Iniciativa Apostólica
El Inmaculado Corazón de María triunfará






Los tres pastorcitos de Fátima
recibiendo la Sagrada Comunión
de manos del Ángel de Portugal 


     Cuando las circunstancias permitan poder recibir 
nuevamente la Sagrada Comunión, 
hagámoslo de la única forma que "tan grande Sacramento" merece: con la reverencia 
con que lo recibirían 
los Ángeles, si fuese dado a ellos 
el privilegio de comulgar.


     En el siglo XVII, en sus apariciones en el Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito a la religiosa concepcionista, la Venerable Madre Mariana de Jesús Torres, la Santísima Virgen, en su profética advocación del Buen Suceso, advirtió de las terribles pruebas que sobrevendrían en la época actual.

     La Madre de Dios, en varias ocasiones enfatizó la actual corrupción moral de las costumbres como fruto de la pérdida de la fe, con la consecuente apostasía del mundo, en la que sobresale la persecución contra la Santa Iglesia y "el corto número de almas que aún conservarán el culto de la fe y de las virtudes".1

     La persecución referida por la Santísima Virgen, además de física, es especialmente  espiritual, e intenta acabar con la Esposa mística de Nuestro Señor Jesucristo, especialmente en lo que tiene de más precioso: su doctrina, desvirtuando sus enseñanzas y relativizando, cuando no atacando furibundamente, sus Sacramentos, muy especialmente aquel al cual están unidos los demás: es decir, la Sagrada Eucaristía.



Nuestra Señora del Buen Suceso advierte de la feroz embestida contra los Sacramentos:





     Esto dijo la Reina del Cielo el dia 2 de febrero de 1634:

     “En esos tiempos funestos... los Sacramentos serán atacados, oprimidos y despreciados... ¡Mi Hijo Santísimo será arrojado al suelo y pisoteado..."2


Trescientos cincuenta años después...

     La práctica de recibir la Comunión en la mano desde hace tiempo, ha traído consigo una profanación –en unos casos intencional y en otros no– del Cuerpo eucarístico de Cristo a unos niveles nunca vistos. Durante ya más de cincuenta años, el Cuerpo de Cristo ha venido siendo tratado con irreverencia creciente, incluso sacrílega, en la generalidad de las iglesias en todo el mundo.3

     El gesto de tomar la Comunión en la propia mano, y con los propios dedos, se parece más que nunca a lo que se hace al comer el alimento corporal. A no pocos católicos, la costumbre de recibir la Comunión en la mano les ha disminuido la fe en la Presencia Real, en la transustanciación y en el  sublime carácter sobrenatural de la Hostia consagrada. Con el tiempo, la presencia eucarística de Cristo se ha convertido de modo inconsciente para esos fieles en una especie de mero pan bendito o simbólico.4

     Es la dolorosa situación de estos "aciagos tiempos"5 y muy especialmente en estos momentos de pandemia, en la que casi todos los fieles han sido privados de asistir a la Santa Misa y recibir sacramentalmente la Sagrada Comunión.



Por primera vez en la historia de la Iglesia,
los templos se cerraron para el culto


La Comunión Espiritual, un medio para adorar y consolar a Nuestro Señor Sacramentado

     Dios Nuestro Señor estableció los sacramentos como medios ordinarios de salvación. En casos extremos, donde no hay posibilidad física de recibir los sacramentos del bautismo, de la penitencia y de la Eucaristía, existe el camino extraordinario del deseo del sacramento, o como dice la teología del “votum sacramenti". Así, la Iglesia enseña que el bautismo de deseo es válido y trae salvación a la persona no bautizada que desea el bautismo. Lo mismo ocurre con el sacramento de la penitencia. La Iglesia enseña que el acto de contrición perfecta o amorosa, junto con el deseo de recibir la absolución sacramental perdona los pecados.

     La comunión espiritual pertenece a la práctica comprobada de la Iglesia y a la vida de los santos. Cabe indicar que ella no produce la presencia sacramental pero sí los saludables efectos espirituales que opera en el alma la Sagrada Eucaristía propiamente dicha. En el acto de la comunión espiritual, el creyente debe tener un corazón contrito y desear la venida de Cristo a su alma, con todas las gracias que Cristo otorga con la recepción sacramental de la Sagrada Eucaristía.

     El Catecismo del Concilio (dogmático) de Trento, llamado Catecismo Romano, porque fue concebido como el compendio de la doctrina católica oficial del Primado de Roma, se expresa así a propósito de la Comunión Espiritual:

     “Hace falta que los pastores de almas enseñen que no hay sólo una manera para recibir los frutos admirables del sacramento de la Eucaristía, sino que hay dos: la comunión sacramental y la comunión espiritual. La comunión espiritual es poco conocida y poco practicada, sin embargo es un manantial especial e incomparable de gracias".

