
1. La contrición perfecta es una gracia de nuestro Dios misericordioso, por lo que le pedimos sinceramente con frecuencia durante todo el día este don divino repitiendo a menudo: “Dios mío, concédeme la contrición perfecta por todos mis pecados”. Dios voluntariamente da esta gracia a aquellos que lo desean ardientemente.
2. En realidad o en imaginación, arrodillarnos al pie de un crucifijo y meditar sobre las Cinco Llagas Preciosas de Jesús y Su Preciosa Sangre por unos momentos y decirnos a nosotros mismos: “¿Quién, entonces, está clavado en esta cruz? Es Jesús, mi Dios y mi Salvador. ¿Qué sufre Él? Su cuerpo destrozado cubierto de heridas, muestra los horribles tormentos. Su alma está empapada de dolores e insultos. ¿Por qué sufre Él? Por los pecados de los hombres y también por los míos. En medio de su amargura, se acuerda de mí, sufre por mí, desea borrar mis pecados.”.
3. Ante el Cristo crucificado recordar nuestros pecados, y olvidando por un momento el cielo y el infierno, arrepentirnos de ellos, porque han llevado a Nuestro Señor a Sus sufrimientos en la Cruz. Prometer que, con su ayuda, no volveremos a pecar.
4. Recitar, lentamente y con fervor, un acto de contrición que haga hincapié en la bondad de Dios y nuestro amor para con Nuestro Señor Jesucristo. Los siguientes son conocidos o fáciles de memorizar:
Dios mío, porque eres tan bueno, lamento mucho haber pecado contra ti y, con la ayuda de tu gracia, no volveré a pecar. Amén.
Te amo, Jesús, te amo sobre todas las cosas, y me arrepiento con todo mi corazón de haberte ofendido. Nunca me permitas separarme otra vez de ti, concédeme que pueda amarte siempre, y luego haz conmigo lo que quieras. Amén.
5. Si se está sometido a un aislamiento o a una cuarentena en un hospital, o a cualquier otra circunstancia que impida acceder a la confesión, hacer una resolución firme de ir a la confesión sacramental tan pronto como sea prácticamente posible.
Contricción imperfecta
Nuestra contrición es imperfecta si nuestro impulso para arrepentirnos de nuestros pecados se debe al temor de Dios porque creemos que nuestros pecados nos negarán el cielo o nos llevarán al castigo del Infierno. La contrición imperfecta se origina en un amor imperfecto de Dios que antepone nuestras necesidades y deseos y nuestro amor egoísta a un verdadero amor a Dios.
El padre J. von den Driesch explica que:
“Es cierto que la contrición perfecta produce los mismos efectos que la confesión, pero no los produce independientemente del sacramento de la penitencia, ya que la contrición perfecta supone precisamente un firme propósito de confesar los mismos pecados que acaba de perdonar.”
Es importante que desarrollemos el hábito de realizar actos de contrición perfecta durante todo el día, y especialmente después de un examen de conciencia a última hora de la noche. Entonces, si enfermamos gravemente o estamos en peligro de muerte sin la ayuda de un sacerdote, podemos realizar fácilmente un acto de contrición perfecta sabiendo que hemos sido perdonados por nuestros pecados y que si morimos lo haremos en estado de gracia. Si no morimos, podemos hacer una confesión sacramental tan pronto como las circunstancias nos lo permitan.
Otros Actos de Contricción
Para antes del examen de conciencia
Jesús mío, quiero hacer una buena Confesión, ayúdame a hacerla. Ayúdame a recordar los pecados que he hecho (desde mi última confesión) ayúdame a dolerme con todo mi corazón de ellos, y a decirlos bien al Padre. Virgen Santísima, Madre mía, Santo Ángel de mi guarda y todos los Santos del Cielo, rueguen por mí para que haga yo una buena Confesión.
Para pedir el dolor de los pecados
Dame, buen Jesús, verdadero dolor de todos estos pecados y de los que no me acuerdo; Virgen María, Madre de Dios y Madre mía y todos los Ángeles del Cielo, rueguen por mí para que de veras me duela de mis pecados.
Para ofrecer a Dios el dolor de los pecados
Dios mío, siento mucho haber pecado contra Ti porque Tú eres tan bueno y porque me amas tanto y con tu divina ayuda te prometo procurar nunca más ofenderte.
Para antes de confesarse
EL YO PECADOR
Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, Por eso ruego a santa María siempre Virgen, a los Ángeles, a los santos, y a vosotros hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
Al final de la Confesión
EL ACTO DE CONTRICION
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador Padre y Redentor mío, por ser Tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte ofendido; propongo firmemente enmendarme, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta; te ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados; confío en tu bondad y misericordia infinitas que me perdonarás y me darás Gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.
Para dar gracias después de la Confesión
Te doy gracias, Jesús mío, con todo mi corazón, por haberme perdonado mis pecados; te prometo con tu ayuda no volverlos a cometer; ayúdame a corregirme especialmente de los pecados que más hago, como (desobedecer, decir mentiras, etc.).
LA MEDALLA MILAGROSA
Para entender la importancia que significa llevar consigo la Medalla Milagrosa sólo es necesario conocer lo que la misma Santísima Virgen le comunicó a Santa Catalina Labouré en las Apariciones en la Rue de Bac:
'Es el símbolo de las gracias que derramo sobre quienes más me piden'.
Santa Catalina supo compreender cuánto es agradable rezar a la Madre de Dios y cuánto Ella es generosa para con quienes a su protección acuden, concediéndoles lo que le piden y con qué alegria...
El Padre Juan Aladel, al principio no creyó en lo que Santa Catalina le confesó a respecto de los pedidos de la Santísima Virgen. Lo hizo, y luego de tanta insistencia, tan sólo dos años después: a pedido suyo, el Arzobispo, ordenó el 20 de junio de 1832, que sean acuñadas dos mil medallas.
La forma como se difundieron inicialmente, fue tan prodigiosa, juntamente con el gran número de gracias operadas, que la medalla comenzó a ser conocida como Medalla Milagrosa. Por ejemplo, en marzo de 1832, cuando iban a ser confeccionadas las primeras unidades, una terrible epidemia de cólera, proveniente de Europa oriental, se tomó París. Más de 18 mil personas murieron en pocas semanas. Sólo en un día llegó a haber 861 muertos.
A fines de junio, las primeras medallas quedaron listas y fueron distribuídas entre los contagiados. En la misma hora la peste empezó a disminuir, dando así inicio, a los prodigios en serie, que em pocos años convertirían a la Medalla Milagrosa en mundialmente célebre.
En 1839, más de 10 MILLONES de Medallas habían sido difundidas en los cinco continentes. Y relatos de milagros llegaban de todo el mundo: Estados Unidos, Polonia, China, y Abisinia (antiguo reino africano que abarcaba los actuales territorios de Etiopía y Eritrea).
De allá para acá, Nuestra Señora ha continuado su camino luminoso, por medio de la Medalla Milagrosa, derramando gracias muy significativas a aquellos que la usan con confianza.
También es muy apropiado llevar puesto el escapulario de Nuestra Señora del Carmen y no dejar a un lado el santo Rosario y el Agua bendita.
He leído atentamente la exhortación del día de hoy ..... y más a propósito no puede ser. Para quien la lea, será ocasión de gracias extraordinarias en este total abandono.
ResponderEliminarValioso
ResponderEliminar