     La comunión espiritual es un gran complemento de la comunión sacramental pues prolonga su influencia y asegura su eficacia. Consiste esencialmente en un acto de ferviente deseo de recibir la eucaristía. Esta práctica piadosísima, bendecida y fomentada por la Iglesia, es de gran eficacia santificadora y tiene la ventaja de poderse repetir varias veces al día.6

     La comunión espiritual es una devoción que podemos iniciar por nuestra cuenta, ya sea dentro o fuera de la Santa Misa. Podemos hacerla en cualquier momento y en cualquier lugar, siempre y cuando la hagamos con "fe renovada, reverencia, humildad y plena confianza en la bondad del Divino Redentor y estar unidos a Él en el espíritu de la caridad más ardiente", según la encíclica Mediator Dei (La Sagrada Liturgia) del Papa Pío XII . En la comunión espiritual, recibimos los efectos como si realmente hubiéramos recibido a Nuestro Señor en la Eucaristía.



San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la iglesia


     El fundador de la Orden de los Redentoristas, y Doctor de la Iglesia, San Alfonso María de Ligorio, hacía sus comuniones espirituales siguiendo un método basado cuatro pasos7:

     Primero: hacer un acto de fe, por el cual renovamos nuestra firme convicción de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Es excelente preparación para comulgar espiritual o sacramentalmente.

     Segundo: hacer un acto de querer recibir sacramentalmente a Cristo y de unirse íntimamente con Él. En este deseo consiste formalmente la Comunión Espiritual.

     Tercero: Petición fervorosa, pidiendo al Señor nos conceda espiritualmente los frutos y gracias que nos otorgaría la Eucaristía como si realmente fuera recibida.

     Finalmente, invitamos a Nuestro Señor a entrar en nuestros corazones espiritualmente. (San Alfonso recomendaba incluso abrir la boca como si recibiéramos una comunión real).

     Esto nos pone en el estado mental de estar siempre en unión con Nuestro Señor. Es muy simple, solo lleva un momento, y podemos hacerlo durante nuestro trabajo, nuestros estudios o cualquier otra cosa que estemos haciendo.

     La comunión espiritual nos da una mayor conciencia de la presencia general de Dios en nuestras vidas y aumenta nuestra fe en la Presencia Real. Entonces, cuanto más nos comunicamos espiritualmente, más unidos estaremos con Cristo. La Iglesia recomienda hacer comuniones espirituales tan a menudo como sea posible, y al menos tres comuniones espirituales durante la misa: al principio, en la Consagración y al final.


Los Santos, innegables testigos del valor de la Comunión Espiritual 

     Los santos son unánimes en exaltar las maravillas de la comunión espiritual. Muchos la practicaron y aconsejaron hacerla. Llegaron a decir, como la Venerable María de la Cruz, “que Dios, con este medio, nos colma muchas veces de las mismas gracias de la comunión sacramental”; y, con Santa Gertrudis y el P. Rodríguez, “alguna vez también da gracias más grandes”; porque, anota este último, “aunque la comunión sacramental sea, de por sí, de una mayor eficacia, sin embargo el fervor del deseo puede compensar la diferencia".

     La Beata Águeda de la Cruz lo hacía doscientas veces al día. Y San Pedro Fabro, primer compañero de San Ignacio, decía que para hacer bien la Comunión sacramental, ayuda sobremanera el comulgar espiritualmente.

     Después de una comunión espiritual de la que gozaba todas las delicias, Santa Catalina de Siena oyó que Jesucristo le decía: “En cualquier lugar, de cualquier manera que me guste, yo puedo, quiero y sé satisfacer maravillosamente los santos ardores de un alma que me desee”.

     A la Beata Ida de Lovaina, durante una Misa en la que ella no había podido comulgar, Nuestro Señor le decía:

     “¡Llámame y yo vendré a ti!” - “¡Venid, oh Jesús!”, exclamó entonces la santa, y se sintió llenar de felicidad como si realmente hubiera comulgado. 



San Antonio María Claret era consumido por las ansias de estar siempre con Jesús Sacramentado, por eso Nuestro Señor le concedió el privilegio de conservar en su interior las especies sacramentales de una comunión a otra, durante nueve años. Este milagro se lo representa en un cuadro del santo, en la iglesia parroquial de su nombre en la ciudad de Guayaquil

     San Antonio María Claret tenía siempre este propósito: "Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella, día y noche, adoraré a Dios con un culto espiritual".

     Santa Teresa de Jesús enseña que "cuando no podáis comulgar ni oír Misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho".

     "A veces, la Comunión Espiritual puede traer las mismas gracias que la sacramental" (Padre Maximiliano Kolbe).


Los maravillosos frutos de la Comunión Espiritual 

     El deseo de Nuestro Señor de unirse a nosotros es infinito y omnipotente: no conoce otro obstáculo que nuestra libertad. Él ha multiplicado los milagros para venir a encerrarse en la hostia, para poder darse a nosotros. ¿Qué le cuesta hacer un milagro más y darse a nosotros? ¿No es acaso el dueño de sí mismo, de todas sus gracias, de su divinidad? Y si, llamado por unas pocas palabras, baja del Cielo a la hostia, entre las manos del sacerdote, ¿no bajará a nuestro corazón, si es llamado por el ardor de nuestros deseos?

     El primer efecto de la comunión espiritual es, entonces, el de acrecentar nuestra unión con la humanidad y con la divinidad del Verbo encarnado. Este es su efecto principal, su fruto esencial; todas las demás gracias que se reciben, derivan de esta. He aquí un resumen de ellas:



San Juan María Vianney, el Cura de Ars,
prototipo del sacerdocio 


     El fervor es reavivado. La “comunión espiritual”, decía el Santo Cura de Ars, “hace sobre el alma el efecto de un golpe de fuelle sobre el fuego cubierto de ceniza y próximo a apagarse. Cuando sentimos que el amor de Dios se enfría, ¡corramos pronto a la comunión espiritual!” 

     En medio de las pruebas de nuestra peregrinación en este valle de lágrimas, continuamente nos invade la tristeza, y nuestro corazón se llena de densas tinieblas. La comunión espiritual disipa la bruma, como el sol de la mañana; ella devuelve la alegría al corazón y da al alma la paz.

     Ella conserva también el recogimiento; es el medio más eficaz para predisponerse contra la disipación, la ligereza y todas las divagaciones de la mente y de la fantasía.

     Nos acostumbra a tener nuestra mirada fija en Nuestro Señor, a conservar con Él una dulce y constante intimidad, a vivir con Él en una continua unión de corazones.

     Ella nos desapega de todo lo que es puramente sensible y terrenal; nos hace despreciar las vanidades que pasan, los placeres del mundo que duran poco. “Ella es el pan del corazón dice S. Agustín ella es la curación del corazón”. Ella separa nuestro corazón de todo lo que es impuro e imperfecto; lo transforma y lo une estrechamente al corazón de Jesús.


Condiciones para la Comunión Espiritual





     Recordando la distinción tomista entre la comunión espiritual como acto de nutrición espiritual ("spiritualis manducatio") y como deseo espiritual ("in voto"), es claro que para una persona que interpuso un obstáculo a la unión con Cristo, viviendo fuera de sus mandamientos, no es posible ninguno de los dos tipos de comunión espiritual.

     Por tanto, debemos evitar el error de pensar que la comunión espiritual sirve como sustituto de la comunión sacramental, para alguien que está impedido de recibir la Eucaristía a causa del pecado mortal.

     Solo es posible una verdadera comunión espiritual para quien está también en condiciones de recibir la comunión sacramental, pues se exigen igualmente condiciones morales en el alma, la primera de las cuales es el estado de gracia. No es admisible, por tanto, que quien no tenga la disposición correcta para realizar la comunión sacramental pueda pensar que está en condiciones de realizar una comunión espiritual, no importa qué otras circunstancias.

     El pecado es, ESENCIALMENTE, anticomunión con Dios, o sea. ruptura con Él. Dice San Juan: "Si decimos que estamos en comunión con Él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad" (1 Jn 1,6). "Caminar en tinieblas" es estar en pecado mortal. Y también: "Todo el que peca, no le ha visto, ni conocido" (1 Jn 3,6). El pecado pone un obstáculo en el trato con Dios. San Pablo habla de enemistad (Rm 5,10). De ahí que quien está en estado de pecado no puede hacer una verdadera comunión espiritual. Puede, sí, hacer actos de deseo, que no producen la unión con Dios, ni aun espiritual. Para producir una unión espiritual, debería primero borrar el pecado por un acto verdadero e intenso de perfecta contrición (arrepentimiento por puro amor de la santidad de Dios).
     
     "Los que están en pecado mortal deben hacer un acto previo de contrición, si quieren recibir el fruto de la comunión espiritual. De lo contrario, para nada les aprovecharía, y sería incluso una irreverencia, aunque no un sacrilegio".8

     Cuando brota por motivo de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta" (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales, obtiene también el perdón de los pecados mortales, si incluye la firme resolución de recurrir, tan pronto sea posible, a la confesión sacramental.9

     La contrición llamada "imperfecta" ("o atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna, y de las demás penas con las que es amenazado el pecador. Tal remezón de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma, la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la penitencia.10


Los beneficios de la Comunión Espiritual


San José de Cupertino levitando
durante la Elevación de la Sagrada Hostia

     Cada vez que hacemos una comunión espiritual, agradamos a Dios y recibimos abundantes gracias.

     Aumentando cada día nuestros deseos de recibir a Jesús, ella nos empuja a la comunión sacramental, nos impide dejarla por culpa nuestra, la hace ser más frecuente, nos dispone a recibirla mejor y a sacar más frutos de ella. La comunión espiritual es, según todos los santos, como ya vimos, la mejor preparación para la comunión sacramental.

     Podemos hacerla después de la oración, después de la meditación, después de la lectura espiritual, antes y después del rezo del rosario y por la noche antes de dormir. Se puede hacer todas las veces que se quiera. Aquí no importa el tiempo, importa el ardor y la vehemencia del deseo, el hambre y la sed del alma, ¡el impulso del corazón!

     La comunión espiritual tiene también una eficacia maravillosa para borrar los pecados veniales y para perdonar las penas debidas al pecado. La comunión espiritual dará en el cielo, a las almas que la hubieren hecho bien, una gloria sorprendente, y estas gustarán de unas alegrías especiales, más dulces y deliciosas, que otros no conocerán. Nuestro Señor le decía a Santa Gertrudis que, cada vez que uno miraba con devoción a la Hostia Santa, aumentaría su felicidad eterna y se prepararía para el Cielo tantas delicias distintas a medida que multiplicaba aquí abajo las miradas de amor y de deseo hacia la Eucaristía.

     Además, la comunión espiritual se puede ofrecer según la intención del prójimo, sea a favor de los vivos, sea a favor de los difuntos. La beata Margarita María de Alacoque recomendaba la comunión espiritual en sufragio de las almas del Purgatorio:

     “Vosotros aliviaréis bastante a aquellas pobres almas afligidas, decía ella, ofreciendo por ellas comuniones espirituales para reparar el mal uso que ellas han hecho de las comuniones sacramentales”.

     Insistimos: no hay que poner al mismo nivel la comunión espiritual y la comunión sacramental, ni mucho menos privarse de esta con el pretexto de que se suple con aquella. Nuestro Señor mostraba a la piadosa Paola Maresca un cáliz dorado que contenía sus comuniones sacramentales y un cáliz de plata que contenía sus comuniones espirituales, indicándole así el valor de las unas y de las otras.





     Pidamos a Nuestra Señora del Buen Suceso, unidos espiritualmente a todos los cristianos encarcelados por su fe, a todos los cristianos enfermos impedidos de ir a Misa, y a todos los cristianos que mueren privados de los sacramentos, que con nuestras frecuentes comuniones espirituales, podamos enviar a nuestros santos ángeles custodios a adorar y a consolar a Nuestro Señor en el Tabernáculo, ultrajado infinitas veces, y muchas otras tratado y recibido con irreverencia, convencidos del inmediato triunfo del Inmaculado Corazón de María sobre los enemigos de la Iglesia y sobre el demonio. Pidamos también la gracia de unirnos a Ella en esta época de privación temporal de la Santa Misa y del Santísimo Sacramento, y finalmente, pidamos la gracia insigne de luchar por la Santa Iglesia en  defensa  de sus derechos.


COMUNIÓN ESPIRITUAL

     ¡Oh! Santísima Madre de Dios, en el momento en que me preparo para la comunión espiritual, imploro tu auxilio.

     Tengo presente, de manera muy especial, el período de tiempo santo y glorioso en que Nuestro Señor Jesucristo, viviendo en tu claustro virginal, estaba contigo noche y día.  Y te pido que por los méritos de dicha etapa de tu vida, me concedas un deseo ardiente de recibir en mi pobre corazón al Santísimo Sacramento.

     También tengo presente, ¡oh! Madre Santísima, tu Primera Comunión, durante la celebración de la Primera Misa, en el Cenáculo. Cuán  inefables fueron los actos de Adoración, de Acción de Gracias, de Reparación y de Petición con que recibiste en tu pecho, en aquella ocasión, al Santísimo Sacramento. Cuantos actos de piedad perfectísimos le hiciste entonces a tu Divino Hijo, ¡oh! Madre.

     Creo con toda el alma en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, y me acuerdo en este momento de las numerosas comuniones que tuve el honor y el regocijo espiritual de recibir a lo largo de mi vida. Las recuerdo con amor, gratitud y añoranza, pues, debido a mis deberes de estado, estoy privado de esa gracia inefable en las circunstancias en que ahora me encuentro.

     La idea de que en este instante pueda estar recibiendo a Nuestro Señor Jesucristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía, me transporta de amor.

     Y no pudiendo en este momento comulgar sacramentalmente,  me presento delante de Él en calidad de esclavo de amor. Lo hago por intermedio tuyo, ¡oh! Santísima Madre de Dios y mía, y te pido que me concedas un ferviente deseo de recibir ahora mismo, si fuese posible, la Comunión Sacramental. Y de este modo, espero que esta comunión espiritual sea bien acogida por mi Divino Salvador.

     Por los ruegos de María, los cuales no dejas de atender jamás, te pido, ¡oh! Señor, que me concedas todas las gracias necesarias para mi pronta santificación. Amén.

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, ruega por nosotros.


ACCIÓN DE GRACIAS POR MEDIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN 

     ¡Oh! María Santísima, madre mía, Tú tenías tantas cosas para decirle a tu Divino Hijo, cuando estuvo en tu claustro. Mira qué miserias son las que yo le digo... y dile por mí, lo que me gustaría decirle si supiera lo que le decías cuando estuvo en tu claustro. Háblale por mí, Madre mía, y dile cuánto me gustaría ser capaz de decirle pero no me atrevo.

     Adóralo como yo quisiera adorarlo -lo que ¡oh! dolor,- no soy capaz de hacer.

     Dale la acción de gracias que yo debería y no le sé dar.

     Preséntale actos de reparación por mis pecados y por los del mundo entero, con un fervor que infelizmente no tengo.

    Madre mía, pide por mí todo lo que mi alma necesita, todo lo que necesitan los hombres para instaurar tu Reino en la tierra. Pero lo que más te pido, ¡oh! mi Madre, es el triunfo de tu Corazón Sapiencial e Inmaculado, y la implantación de tu Reino, en mí y en todos los hombres. Así sea.


Fórmula 
de San Antonio María Claret, 
de su libro Camino Recto y Seguro para Llegar al Cielo

¡Oh Jesus y Señor mío!... Creo firmísimamente que Vos estáis realmente en el Augusto Sacramento del Altar. ¡Ay Dios mío! ¡Qué feliz sería mi suerte, si pudiera recibiros en mi corazón!... Espero, Señor, que Vos vendréis a él, y lo llenaréis de vuestra gracia. Os amo, mi dulcísimo Jesús... ¡Como no os he amado siempre! ¡Ojalá que nunca os hubiera ofendido ni agraviado, dulcísimo Jesús de mi corazón!... Yo deseo recibiros en mi pobre morada.
(Pausa en silencio para adoración)
Como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno todo a Vos. No permitáis, Señor, que jamás me separe de Vos. Amén.



San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milano, administrando la Comunión, durante la peste de 1538 


ACTO DE CONTRICION PERFECTA

He aquí, ¡Oh mi Dios, a tu hijo pródigo que vuelve contrito a tu seno paternal! Qué motivos de confusión para mí, misericordioso Señor y Padre amoroso, haberte ofendido, después de haberte prometido tantas veces enmendarme. Cómo pude haberme atrevido a pecar en tu presencia, sabiendo cuánto te desagrada el pecado. ¡Oh! mi Dios y mi Padre, perdóname y no me castigues según el rigor de tu justicia; ten piedad de mí, no soy digno de ser llamado tu hijo, y acepta los deseos de un corazón lleno de pesar por haberte ofendido, y dispuesto a amarte por siempre. Detesto Señor todos mis pecados, los cuales son muy graves. Con ellos merezco las penas del infierno por haber ofendido tu divina majestad, tu santidad y tu bondad infinitas. ¡Oh! mi Dios, mi Padre y mi Salvador, te amo sobre todas las cosas y, por eso, quiero primero morir antes de volver a ofenderte. Amén


Fuentes:
elespañoldigital.com
nationalcatholictegister.com

Notas:
1, 2, 5: Vida Admirable de la Madre Mariana de Jesús Torres, del Padre Manuel de Souza Pereira, OFM.
3, 4: Mons. Athanasius Schneider, ORC, Obispo Auxiliar de Astaná, Kazajistán.
6: P. A. Royo Marín, OP.
7: Padre Jim White, OSSR, Director del Centro de Retiros Redentoristas en Oconomowoc, Wisconsin.
8:P. Royo Marín, OP, Teología Moral para seglares.
9: Concilio de Trento. DS 1677.
11: Concilio de Trento. DS 1678, 1705.


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